Las escuelas de costura de Dolce & Gabbana
Domenico Dolce, la mitad del dúo Dolce & Gabbana, ha mamado la sastrería desde que nació. Sus padres eran costureros y observándolos en el taller aprendió a desenvolverse con pericia entre telas, patrones, agujas e hilos. En cambio, su otra mitad profesional, Stefano Gabbana, tuvo que aprender los entresijos del oficio sobre la marcha y no con poco esfuerzo, cuando ya había empezado a trabajar. Por eso ambos saben apreciar el valor incalculable de una buena formación de base.
También cuentan a menudo que sus referentes, leyendas absolutas del mundo de la moda: Balenciaga, para Domenico y Saint Laurent, para Stefano, trabajaban con el delantal puesto, mano a mano con las costureras. Enseñanza y tradición siempre han sido dos claves en la trayectoria de Dolce & Gabbana. Movidos por el interés de transmitir sus destrezas de generación en generación y de conservar el acervo artesanal, que es la piedra filosofal de su éxito, los estilistas italianos decidieron abrir en 2012 sus Botteghe di Mestiere escuelas de costura para formar a los talentos del mañana. De momento tienen cuatro centros en diversas sedes de la firma. El primero fue el de la mítica central de Legnano, en Milán y el próximo será el de Padua, que estará centrado en la confección masculina. Hasta ahora nunca habían hablado de este proyecto.
Hecho a mano
Domenico Dolce y Stefano Gabbana explican a EL PAÍS por correo electrónico que han creado el programa educativo sobre los valores en los que siempre han creído, que han caracterizado su trabajo a lo largo de más de tres décadas juntos y que les gustaría transmitir a las nuevas generaciones. “El amor por lo hecho a mano, por el toque del hombre, por la sastrería y por la disciplina que está conectada a ella son para nosotros los ingredientes necesarios para una receta ganadora”, explican. Y destacan una fórmula constante en la alta costura: “Paciencia y tiempo para la creación de las prendas y trabajo continuo”.
Creen que la labor artesanal necesita revalorarse y que no puede perderse. “Lo que nos gustaría es trasladar a los jóvenes la idea de lo bello, de la creación hecha con amor, cuidado y atención por los detalles más pequeños. Nos gusta pensar que no enseñamos solo un oficio, sino un modo de vivir y de acercarse al trabajo, cada día con la misma pasión del primero”. La escuela ya se ha convertido en un pilar de la firma. “Para dar continuidad a nuestro trabajo, necesitamos que las nuevas generaciones se apasionen por el arte de la sastrería y aprendan nuestro método”, dicen.
En una entrevista con Il Corriere della Sera, el pasado enero, en la que desvelaron su proyecto de formación por primera vez, explicaron que, sin accionistas a los que rendir cuentas, su filosofía se basa en anteponer la calidad de sus diseños al beneficio económico. “Por eso decidimos que el taller, como centro de difusión del saber hacer, es el corazón de la moda”, dijeron.
Para los estilistas era imprescindible que todo el proceso de formación estuviera en las manos de los trabajadores de la compañía. Por eso, los profesores son empleados de Dolce & Gabbana. Los maestros costureros, que piden no publicar su nombre por motivos de privacidad, creen que este es uno de los puntos de fuerza del proyecto formativo, junto a “la extrema concreción, a la cercanía a las producciones y departamentos reales y a la formación a tiempo completo de personas cuidadosamente seleccionadas”. La idea original era integrar, de media, a entre cinco y diez estudiantes por curso, pero en estos seis años han terminado por ser 106 en total. En general, el 60% de los aprendices se queda a trabajar en la empresa.
El programa educativo, focalizado en la costura a mano y a máquina, se sustenta sobre tres ejes: corte, confección y planchado. Los alumnos aprenden a trabajar con diversos tejidos, desde los más sencillos hasta los más complejos como las sedas y las gasas; se familiarizan con las técnicas de la costura más elemental primero y van avanzando hasta dominar la construcción de un bolsillo, un corsé o una prenda con forro; el montaje de una cremallera o la preparación de un cuello. A lo largo del curso rotan por todas las secciones de la firma que intervienen en la creación de una colección.
En la escuela entienden la formación como herramienta para potenciar la marca. “Se necesitan estándares de calidad altos y distintivos, lo que nos lleva a formar a las personas en línea con esta necesidad. En la práctica, construimos habilidades a medida”, explica uno de los maestros, que define el método de la firma como un “aprendizaje in situ, a través de la experiencia”.
Otro de los maestros costureros, señala que desde el punto de vista emocional, “la transmisión de los conocimientos técnicos a las nuevas generaciones es siempre un momento apasionante y enriquecedor que lleva al crecimiento de todos como grupo”. Añade que “saber valorar, reconocer los talentos, motivar a un grupo es un papel de responsabilidad” y señala que también es una tarea gratificante que genera resultados a largo plazo, “sobre todo después de algún año, cuando se ve cómo los antiguos becarios se han convertido en sastres profesionales capaces de afrontar prendas complejas, cada vez con mayor autonomía”.