Vida culebra
Tiene su gracia mirar atrás y comprobar que hace 30 años pasamos un verano inolvidable gracias a Cristal; la vida, como las películas, hay que verla dos veces para apreciar toda su riqueza. España estrenaba década y yo me quise hacer mayor de repente atajando con las telenovelas; llevaba cinco años leyendo Semana, y me creí maduro para los apellidos con guion, los nombres compuestos y los huérfanos desorientados. En aquella época yo escribía periódicos caseros con una liga de clicks de playmobil, hacía ganchillo y también calcetaba, y elaboraba tapetes y bufandas -mis padres guardan esos trabajos con el mismo mimo, quizás más, que los trofeos de los torneos de tenis, mi diploma de ganador de un concurso de cartas de amor de Vilagarcía de Arousa y, enmarcado, el mayor orgullo académico que tuvo mi familia conmigo: la orla del instituto, en la que salgo con un ojo morado. Quiero decir: yo era normal. Hasta que TVE emitió Cristal.
MÁS INFORMACIÓNDelia Fallio lo dinamitó todo. Delia Fallio fue la responsable de que millones de españoles empezasen a revolver en las vidas privadas de algo intocable hasta entonces: los padres y sus movidas. A aquella mujer se le caían los árboles genealógicos del bolsillo; Cristal fue su último novelón rosa, el canto del cisne de un monstruo de la creación pastiche. Tiene, por cierto, 94 años. La entrevistó este año Pablo de Llano en Miami; en esa pieza Fiallo habla de su oficio tremendo: “Yo no podía bloquearme ni detenerme. No me podía enfermar”. Aquel verano y los siguientes nos enfermó a todos. Hasta 18 millones de personas seguimos Cristal: la mitad de mi país. Nunca España lloró tan bien, nunca los españoles tuvimos tan cerca nuestro destino: sufrir por algo que nos lo habían tenido que inventar. Las vacas enviudaban a las cinco y yo a las 15.35, cuando Doña Adelaida venía con el parte de guerra de Cristina Expósito, la protagonista del culebrón; la interpretaba Jeanette Rodríguez, que terminó donde terminaba todo el mundo que triunfaba en los noventa: en el jacuzzi de Jesús Gil con Pepe da Rosa Jr (en aquellos años no había forma de no encontrarse con Pepe da Rosa Jr, y cuando conseguías evitarlo chocabas con Gil: Jeanette Rodríguez, ídola de masas, dio con los dos y no se volvió a saber de ella).
¿Qué es un culebrón? Esencialmente, un lío de herencias; un culebrón es lo que pasaba en Venezuela antes de que se descubriese la figura del notario. Los niños de entonces, que aún no habíamos descubierto el amor, descubrimos sin embargo cómo divorciarnos. Fue la clase de revelación que marca una vida: prepararse para el abismo antes de cruzar la llanura. La otra revelación fue Carlos Mata. Con él descubrimos que tener nombre compuesto no tenía por qué ser garantía de ridículo: podía ser aún peor. Luis Alfredo. Que un niño recepcionista de hostal, “12 años para 13” como decía mi abuela, creyendo que hay gente que salta directamente a los 20, empezase a dudar al ir al baño entre la Penthouse y Carlos Mata, con ese pelo inventado en 1993 y sepultado en 1995, fue mérito de la obra magna de Cristal, un tour de force de familias pobres y ricas que anticipó, con una capacidad metafórica envidiable, la Venezuela de Maduro: peña que se deja aconsejar, la peña que jodió la vida de Luis Alfredo, que jodió el Perú y que te va a acabar jodiendo a ti la vida.
Ese verano, el de 1990, creció una generación de niños criados en el estupor, la miseria moral, los embarazos invisibles y los chévere. Había gente viendo reposiciones de Verano azul y otros estábamos viendo ya Rambo en los salones de costura. Que hubiese calor y moscas en salón de aquel hotel que regentaba mi infancia, que yo me enamorase por primera vez de la hija de un marqués siendo de familia de camareros, que descubriese ese verano que mi padre se llamase Manuel Enrique y mi abuelo Manuel Eduardo, y que me enganchase después a La dama de rosa, Rubí, Abigail y Manuela, hizo confundirme lo suficiente para vivir durante años mi vida como una teleserie llena de amores saboteados, hijos desconocidos, herederas millonarias y pobres de orfanato. Acabé haciéndome tuitero.