"High Flying Bird": una mirada cruda sobre la NBA y el capitalismo

"High Flying Bird": una mirada cruda sobre la NBA y el capitalismo

El engaño como artificio de La Gran Estafa; algo de la frescura de Jerry Maguire en eso de mostrar el negocio detrás del deporte; otro poco del espíritu antisistema y de denuncia presente en Efectos Colaterales. High Flying Bird, la nueva película de Steven Soderbergh -original de Netflix- tiene algo de todas aquellas, y el sello indeleble del director y productor estadounidense.

En este caso, el hombre detrás de Traffic y Erin Brokovich se mete con la National Basketball Asociation, más conocida como la NBA, apuntándole a todos los actores que comen de la torta millonaria que genera una de las ligas deportivas más populares del mundo: jugadores, managers y dueños de las franquicias y de los derechos de TV. Y con ellos, al capitalismo más crudo que siempre impone sus reglas.

El argumento plantea una hipotética NBA en huelga, como las que atravesó la liga en 1998 y 2011. El protagonista es un agente deportivo llamado Ray Burke (un soberbio André Holland, ya dirigido por Soderbergh en la serie The Knick), quien debe velar por la situación económica y contractual de Erick Scott, el rookie estrella que representa la empresa para la que trabaja.

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Cuando su jefe le da a entender que su puesto en la compañía corre peligro, Ray intentará interceder entre los dueños de las franquicias y el sindicato de jugadores para destrabar el conflicto. Con la ayuda de su ex asistente Sam (Zazie Beetz, de la serie Atlanta) y de las redes sociales, este pillo manager que conoce el deporte y el negocio como pocos, urde un plan que por un instante hace temblar los cimientos del reino del “showtime”.

Hay un componente ‘Black Power’ que sobrevuela la película: Ray, Sam, Erick y la líder del gremio de jugadores, son negros. Pero los dueños de la pelota, encabezados por David Seton (el siempre creíble Kyle MacLachlan, de Twin Peaks), son hombres de negocios blancos. “¿Por qué si los negros potenciaron el deporte y a la NBA, los que manejan el negocio son los blancos?”, reflexiona Spence (Bill Duke), un veterano entrenador a cargo de la “canchita del barrio” que despotrica contra la NBA actual que explota a los chicos que él forma con conciencia anti-esclavista.

El filme puede dejar afuera a aquellos que no estén familiarizados con la NBA o con la cultura afroamericana yanqui -se alude al libro “La rebelión del atleta negro”, del sociólogo Harry Edwards, como La Biblia-.

Y si alguien piensa ver la clásica epopeya basquetbolística del doble ganador en el último segundo, se equivoca. No hay una sola escena de partido. Y el supuesto héroe, Ray, es un lobbista que termina engañando a propios y ajenos.

HFB puede alardear de ser una película sólida y moderna hecha con poco presupuesto: no tiene actores de renombre, fue filmada en sólo tres semanas con un iPhone 8 (en 2018, Soderbergh ya había hecho Perturbada con un smartphone de Apple) y costó algo más de 2 millones de dólares.

El foco está puesto en el original guión de Tarell Alvin McCraney (Moonlight), con diálogos ingeniosos que obligan a estar atento, un giro final que sorprende, y con rasgos de documental cuando se intercalan tomas en blanco y negro de jugadores de la NBA (Karl Anthony Towns, Donovan Mitchell y Reggie Jackson) contando sus primeras experiencias en la liga.

La buena noticia es que, además de superproducciones que decepcionaron como Bright, Netflix también empiece a apostar por películas originales de autor, más chicas y con una impronta más realista.

MZ

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