8 señales a las que los padres de adolescentes deben prestar atención
Dos afirmaciones claves para entender los tiempos que corren en relación a los hijos:
-Los tiempos cambiaron, pero la esencia sigue siendo la misma.
-Los hijos siempre dan señales, absolutamente siempre.
La clave está en la capacidad de los padres de decodificar y escuchar lo que los hijos de una u otra forma expresan. Antes de iniciar un proceso adictivo, depresivo, o un trastorno alimenticio dan alertas. Mucho antes de iniciar un proceso patológico nos hacen saber que algo se está yendo de cauce.
Saber escuchar es la clave para la detección de trastornos de la primera infancia, pubertad y adolescencia.
Límites, sentido común y curiosidad infantil
Los niños pequeños tienen un impulso que es parte natural de la evolución, el impulso a descubrir, hacia el conocimiento. Se llama (y suena como una enfermedad pero no lo es) epistemofilia. Es tarea de los adultos acotar estos embates de curiosidad infantil generándoles caminos para ella y, al mismo tiempo, privándolos de los peligros en los que pueden incursionar. Hablo de límites.
Si un pequeño de dos años siente el impulso irrefrenable de experimentar con los enchufes de su casa, los adultos sin dudarlo pondrán freno a esta intención. No dirán: “Que haga su experiencia, si se va a electrocutar que sea en casa”. De igual forma los adultos deberán proceder cuando estos pequeños se transformen en jóvenes.
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Sostengo la hipótesis de que los adolescentes enferman en las adicciones, trastornos negativistas desafiantes, alimentarios, depresiones juveniles y otras patologías, por ausencia de respuestas necesarias de parte de los adultos a cargo. Saber escuchar lo que los hijos tienen para decir y dar cuenta de esto es un desafío en el que los adultos como cuerpo social estamos en deuda.
Sí, toda esa responsabilidad tenemos, y eso es bueno, porque entonces quiere decir que hay mucho por hacer.
Gran parte de mi devenir profesional transcurre en debates y ejercicio de orientación a padres que se encuentran poco preparados en relación a la conducción de la crianza de sus hijos. La orientación a familias es esencial en estos tiempos. El trabajo con adolescentes no es complejo, de ninguna forma. Es cierto que la adolescencia es una etapa compleja, pero muy simple de ser leída si tenemos el foco puesto y podemos escuchar lo que dicen los chicos más allá de prejuicios, temores y tibiezas.
Los hijos dan señales, siempre, veamos, tratemos de entender…
Saber escuchar lo que los hijos tienen para decir es un desafío necesario.
Señales a las que debemos estar atentos
Los chicos a medida que crecen cambian, mueven cosas dentro y fuera de ellos. Pero los cambios genuinos, saludables, los que suman en el camino del vivir, son graduales, parte de procesos y no de un día para otro. Debemos estar alerta si algo de esto pasa:
✔️Cambio repentino de grupo de amigos . Deja de ver a su entorno completo, son todas caras nuevas , y esto pasa “de repente”.
✔️Modificación abrupta de su aspecto personal.
✔️Mucho tiempo en el baño después de las comidas.
✔️Se encierra en su habitación más de lo habitual.
✔️Se realiza tatuajes, piercings u otras marcas en el cuerpo de manera impetuosa e inconsulta.
✔️Baja su rendimiento y calificaciones en el colegio de manera repentina.
✔️Cambia hábitos de higiene abruptamente.
✔️Se muestra agresivo de manera constante, contesta de mal modo o cualquier otro cambio pronunciado en su carácter .
En este punto es importante diferenciar los cambios naturales de humor de los adolescentes con modificaciones sustanciales en los ánimos de nuestros hijos que puedan ser indicio de algún trastorno que no pueda ser verbalizado.
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Recordemos que estas manifestaciones conductuales son a menudo la forma en la que los hijos piden la ayuda que no están en condiciones de pedir de la manera más saludable, hablando.
Lo que no se verbaliza se actúa, de distintas formas, y a eso debemos de estar atentos. Sin obsesionarnos, sin enloquecernos y sobretodo, sin transformarnos en espías ni hackers de nuestros propios hijos. Somos padres, y la confianza es un elemento esencial en la relación con ellos, construyamos este puente desde el diálogo y el disfrute compartido en lo cotidiano. No desde el miedo, ni el control extremos, esto resta en el vínculo y nada bueno aporta.
¿Me ayudás a no drogarme?
Hace unos años una pareja de padres me consulta por su hija de 19 años.
Le pregunto a los padres qué temores tienen en relación a esta hija y la madre dice:
-Tengo miedo de que sea adicta.
En la primera entrevista con la jovencita, esta deja el sillón en el que se sientan mis pacientes frente a mí, toma una silla, se pone al lado, y me da su celular.
-Lee por favor. Esto es lo que consumo.
Un archivo en su teléfono donde describía que desde hace varios meses consumía diferentes sustancias psicoactivas con cantidad y diversidad creciente.
Comenzó como habitualmente ocurre, fumando marihuana, y fue sumando otras sustancias con un nivel de peligrosidad altísimo: éxtasis, cocaína, y algunas más con frecuencia casi diaria en los últimos meses.
Me estaba pidiendo ayuda sin conocerme, porque sus padres no habían podido ni sabido, hasta ese momento, encontrar la manera de frenar su ímpetu autodestructivo.
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Los psicólogos estamos alcanzados por el secreto profesional con nuestros pacientes, hablo de la famosa confidencialidad. Pero esta deja de tener vigencia cuando algo del orden del riesgo de vida para sí o terceros está en juego. En el trabajo con adolescentes esta cuestión es esencial. Cualquier situación que yo evalue riesgosa (más allá de lo que el paciente diga o afirme) me exime a mí de la confidencialidad.
Explico esto a la muchachita, quien entiende y asiente, no sin miedo, no sin advertirme de su temor por la reacción de su familia.
Inmediatamente que ella deja el consultorio llamo a sus padres para comentarles la situación y citarlos a una entrevista urgente.Vienen a las horas y, apenas escuchan mi relato, la madre explota en una furia que me sorprende, exclama:
-Rompiste la confianza de mi hija, amerita una mala praxis.
No cabía en mi asombro, miro al padre, quien avergonzado trata de explicar a la madre que nada tenía que ver esto con la confianza y que se trataba de un acto de responsabilidad profesional.
Le explico a la señora que su miedo se había hecho realidad, su hija era efectivamente una adicta. Respondió que yo era muy “fundamentalista”.
Me costaba creer y entender el nivel de negación de esta madre, y al mismo tiempo, se me hizo la luz respecto de los motivos de la enfermedad de su hija. Finalmente, no volví a tener noticias de esta familia, y lo lamenté mucho por la hija que quedó en el más absoluto desamparo (dentro del que ya estaba, por cierto).
Es importante diferenciar los cambios naturales de humor de los adolescentes con modificaciones sustanciales en el ánimo.
Aprovecho este relato para plantear un tema que me preocupa y con el que lidio con frecuencia. Existe una corriente de profesionales que desde la salud mental no evalúa el consumo ocasional de marihuana en jóvenes como algo tan preocupante. Plantean una reducción del daño en este aspecto, esto es, intentar a través de la terapia que el paciente reduzca en la medida de lo posible el consumo de esta droga.
En mi caso, el único modelo que comparto es el abstencionista, la marihuana en jóvenes es compleja, tóxica e innegociable. Soy en ese sentido, como me decía la madre ofuscada , un “fundamentalista”.
Los chicos son como hojas al viento, y la marihuana modifica el estado de conciencia y puede ser camino de cornisa.
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Para que haya un adicto en una familia es imprescindible que haya padres que no pueden oír lo que los hijos tienen para decir.
Esta chiquita tardó varios años en llegar al punto en el que la encuentro, y aún así, la negación de su madre la privó de la ayuda que ella misma pedía. Una adicción es un proceso gradual, los chicos nos dan a los adultos señales suficientes. Nos tiran el humo de sus cigarros en la cara y sino podemos dar cuenta de ello, pobres los hijos entonces.
Los padres niegan porque se angustian con la enfermedad de sus hijos, porque tienen miedo, porque no pueden ver que a “su nene” también le pasa. Y la negación consolida y fortalece la adicción que es justamente la ausencia de palabra.
Cuando un hijo enferma de patología adictiva está cargando la mochila de la patología familiar, es triste portavoz. Antes de transformarse en un adicto dio señales suficientes de que algo no andaba bien.
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En mis charlas para padres utilizo un video como disparador en el que dos equipos se pasan una pelota en una habitación. Un equipo con casaca negra y el otro con casaca blanca. Le pido a la gente que cuente los pases que hace el equipo blanco. Respuesta correcta: 15.
Pero eso no importa, en medio de la escena, una persona disfrazada de gorila irrumpe en el ámbito, se golpea el pecho y cruza la escena. Luego de preguntar por la cantidad de pases que cada uno contó interrogo respecto de si todos vieron el gorila. Muchos lo ven y muchos no porque estaban atentos “solamente” a la consigna.
En la vida, como en el video, con nuestros hijos, mientras contamos la cantidad de pases que hace el equipo blanco se nos pasa un gorila por delante y no lo vemos.
Preocupados porque suba las notas en el colegio, mantenga el orden de su cuarto, sea más prolijo en el aseo personal, se nos pueden pasar por delante cuestiones realmente graves.
Por eso repito: afortunadamente, los hijos siempre, absolutamente siempre, nos dan señales.
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.