La revancha del Barrio Chino

La revancha del Barrio Chino

El Año Nuevo Chino me da siempre una segunda oportunidad. Cuando el verano avanza en Buenos Aires y el brindis del 31 de diciembre es el recuerdo de una noche lejana, me vuelven a la mente algunos festejos que vi en las redes sociales: los fuegos artificiales sobre la Ópera de Sidney, las doce uvas que se comen en la Puerta del Sol de Madrid, la cuenta regresiva en Times Square de Nueva York. Y ya superado el silencio post apocalíptico del primer día -y feriado- del año, caigo en la cuenta de que todos los planetas siguen girando, como la rueda de la fortuna.

En el calendario gregoriano comenzó 2019, pero muchos países de Asia y colectividades orientales del mundo ya transitan el número 4717 del calendario lunar. 

Aunque su Año Nuevo empezó el martes 5, el Barrio Chino de Belgrano se vistió de fiesta el fin de semana anterior (el 2 y 3 de febrero). En el marco de los festejos mundiales, se celebró el inicio del Año del Cerdo de Tierra, con exhibiciones de artes marciales, muestras de caligrafía, danza de los leones y conciertos de instrumentos antiguos. Además, por primera vez se organizó una regata de botes-dragón en Puerto Madero, siguiendo una tradición china de 2.200 años.

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Celebración del Año Nuevo Chino en Puerto Madero (Rolando Andrade Stracuzzi).

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Todos los viernes.

A decir verdad, cada año voy a la calle Arribeños con dos objetivos: reforzar los deseos pedidos el 31 de diciembre y presenciar la danza del Dragón, que trae buena suerte. Por eso los negocios del barrio lo reciben con las puertas abiertas: si el animal mitológico te mira a los ojos y cabecea es sinónimo de buen augurio. “De paso, comemos algo y compramos algunas especias”, escuché que dialogaba una pareja.

No sé si será porque en Argentina viven 180 mil chinos (150 mil están en Capital y el Gran Buenos Aires) o si cada vez más personas necesitamos un reaseguro para los deseos del 31 de diciembre y que nos mire el dragón durante un instante mágico, pero este Año del Cerdo había una multitud.

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Tuve que sacar número para pedir unos fideos de arroz a las cuatro de la tarde en un restaurante que cerraba a las cuatro y media. No compré nada en un supermercado porque había una cuadra de cola en la caja. Comí un helado de melón por la calle, leí el mensaje de una galleta de la fortuna y, siempre a los codazos, me traje un bambú.

En el caos me acordé de otros “Chinatown”. Si en San Francisco, Melbourne o Toronto, por ejemplo, le dediqué una tarde entera a recorrer las tiendas y comí tranquila, ¿por qué no cruzo el arco de entrada más seguido del Barrio Chino en Buenos Aires? “Este domingo voy”, pienso cada viernes. Y le cambio el agua al bambú de mi escritorio.

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