Menchi Sábat, el genio uruguayo que combinó jazz y caricatura

Menchi Sábat, el genio uruguayo que combinó jazz y caricatura

Murió Menchi Sábat, un genio uruguayo trasplantado a la Argentina, el pasado 2 de octubre. Nació en Montevideo en 1933 e hizo de todo, desde la música hasta los asados, pintó e hizo caricaturas, y conversó, como su amigo Juan Carlos Onetti, hasta durmiendo, siempre en voz baja, contando. Entre sus amigos hubo un gran cuentista, Julio Cortázar, con el que colaboró. Obtuvo premios nacionales e internacionales, de periodismo y de arte, y cuando recogió el de honor que hace unos años le dedicó su periódico, Clarín, que lo acogió desde 1973 hasta su muerte, en lugar de hablar, para lo que estaba tan dotado, se sentó ante el micrófono manejando un saxofón. Era un extraordinario músico de jazz.

Su casa era un templo de recuerdos, sus paredes estaban llenas (absolutamente llenas) de autógrafos o de recuerdos; la luz estaba hecha para hablar, o para escuchar jazz. Pero ese confort doméstico nunca lo retrajo de la Redacción, donde tenía despacho y a la que acudía cada día. Para Menchi Sábat, todo lo que tenía que ver con los periódicos debía hacerse en los periódicos. Y aunque fuera una caricatura o un retrato, siempre relacionado con la actualidad, él tenía que estar allí para agarrar el concepto, para convertir en metáfora única lo que, en sus manos, se iba a convertir en la noticia del día. Pues lo que él dibujara se convertía, al fin, en lo más relevante que llevaba el periódico, aunque estuviera aislado, o central, en una página.

Como El Roto o como Chumy Chúmez en España, Sábat trabajaba con conceptos. A veces, un solo dibujo, como cuando en 2008 retrató a la entonces presidenta Cristina Kirchner con su boca cruzada por una tachadura, se convertía en un editorial sobre la libertad de expresión que ella combatía desde su magistratura.

En ese tiempo tan controvertido del kirchnerismo en el poder, Sábat publicó un retrato del fiscal Alberto Nisman, muerto en enero de 2015 mientras investigaba asuntos que el Gobierno argentino prefería olvidar: el rostro del magistrado marcado desde la frente con un reguero de sangre que traspasa la boca y señala así el silencio al que a la fuerza fue sometido.

Así trabajaba Menchi Sábat, sin palabras. Sin palabras recorrió cien años de la Argentina, desde el Martín Fierro de José Hernández hasta los tiempos en que Argentina, después de la dictadura de Jorge Rafael Videla, recuperó la democracia. Esa página es una memorable historia que combina el dramatismo de los sucesos con el ambiente abigarrado de la Rue del Percebe y el pulso del Punch británico. Forma parte hoy de una antología precisa de la capacidad de ironía, y de compasión, de la que era capaz este uruguayo cuyo genio se hizo en Montevideo para llenar de admiración a los argentinos.

La periodista argentina, de Clarín, Mercedes Pérez Berfaglia le escuchó decir “en el corazón de la Redacción”, donde tuvo su despacho, que sus trabajos “están más cercanos a la producción plástica que a otra cosa”. Y tenía el genio (y los colores) del pintor, además de su carácter, reconcentrado, silencioso.

A veces se paseaba arriba y abajo del salón en el que se hace el periódico, como si estuviera enfadado con el mundo, como un músico al que se le resiste una nota o como el artista al que se le rebelan los colores. Es probable que entonces tuviera atragantada una noticia, y esta era una palabra mayor de su oficio. Pues desde chico se sintió, además de músico y de pintor, un periodista capaz de dibujar, en una línea, en una cruz o en una raya de sangre el drama de su país, de su tiempo o del mundo.

Su abuelo fue el caricaturista español Hermenegildo Sábat Lleó, su padre fue el dibujante, periodista y escritor Juan Carlos Sábat. Tuvo una gran familia, además, la familia del periodismo, en cuyo seno este uruguayo grande y musical hizo una contribución fundamental a la historia argentina.

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