Los fabulosos árboles que crecen "al revés" y están en peligro
Cuenta la leyenda que los baobabs eran unos árboles tan pero tan presumidos, que un día un dios se cansó de ellos y los puso cabeza abajo. Por eso, dicen en África, sus ramas están enterradas, y lo que vemos en las alturas son en realidad sus raíces, que crecen hacia arriba.
Los baobabs pueden vivir más de 2.500 años, y se habla de ejemplares que superaron los 4.000 (Getty Images)
Lo cuenta el guía de nuestra excursión por la sabana de Botswana, cerca del Delta del Okavango y justo al pie de un enorme baobab de ancho tronco y unos 20 metros de alto. Y cuenta también que en el continente el baobab tiene varios sobrenombres, como “árbol mágico”, “árbol farmacia” o “árbol de la vida”, porque de él todo se aprovecha: las hojas para infusiones, el polvo de los frutos para saborizar la leche, la corteza para construir canoas. Y cuenta también que, se cree, el nombre viene de la palabra árabe buhibab, “padre de muchas semillas”.
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La "avenida de los baobabs", en Madagascar (Getty Images).
Tan buscado por muchos viajeros en África como los “cinco grandes” (elefante, rinoceronte, león, leopardo y búfalo), el baobab es otro de los sellos de identidad del sur del continente. De las ocho especies conocidas, seis crecen en la isla de Madagascar, donde incluso existe la “avenida de los baobabs”, un fantástico tramo de ruta en la provincia de Menabe, donde más de 20 gigantescos baobabs se levantan entre campos y arrozales. Otra especie -la más conocida, la que nos da un poco de sombra en este mediodía botswanés- es la Adansonia digitata, que crece en África continental. Y una tercera menos conocida y más pequeña es la Adansonia gibbosa, típica de Australia.
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Seis de las ocho especies conocidas crecen en Madagascar; otra en el continente africano y la restante, en Australia (Getty Images).
Están entre los árboles más extraordinarios del planeta, y son sin dudas los más retratados -por la fotografía y también por la literatura- de la sabana africana, aunque El Principito no los quisiera y los arrancara de su asteroide antes de que crecieran. También son los más longevos: su etapa de madurez comienza a partir de los… ¡200 años! En condiciones apropiadas pueden vivir hasta 1.000 años, y se habla de ejemplares que soplaron hasta 4.000 velitas.
Los baobabs florecen de noche, y sus grandes flores son muy efímeras (Getty Images)
Sus flores son hermafroditas, blancas y en forma de mano (de ahí el nombre digitata, "con dedos") grande: hasta 12 cm de diámetro. Son polinizadas por murciélagos y, curiosamente, florecen con la puesta de sol; así que si está por allí en verano, preste atención al amanecer; puede que encuentre un baobab vestido de blanco.
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De esas flores nace un fruto que se asemeja a un melón pequeño y alargado y que es conocido como "pan de los monos", que lo devoran con placer. Es rico en vitaminas y fibras y un muy buen alimento; con su pulpa, harinosa y ácida, se elaboran bebidas refrescantes, al estilo de limonadas. En Senegal, por ejemplo, se utiliza para elaborar bouye, una bebida tradicional. Y resulta irresistible para elefantes y gacelas, que también se comen la suave madera del tronco del baobab
El fruto del baobab es conocido como "pan de los monos" (Getty Images)
Además, las semillas negras y la cáscara gruesa del fruto se usan para elaborar aceite de mesa y esmalte, y las hojas del árbol se consumen como verduras o en sopas. La corteza se utiliza con fines medicinales y de ella también se extrae el alcaloide Adansonina, un antídoto contra algunas flechas venenosas. Y hay tribus, como los Dogones de la Falla de Bandiagará (en Malí), que la utilizan para fabricar cuerdas.
Los baobabs más longevos están muriendo a tasas más aceleradas que en el pasado (Getty Images).
Sin embargo, estos espectaculares habitantes de África parecen estar en peligro. Según estudios recientes, los más viejos están muriendo de manera acelerada. Mientras los estudiosos se rascan la cabeza sin comprender bien qué pasa, de los 13 considerados más viejos murieron 9 en pocos años, entre ellos el Panke, un baobab ubicado en Zimbabwe cuya edad se estimaba en más de 2.500 años, que colapsó entre 2010 y 2011.
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Siluetas de baobabs en Madagascar, que declaró zona protegida a un área de 320 ha en Morondava, 700 km al sudoeste de la capital, Antananarivo, en busca de conservar la especie (Gregoire Pourtier / AFP).
Cuando en 2016 cayó uno de los más longevos y admirados de Botswana, el Chapman, se comprobó que en su interior sólo contenía un 40% de agua, mientras los saludables suelen tener alrededor de 70%. El cambio climático -sequía y aumento de temperaturas mediante- parece estar llevándose a los baobabs. Y esta vez, ni El Principito se alegraría.