El encanto de la burguesía en París
Hedi Slimane es el rey de la moda autorreferencial. Un experto en traducir a un lenguaje contemporáneo tendencias que el consumidor conoce y con las que, por lo tanto, se siente seguro. Lo hizo con el grunge y el rock de los noventa cuando estuvo al frente de Saint Laurent, y el viernes volvió repetir su truco de magia favorito esta vez para Celine, la firma que dirige desde hace un año. En esta ocasión, el francés se inspiró en el uniforme favorito de la pequeña burguesa de finales de los setenta y principios de los ochenta: botas de piel altas, faldas plisadas y bermudas por debajo de la rodilla, americanas entallas y cazadoras de cuero fruncidas a la cintura, blusas románticas con lazada al cuello y jerseys de cuello vuelto, vestidos con volante victoriano y bolsos bandolera. Todo declinado en una infinita variedad de materiales y acabados: del estampado príncipe de gales al lamé dorado. Un evocador cruce entre Love Story y Jane Birkin que marcará el próximo otoño-invierno.
Los detractores de Slimane -tan apasionados como sus defensores- le acusan de ser demasiado literal. Y, esta temporada, de perpetrar un descarado ejercicio de transcripción de los archivos de la firma francesa. Si su primera colección fue criticada por profanar la identidad de marca que su predecesora, Phobe Philo, había construido; en esta última, lleva la fidelidad a su legado original hasta las últimas consecuencias. ¿No quieres caldo? Pues toma dos tazas.
El mérito no reside, obviamente, en recuperar una corriente estética y reformularla con tejidos y acabados de lujo. El reto consiste en despertar, al hacerlo, todas las conexiones emocionales que el cliente -o quien contempla la ropa- tiene con esa época. Y Slimane lo consigue: hay mujeres que recordarán su propia juventud; otras, la de sus madres. Y para una generación nacida después de los años noventa quizá suponga el descubrimiento de un estilo cuyos ecos percibían sin saberlo en el Gucci de Alessandro Michele. Se trata, en definitiva, de generar deseo. De crear tendencia. Algo que, en un mercado tan cauto que resulta redundante, no es poca cosa. Slimane tiene esa capacidad en común con la añorada Philo. Sus discursos son radicalmente opuestos y puede que la mujer a la que se dirijan también, pero ambos saben como manipular el mecanismo de los anhelos, que desemboca en la compra. ¿Y no es ese, por mucho que se maquille, el último fin de la multimillonaria industria de la moda actual?
Una modelo, durante el desfile de Hermès, en París este sábado. Richard Bord WireImage
La estrategia de Hermès ha sido siempre ir lento pero seguro. Y la mejor prueba de ello, se vio el sábado sobre la pasarela: maravillosos minishorts de ante -inéditos en la marca-, abrigos de ante con tachuelas, monos de siluetas afiladas, blusas tornasolada, chaquetones de lana y cuero; y, lo más inquietante, pantalones pesqueros con hebillas en el bajo: una tendencia que se creía extinta en el 2.000 y que amenaza con volver. Las botas se construyen con una suerte de calcetines que terminan en tacones cuadrados de charol y los bolsos se enriquecen con varias asas, algunas lisas y otras con trabajados estampados. La paleta de color va del beig al verde y recuerdo un bosque de otoño. Se trata, una vez más, de un alarde de saber hacer artseanal y una reivindicación de los códigos de la casa francesa: el trabajo de la piel y la seda. Cando la sencillez encierra la mayor de las riquezas.
La firma estadounidense Tommy Hilfiger desfiló el sábado por primera vez en París. Con una espectacular puesta en escena en el Teatro de los Campos Elíseos que contó con la participación sorpresa de Grace Jones presentó una colección realizada en colaboración con Zendaya, otrora niña prodigio de Disney y hoy estrella multitarea con 55 millones de seguidores en Instragram. "La relación con las celebrities es ahora mismo lo más importante para la marca", explicaba horas antes del show el propio Tommy Hilfiger. "A través de ellas somos capaces de introducir a sus fans en nuestra firma, pero los proyectos que hagamos juntos tienen que ser auténticos. La gente se da cuenta en seguida de cuando algo es una pantomima". Según el diseñador, la cantante no solo ha participado en el diseño de la colección, sino que ha testado en sí misma cada pieza y elegido personalmente a todas las modelos. Asociar sus valores a los de la enseña es otro de los principales propósitos de este tipo de alianzas. "Zendaya es una activista que lucha por las mujeres y especialmente por las de color. No queremos ser políticos de ninguna forma, pero sí inclusivos". Asegura que siempre han valorado y respetado la diversidad, "no como otras marcas". Y, aunque se niega a dar nombres, los casos de Dolce & Gabbana, Prada o Gucci -acusados recientemente de actitudes racistas o, en el mejor de los casos, poco políticamente correctas- sobrevuela la habitación del hotel donde concede la entrevista. "La gente es mucho más sensible ahora: busca la forma de encontrar algo inapropiado en tu discurso. Pero tenemos que ser inteligentes y adaptarnos a las nuevas necesidades el consumidor".
Una modelo, en el desfile de Tommy Hilfiger, este sábado. Regis Duvignau REUTERS
Siguiendo la estrategia del see now, buy now de la que Hilfiger es apóstol, todas las prendas se pusieron a la venta inmediatamente después el desfile. Una fórmula que ha generado "ganancias sustanciales" para la marca. "Es cierto que existe una gratificación en esperar por las cosas, pero depende de cuales. Por un traje hecho a medida tiene sentido. Pero cuando es algo que lleva todo el mundo, lo quieres ya. Y si tú no se lo das otro estará dispuesto a hacerlo".
El gusto por la sencillez que se ha dejado notar en todas las pasarelas internacionales también ha llegado a Elie Saab. Pero, para el maestro de los cristales bordados y el encaje, la simplicidad significa otra cosa distinta que para el resto de los mortales: voluminosos hombros, volantes XL y colas kilométricas. Eso sí, ni rastro de pasamanería ni abalorios, pero con toda la grandeur que ha hecho famoso al libanés.