“Si toda tu vida son las películas, no tiene nada que ver con lo real”
Todos los pupitres eran idénticos, salvo uno. Aquel niño, al fin y al cabo, tampoco se parecía a los demás. Era el que los entretenía a todos, los hacía reír. Su show diario tenía hechizados a sus compañeros, mucho más que las clases. Incapaz de competir con él, la maestra decidió ocultarle: rodeó el escritorio del pequeño Oscar Isaac con una barricada. Poco después, sin embargo, el chico ya la había aprovechado como escenario para un espectáculo de marionetas.
Con los años, la personalidad de aquel joven se volvió aún más desbordante. Accionó un extintor en medio del gimnasio de la escuela, escribió palabrotas en las paredes, acabó expulsado. A los 12 años, aprendió a sacudir la guitarra a golpes de ska y punk. Aunque, a los 21, se decantó por la actuación y entró en la escuela Juiliard de Nueva York, criadero de talentos de música y teatro. “Sentía que tenía algo que contar, un punto de vista único. Pensaba: ‘Si solo me dieran una oportunidad…”, relata Isaac (Ciudad de Guatemala, 1979). Finalmente, obtuvo varias. Y demostró que no le faltaba razón. Hoy en día, es uno de los intérpretes más cotizados de su generación. Y mezcla apuestas más arriesgadas con producciones colosales, como Triple Frontera, película de acción y reparto estelar disponible desde ayer miércoles en Netflix.
“Me pasé años desesperándome, haciendo castings, diciendo: ‘Sí, lo que quieras”, recuerda Isaac. Pero solo le ofrecían papeles pequeños, a menudo de pandillero, o anuncios en español. Para salir de la casilla de latino donde pretendían colocarle, empezó a ocultar sus apellidos Hernández Estrada. Al fin, en 2013, saltó a la luz, gracias al trampolín de los hermanos Coen y del melancólico protagonista de A propósito de Llewyn Davis. La sequía de ofertas se volvió diluvio. En 2015, entre Star Wars, la serie Show Me a Hero y el rodaje de X-Men: Apocalipsis, se proclamó “el año Isaac”. Aunque, desde entonces, ha sumado más de 10 películas y hasta Hamlet en el teatro: es decir, un lustro Isaac. Él se ríe: “Van a estar hartos de verme. Siento que sobre todo en los últimos dos años no he parado. Empezaré a bajar el ritmo, también porque lo más importante para un artista es conectar con la humanidad. Si toda tu vida son las películas, no tiene nada que ver con lo real”.
“Me he dado cuenta de no es cuestión de sumar oportunidades, sino de construir una carrera. El mayor reto de un actor es escoger bien, y es cada vez más difícil. Puede haber un guion bueno, o un director que te gusta, y aun así, nunca sabes cómo va a salir, ni tampoco el proceso”, agrega el intérprete. Precisamente por eso, extraña ver al actor de la sofisticada Ex_Machina en Triple Frontera, donde balas y testosterona pegan más fuerte que el guion. El intérprete, acostumbrado al debate encendido —“en mi familia había placer en la discusión, acabábamos gritándonos y, luego, como si nada”—, argumenta sus razones con una sonrisa: “El director [J.C. Chandor], con el que ya estuve en El año más violento. Trabajar con Pedro Pascal, que es muy amigo mío, y Garrett Hedlund, y conocer a Charlie Hunnam y Ben Affleck. Los lugares donde rodábamos. Y también la historia”.
Para Isaac, Triple Frontera es una parábola de EE UU y su intrusismo internacional: como los cinco veteranos del filme, Washington aterriza, decide quiénes son los malos, los elimina, asume las muertes inocentes como parte de la guerra, y se hace de oro. “J.C. me dijo que mi personaje era como Donald Rumsfeld [secretario de Defensa con George W. Bush en la era del 11-S], el que le dice a todo el mundo: ‘Vamos a entrar ahí y actuar, no hay ningún problema”, agrega el intérprete.
Además de combinar los proyectos, Isaac también modifica su forma de acercamiento. Al principio, pensó que necesitaba un método, pero concluyó que una sola vía no valdría para tantos roles. “Cada papel es distinto. Puedo separar la actuación y la vida, pero sí necesito pensar como el personaje, y encontrar la llave para abrirlo. A veces preciso aprender su mismo trabajo, otras me centro en sus palabras, o en el modo peculiar en que respira”, afirma. Bryan Singer, el cineasta que le dirigió en X-Men: Apocalipsis, sostiene que el rostro de Isaac le ayuda, por su “arquitectura global”, con elementos egipcios, caucásicos, asiáticos y latinos. Lo cierto es que el actor nació en Guatemala, de madre autóctona y padre cubano, y que a los cinco meses ya vivía en Miami. Aunque, para una de sus payasadas escolares, inventó que había emigrado de la Unión Soviética.
En realidad, está serenamente instalado y enraizado en EE UU. Escogió Nueva York y descartó Los Ángeles, entre otras cosas por el anonimato. “Incluso si uno te ve y dice: ‘Ah, ¡ese es actor!’, luego sigue adelante porque está centrado en lo suyo”, explica. Desde hace unos años, además, ya se mueve menos de su hogar. En tres meses de 2017, entre febrero y abril, perdió a su madre, se casó y tuvo un hijo. La vida le enseñó de golpe otra prioridad: “Lo que más vale para mí es el tiempo. Estar en mi casa, con mi familia, es un lujo. Ahora cuesta mucho más sacarme de ahí”. Es su nueva barricada.