Qué difícil es ser fácil

Qué difícil es ser fácil

Después de volver a poner a Loewe en el mapa de la moda internacional y de afianzar su discurso creativo ­–definido por los patrones puzle, las superposiciones y los patchwork de tejidos­– J. W. Anderson ha decidido depurar su propuesta, “reducir las siluetas a su expresión más pura” y prescindir de cualquier artificio superfluo. “Apostar por lo supersimple”. Algo que, traducido al vocabulario estético del diseñador, equivale a abrigos de cuero y líneas limpias rematados por cenefas de pelo en el bajo, y vestidos de raso a los que solo un discreto frunce en la espalda separa del minimalismo. Es decir, piezas con una salida comercial más fácil.

Aún así, Anderson no renuncia a hacer alarde del músculo artesanal de Loewe. Un valor diferencial que el británico se ha empeñado en reivindicar desde que tomó las riendas de la casa hace seis años. De cara al próximo otoño-invierno, lo exhibe en vestidos híbridos, cuya parte superior está realizada en punto, y la inferior, en organdí; entretejiéndose ambos materiales de manera exquisita en la cintura. “Me interesa ese contraste entre el acabado manual de la lana con la hiperfección de un tejido más rígido. El cambio de ritmo”, explica.

t.gifampliar foto Una modelo, durante el desfile de Nina Ricci en París este viernes. Getty Images

Para no caer en la monotonía de lo cauto, su colección navega entre distintos niveles de intensidad. Y, junto a las prendas más sencillas, ofrece bufandas de marabú, armaduras perladas, guirnaldas de plata y bordados ingleses. “Es como la música que he elegido para el desfile. Tiene momentos más energéticos y otros más tranquilos, porque es así como vestimos. No siempre quieres llevar algo categórico, a veces te apetece simplemente un abrigo negro”. Y Anderson propone un buen surtido: largos y voluminosos con solapas asimétricas y de proporciones sobredimensionadas. Piezas que calientan sin quemar. Y que aportan el toque conceptual justo para trascender la categoría de básico, y ocupar ese espacio intermedio que apela por igual al comprador clásico y al que presume de ínfulas intelectuales.

El mismo arco que pretenden abarcar con sus complementos, auténtico pilar del modelo de negocio de Loewe. Lejos del espíritu vanguardista que definía sus primeros bolsos, los que Anderson acaba de presentar vuelven su mirada hacia el legado de la centenaria marca. Como el Lantern Opera –una reinterpretación del mítico bolso de cocodrilo de los años cincuenta, ahora con una luz incorporada en su interior– o el nuevo Lazo, “un diseño sacado del archivo de la firma” y reformulado.

En esa línea de sensatez se mueven también los diseñadores Rushemy Botter, de 32 años, y Lisi Herrebrugh, de 28, que presentaron el viernes su primera colección para Nina Ricci. La pareja holandesa capitanea en paralelo Botter, una firma experimental masculina que recibió el año pasado el prestigioso Gran Premio del Festival Internacional Hyères de Moda y Fotografía. Con estas credenciales, las expectativas eran altas y presagiaban un cambio rumbo con respecto a su predecesor, Guillaume Henry, mucho más romántico y conservador. La colección, efectivamente, señala en una dirección desconocida para Ricci pero no para el sector.

t.gifampliar foto Una modelo, durante el desfile de Issey Miyake en París este viernes. FRANCOIS GUILLOT AFP

Como Alessandro Sartori en Zegna o Paul Andrew en Salvatore Ferragamo, los holandeses juegan a interpretar la sastrería clásica que tan bien conocen a través de una óptica deportiva. El resultado es más fresco y urbano que el de sus competidores gracias a jerséis con cuellos de goma elástica en colores vivos y a americanas de raya diplomática, cuyas mangas están fruncidas por gomas semejantes a las que se utilizan en los cortavientos. Las chaquetas y los abrigos caen grandes sobre las modelos; muchos incorporan una suerte de envolventes bufandas sobre las solapas; y otros, combinan afiladas siluetas en paño con mangas guateadas de nylon. Algunos detalles del patronaje se destacan en tonos flúor sobre tejidos grises; y los vestidos, fluidos y de cortes limpios, incorporan espaldas que emulan a las de los bañadores de competición. Menos interesante resulta la parte en la que el dúo abandona este camino para tratar de incluir en su trabajo el romanticismo que hizo famosa a la firma. Las blusas y vestidos en crepé color crema y decoradas con enormes volantes no entorpecían pero tampoco aportaban nada a la colección. Pese a ello, parece que Botter y Herrebrugh están preparados para poner en forma a la mítica casa parisina. Solo el tiempo dirá cómo rinden en esta carrera de fondo.

La firma Issey Miyake sabe que la vida de una marca es una maratón. Lleva 48 años sobre las pasarelas y todavía consigue desplegar un poco de magia sobre ella. El viernes, sus abrigos parecían impresos en 3D y los vestidos acordeón se bambolean rítmicamente arriba y abajo al moverse. Pero lo más hipnotizante fue la serie de prendas realizada en un tejido que, como si se tratase de una figura de origami, había sido doblado en pequeñas teselas triangulares iguales a las que componen su icónico bolso Bao Bao. Cuando los modelos caminaban, estas se iban hundiendo y elevando, provocando un efecto parecido al de las imágenes generadas por ordenador. Casi psicotrópico. Como si la realidad, también en cuestiones textiles, imitase a lo digital.

Discípulos inesperados de Lagerfeld

Los gestos y homenajes al difunto Karl Lagerfeld se suceden en la semana de la moda de París. De la carta que la directora creativa de Dior, Maria Grazia Chiuri le dedicó, a las fotos recuperadas del archivo de Chloé con las que la firma para la que el alemán diseñó durante 20 años quiso obsequiar a sus invitados. Las referencias a su legado al frente de Chanel fueron también innegables en el desfile que Balmain celebró el viernes. Las pruebas del tributo no declarado salpicaban la pasarela: trajes de tweed atravesados por bandas transparentes; chaquetas guateadas con tachuelas y vestidos de punto rectos con bajo de pelo y complementados por botas que llegaban hasta el muslo. Incluso se pudo ver una suerte de camelias gigantes. En definitiva: los iconos de la casa Chanel vistos a través del prisma excesivo del director creativo de Balmain, Olivier Rousteing. El diseñasor de 34 años también dio rienda suelta a su querencia por el plástico con el que, en esta ocasión, cubrió vaqueros y compuso gabardinas.

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