El segundo asesinato de León Trotski
Sigmund Freud posa el brazo sobre el hombro de León Trotski. El revolucionario ruso acaba de dejarle en evidencia durante una de sus famosas conferencias en la Viena de principios de siglo XX. Ahora, alejados los dos de la vista del público, es el padre del psicoanálisis quien le critica a él. “Durante nuestro enfrentamiento noté que se le dilataban las pupilas. Solo he visto esa reacción en dos tipos de hombres: los asesinos en serie o los fanáticos religiosos”, le espeta.
Esta conversación nunca tuvo lugar, pero la han visto millones de personas. Es una de las escenas de Trotski, la serie distribuida por Netflix pero producida por el principal canal estatal ruso, controlado por el Kremlin. Y así es como refleja a su protagonista: como un sádico, un completo traidor, como una marioneta. Trotski, revolucionario proscrito, jefe del Ejército Rojo, demonizado después como “enemigo del pueblo” y asesinado por un agente soviético en 1940 en México, es el malo de su propia película. Aparece bajo un prisma tan negativo que ha unido a historiadores, entendidos y a la familia del revolucionario en acusar a los autores de la superproducción no solo de falsear la historia, sino también de utilizar la figura del bolchevique para enviar un mensaje: que la disidencia y las revoluciones son malas.
“Es un ejemplo de cómo no tratar la historia, en particular la del movimiento revolucionario ruso”, explica Alexander Reznik, profesor de la Escuela Nacional de Economía rusa, quien ha investigado a fondo la vida de Trotski. “[La serie] es falsa, tergiversa constantemente los hechos conocidos para construir un ‘tipo ideal de revolucionario’ [palabras de uno de los productores]: una imagen cliché y simplista de un fanático hambriento de poder, ciego a los sufrimientos de su familia”.
La producción, de ocho capítulos, se estrenó en Rusia en 2017, coincidiendo con el centenario de la Revolución. Luego dio el salto mundial con Netflix, donde la pueden ver más de 139 millones de suscriptores. Uno de ellos ha sido Esteban Volkov Bronstein, nieto de Trotski y guardián de su memoria. “El personaje que han fabricado es una falsificación histórica. Está a años luz del revolucionario marxista que conocí. Un hombre de una inteligencia extrema, muy cordial, trabajador incansable, proclive a educar a los jóvenes y que generaba un ambiente cálido a su alrededor”, explica a EL PAÍS desde el jardín de la casa de Ciudad de México donde su abuelo fue asesinado (y que ahora es un museo).
Los responsables, del director hacia abajo, se escudan en que no es una serie histórica, solo basada en hechos reales. “No podemos saber todo lo que sucedió en ese momento, pero pasamos muchas horas con consultores. Y sobre la base de este conocimiento e inspirados en varias historias y hechos, los autores tejieron una historia sólida que mantiene al espectador”, defiende Alexandra Remizova, una de las responsables de Sreda, la productora.
Los herederos de Trotski han organizado una campaña de repudio, apoyada por decenas de intelectuales y figuras públicas como Slavoj Zizek, Frederic Jameson o la filósofa Isabelle Garo. Ya antes, la familia del bolchevique, exiliado errante antes de recabar en México, se había negado tras leer el guion a que se rodasen escenas en la casa museo como pretendía la productora. Entre las muchas falsedades que se encontraron en aquel libreto: que Ramón Mercader –su asesino– fue amante de Frida Kahlo, se hizo pasar por su biógrafo y que el asesinato fue en defensa propia (esta enfadó especialmente a Volkov Bronstein).
“Es además un delito contra México, que investigó y dictó sentencia sobre el crimen”, señala Volkov. “Mercader se fue ganando poco a poco la confianza de la gente cercana a la familia. Solo visitó dos veces el despacho de mi abuelo y lo mató a traición. La versión de la serie se parece mucho a la que durante años difundió el estalinismo, que afirmó que había sido una riña con un partidario decepcionado”. Pero a diferencia de otros mensajes propagandísticos estalinistas, esta serie —plagada de sexo, violencia y efectos especiales— ha costado unos cuatro millones de dólares, tardó cuatro meses en rodarse y contó con un gran elenco de celebridades rusas, como Konstantin Khabenski. Se emitió en horario de máxima audiencia en el principal canal estatal. Y ha cosechado importantes premios nacionales.
También hay duras reprobaciones de quienes ven tras la serie una iniciativa más de la propaganda del Gobierno ruso. Otra forma de asesinar a Trotski, esta vez no con un piolet, como hizo Mercader, sino con la revisión de su memoria. “El mensaje del Kremlin es que todas las revoluciones son malas, y especialmente las financiadas desde el extranjero”, dice la organización de derechos humanos Memorial. Y es que otra de las tesis que desliza el polémico guion es el supuesto apoyo financiero de la inteligencia alemana a los bolcheviques. “Trotski sigue siendo una de las figuras más demonizadas de la historia rusa, por eso es más seguro hacer una película sobre él que sobre Lenin o Stalin”, comenta el experto Reznik.
Trotski desempeñó un papel determinante en la revolución bolchevique de 1917. Pero el nombre y la historia de este brillante orador y teórico marxista, que tuvo que exiliarse en 1929 por sus choques con Stalin, fue tabú durante toda la época soviética, mientras se convertía en ídolo de la izquierda radical occidental. Fue rehabilitado solo tras la caída de la URSS. El León Trotski de la serie es un hombre obsesionado con el poder, de una astucia maquiavélica, dispuesto a matar a un militar leal por celos, acabar con la vida de campesinos o soldados no regulares que se oponían a sus directrices. Incluso de usar como escudo humano a su propio hijo. “Las vidas son ladrillos en el edificio de la revolución, en el curso imparable de la historia”, dice en otra de las escenas de la serie (que también ha sido tildada de antisemita: Trotski era judío).
El revolucionario proscrito, el jefe del Ejército Rojo, tuvo además una vida excepcional. Y los creadores de la serie explotan motivos “exóticos” como su romance con la pintora Frida Kahlo, señalan Reznik. “Es una verdadera estrella del rock and roll. Durante toda su vida, no solo durante la Revolución de Octubre”, comentó durante el estreno en Rusia Konstantin Ernst, director del Canal 1, uno de los más vistos en el país, y un hombre muy cercano al Kremlin. “Cuando miras las gafas, las claquetas de cuero especialmente diseñadas y el tren blindado que se ha usado en la producción… Es casi una historia ciberpunk. Pensamos que es un personaje que puede ser comprensible para el público más joven”, afirmó Ernst. Y ese es el gancho que han usado.
Los herederos de Trotski no tienen planes de iniciar una demanda contra la productora o los guionistas de la serie. De hecho, toman esta nueva polémica como una oportunidad para que se conozca su verdadera historia. Durante el último mes ha aumentado el número de visitantes a la casa museo.