Del grifo de oro al brutalismo: ¿Puede Kanye West revolucionar también la arquitectura?
En 1998, la casa que habitaba OJ Simpson, una de las estrellas de color más célebres de la historia del deporte americano, en Brentwood (Los Ángeles), fue demolida por sus nuevos propietarios, quienes incluso pidieron un cambio de dirección para evitar que la finca fuera localizada por turistas y curiosos. La casa se había hecho casi tan famosa como su propietario cuando este fue acusado en 1994 del asesinato de su exmujer, sobre todo cuando trascendió que en el jardín de la mansión la antigua estrella del fútbol americano exhibía una estatua en bronce de sí mismo.
Eran los años noventa, un periodo fabuloso para la cultura afroamericana, que iba a ser rescatada del gueto porque, vaya por Dios, cada vez había más millonarios afroamericanos. El problema fue que esos millonarios, como OJ Simpson, tenían cero interés en aportar nada a la comunidad afroamericana. En el fondo, solo querían ser aceptados en los círculos en los que se movían los millonarios blancos. Curiosamente, la estatua terminó en manos de Flavor Flav, miembro de Public Enemy –el combo de hip hop más abiertamente político de la historia–, cuando las posesiones del deportista fueron subastadas para pagar la indemnización a los familiares de la víctima. Inspirados en los Panteras Negras, Public Enemy estuvieron durante años vigilados por el FBI. Flavor Flav se dispone a subastarla.
Ya en los noventa, otros miembros de Public Enemy amenazaron con echarle del grupo por mamarracho. El tiempo les ha dado la razón. Aquí, Flavor Flav con la ya poco valorada estatua en bronce de OJ Simpson.
A unos 25 minutos en coche de Brentwood, el barrio donde vivía OJ Simpson y donde también se criaron las Kardashian –su padre era amigo y abogado del exjugador de fútbol americano–, se encuentra Calabassas. Hasta hace poco, un suburbio falsamente aspiracional al que se empezó a mudar gente como las propias Kardashian –ya convertidas en estrellas virales– o Justin Bieber. Una de las residencias de Kanye West y Kim Kardashian se halla aquí, y en este mismo lugar, el rapero, diseñador y empresario ha decidido instalar la sede de su marca, Yeezy. En una anónima zona de oficinas se ha hecho con un edificio de 14.500 metros cuadrados, construido en cemento y hormigón durante los años setenta, totalmente alejado del exhibicionismo imperante en una comunidad en la que es más fácil encontrar un concesionario de Lexus que un buzón o una acera y mucho más cerca del utilitarismo o el brutalismo que del maximalismo y el culto a la personalidad. Hasta hoy, cuando se metían en la ecuación las palabras brutal y hip hop lo que salía eran ejemplos como la mansión de Lil’ Wayne en Miami Beach, valorada en 15 millones de euros, donde se han producido, al menos, dos tiroteos y que entre sus atracciones incluye una piscina para tiburones. O los 125 millones que cuesta la propiedad de Beyoncé y Jay-Z en Bel Air. O el cine con 25 butacas que esconde la casa de Drake. O las 16 cámaras de seguridad que decoran la mansión de Chris Brown. O los diez millones en obras –la grifería debía estar hecha unos zorros– que se supone se gastó Kylie Jenner cuando adquirió junto a Travis Scott su mansión en Calabassas por 30 millones de euros.
Todo el mobiliario interior ha sido construido a medida en Italia. Nicholas Alan Cope | Pinterest
“Se trata de observar lo mundano y lo cotidiano y recontextualizar las cosas que una vez consideramos feas”. Así lo definía Willo Perron, artífice de la reforma que ha convertido esta construcción en un espacio austero, casi minimalista, algo terriblemente alejado de la estética que ha dominado el universo del rap desde que Public Enemy dejaron de ser relevantes por su música y empezaron a aparecer en las noticias porque alguno de sus miembros había comprado una estatua de un falso ídolo afroamericano. Perron lidera un estudio de diseño que ha ayudado a definir la imagen de artistas como Kendrick Lamar o Florence Welch. Lleva más de una década colaborando con Kanye West, diseñando desde las portadas de sus discos hasta sus escenarios.
La utopía de Kanye West mide 14.500 metros cuadrados de cemento y hormigón. Nicholas Alan Cope
Todo el mobiliario interior ha sido construido a medida en Italia según las indicaciones de Perron y, en algunos aspectos, recuerda al trabajo que realizó a principios de este mismo año el diseñador belga Axel Vervoordt (minimalista sin ser dogmático, vintagista sin ser hipster) en la casa de Kim y Kanye en Bel Air. Junto a la propiedad que le compró Pharrell Williams al arquitecto Harry Belzberg en Laurel Canyon y que fue residencia de este, tal vez la única mansión de rapero que no parece un lugar donde podrían habitar Eduardo Manostijeras o Liberace. O ambos. “Esto es el principio de una utopía”, declaraba Perron a la revista Pin Up el día en que se dio a conocer la sede de Yeezy. “Creo que todos los que tienen la energía que posee Kanye y tienen tanta inspiración, tarde o temprano tratan de imaginar una utopía”. Kanye West ha sufrido una transformación y esta, sin tal vez siquiera él saberlo, puede ser la punta de lanza de una incluso mayor, una que poco o nada tiene que ver con el tipo que escribió hace cinco años una canción titulada I am a god (soy un dios) y cuyo verso más célebre rezaba: “a ver si os dais prisa con los malditos cruasanes”. La principal inspiración para ese disco, Yeezus, según declararía el propio West a la BBC, fue una lámpara de Le Corbusier.
Aunque aparentemente un lugar como la sede de Yeezy, donde se van a diseñar zapatillas que costarán más que el alquiler de un mes en cualquier piso de gueto estadounidense, poco tiene que ver con lo que entendemos como regeneración urbanística, sí es cierto que hay algo en sus preceptos, tanto estéticos como fundacionales, que le emparentan con un movimiento surgido estos años llamado Arquitectura Hip Hop. El término ha sido acuñado por Mike Ford, líder del colectivo BrandNU, que se dedica a repensar el urbanismo y la arquitectura desde los principios del hip hop. “Esta música está saturada de referencias a la arquitectura”, apunta Ford. “Y no solo para criticar la decrepitud del barrio, sino como forma de expresar cómo este debería ser. En una de sus canciones, KRS_One habla de que los artistas del género harían bien en comprar casas para construir una ciudad hip hop”.
Minimalista sin ser dogmático, vintagista sin ser hipster. Así es el interior de la nueva sede Yeezy. Nicholas Alan Cope | Pinterest
Para Seku Cooke, arquitecto y responsable de una muestra sobre rap y diseño que actualmente puede verse en la Universidad de Siracusa, el cambio que se denota en las oficinas de Yeezy es parte de la culminación de una década en la que, paso a paso, el hip hop se ha hecho no solo con el dinero, sino también con el poder: “Hasta hace cinco o diez años no hemos tenido a nadie tan influyente. Jay Z no era aún el Rey de América. Dr. Dre aún no sabía qué hacer con sus negocios. Ahora vende sus empresas por miles de millones. Se han dado cuenta de que tienen una influencia descomunal y están empezando a fijarse en todos los elementos creativos y preguntándose qué pueden aportar en cada campo. Si pueden ser clave en la moda o el diseño de producto, ¿por qué no pueden serlo también en la arquitectura?”. El rapero Chino XL, que fue ponente en uno de los campus organizados por Ford, arrancó su discurso diciendo que en su vida había visto un arquitecto en carne y hueso. Eso ya pasó.
La estatua de OJ Simpson que Flavor Flav esperaba vender por seis cifras solo ha recibido una oferta, de menos de 3.000 euros. Ni el propio OJ la quiere ya. Mientras, Kendrick Lamar, el primer rapero en ganar un Pulitzer, ha vendido tres millones de su último disco (Damn.) y vive en una casa de cuatro habitaciones valorada en menos de medio millón de euros, aunque se acaba de comprar una mansión de 2,5 millones en Calabassas que no va a habitar. No va con su estilo. Solo la quiere como inversión. El éxito hoy en el hip hop brilla menos, pero luce más.