Un universo lúdico y particular
El baile en esta Bienal concluyó de madrugada, lo habitual con las citas del Teatro Central. El sitio y la hora parecieran determinar el carácter de las obras que allí se presentan. Pueden tener un tono nocturnal o intimista en ocasiones, pero también el espacio, con el público muy cercano, se presta al juego y a la complicidad con la audiencia. Algo que sabe bien Isabel Bayón, buena conocedora del lugar. No es el único, desde luego, porque se podría decir que los escenarios de este ciclo hispalense reúnen los principales hitos de la trayectoria de esta bailaora sevillana. Ha podido tener obras con direcciones diversas, pero en la presentada en esta edición, ella se ha hecho cargo de casi todo, principalmente porque se trataba de mostrarse a sí misma, bailando por supuesto, que ese es su lenguaje.
Bayón (Premio Nacional de Danza 2013) es artista de una escuela, la sevillana, que ha llevado a elevadas cotas de belleza y perfección formal, además de aportarle una obligada evolución. El baile podría ser el único argumento de cualquiera de sus espectáculos, porque le sobran arte y recursos. Pero en esta etapa de madurez suya, en la que, superados tantos retos, parece estar de vuelta, se le aprecia una libertad y una desinhibición muy determinantes para el carácter de sus creaciones. En esta nueva, ha querido mostrar muchas de las capas que se acumulan en ella, las que la han configurado como artista y como persona. Ha puesto en pie y recreado un universo propio, y lo ha puesto en escena para sentirse cómoda en él y poder volar a su aire, con una dramaturgia sencilla pero efectiva.
Yo soy. Compañía Isabel Bayón. Coreografía, Idea y baile: Isabel Bayón. Guitarristas invitados: Jesús Torres, Paco Arriaga. Cantaores invitados: David Carpio, Juan de Mairena. Percusión: José Carrasco. Colaboración especial: Sandra Carrasco. Dramaturgia: Carmen Fernández, Isabel Bayón. Dirección musical: Jesús Torres. Dirección y escenografía: Carmen Fernández.
Concurren en esa exposición de elementos los familiares, pero también los artísticos. Hay espacio para la evocación de diversos pasajes del pasado que no son mirados con dolor, aunque sí con emoción en algún momento. Sí existe, por el contrario, un recurso a la comicidad, una faceta suya que ya ha explotado en ocasiones. Lo mismo que su vertiente cantaora, que ya no oculta e incorpora con gracia y desparpajo. Con ellos se configura un tono lúdico que recorre la obra y se plasma en el momento en el que canta tanguillos, baila sevillanas y juega con su grupo. O en el que enumera los preceptos que debió impartirle su maestra, Matilde Coral. Lo hace con un humor no exento de cariño, pues no en vano a continuación vuelca aquellas enseñanzas en el exuberante y muy plástico baile de las cantiñas envuelta en bata color coral. Y más allá de esos momentos, una permanente gestualidad de miradas cómplices con el público. Una teatralidad que se añade a su baile para aportar ligereza al espectáculo.
La nana inicial y la petenera con bata negra pudieron suponer el único contrapunto sentimental a ese tono placentero dominante. También en la soleá de Triana, seguida de bulerías de Antonio Mairena pareció entregarse al baile por entero, y lo hizo con mucha enjundia. En los tangos, recuerdos a Pastora y a Vallejo con su imprescindible toque de sensualidad y el regreso al modo juguetón, que se acentuó con el garrotín y el popurrí, en el que vuelve a interactuar con desenfado. El combo, dinámico e implicado tuvo el cante preciso para el propósito y las composiciones musicales de Jesús Torres que, junto a Paco Arriaga, se desdobló en funciones varias. Entre ellas la de acompañar la canción de Sandra Carrasco, que ilustró dos pasajes de la obra. Con ‘Dos gardenias’ evocó la radio de la madre de la artista, y con el ‘Romance de Curro el Palmo’ se coló en el tablao que conformaba en ese momento el grupo para poner el pellizco con la historia que imaginó Serrat.