Cómo evitar el síndrome Túpac Amaru en los hijos de padres separados

Cómo evitar el síndrome Túpac Amaru en los hijos de padres separados

Chicos que quedan en lugar de rehenes y son descuartizados emocionalmente en al quedar en medio del conflicto entre sus padres.

31/10/2018 - 8:30

Clarin.comBuena Vida

"Ale estoy encerrado en mi cuarto, hablo bajito para que no me escuchen. Papá y mamá están discutiendo muy fuerte. Tengo miedo que se maten. Ayúdame, por favor.”

Domingo a la tardecita, una chiquita de 8 años y su desesperado pedido de ayuda.

Llamo a su madre, sin respuesta. Su padre atiende el teléfono al cabo de varios intentos. Los cito a una entrevista urgente al día siguiente y les cuento del horror que están generando en la cabeza de esta pequeña.

Se separaron luego de varios intentos fallidos de rearmar lo desarmado en un largo y triste periplo, pero la separación lejos de traer calma fue la prolongación del infierno. Estos padres no tiene registro alguno del daño enorme y muchas veces irreparable que provocan en su hija.

Para los niños, los padres son el sostén y punto de apoyo por excelencia. Son quienes deben garantizar que “nada malo va a ocurrir”. Y cuando el conflicto entre ellos se hace inmanejable, en el desorden y descontrol de la “batalla” pierden el norte, y olvidan que en el medio hay hijos que observan y sufren.

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El daño provocado a los chicos es muchas veces irreparable.

Impotentes, desamparados, en la más absoluta soledad miran como sus padres se “destrozan” y dan por nula la indefensión que define la infancia. Los hijos no pueden elegir, aman en general a padre y padre por igual.

No podemos pedirles que tomen partido, que sean jueces de silla, árbitros de un conflicto que les es ajeno. Son sus padres, y precisan de uno y de otro. Quedan en el lugar de rehenes, son descuartizados emocionalmente por la inmadurez y el descontrol. Sufren en algo que podemos llamar el “síndrome de Túpac Amaru”.

El cacique Túpac Amaru fue un líder y caudillo indígena en el silgo XVIII. Capturado y torturado por los españoles para sacarle información muere con cuatro caballos que tiran de sus miembros hasta despedazarlo. Así de cruel es la sensación de los pequeños cuando sus padres pelean y tiran de sus emociones en una batalla que está perdida desde los inicios. Pierde el niño, pierden los padres, todos derrotados en el reino del disparate.

Pensemos desde el sentido común y veamos cómo manejar las emociones los adultos para cuidar a quienes tenemos en nuestras manos, nuestros hijos.

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Hay que evitar hacerlos tomar partido.

“Es igual al padre, me lo hace a propósito. Sabe que odio esta manera de manipular. Él lo sabe bien, sabe que copia la prepotencia de su padre, la manera de maltratar, de humillarme, de despreciarme. Lo peor de él heredó ¡Qué castigo tan grande!”

Dice la madre desde el diván, habla de su hijo de 13 años, que le recuerda permanentemente a su ex marido.

No se da cuenta que en esta fusión imaginaria de roles y personas, ella convoca al padre en la figura de su hijo cada vez que lo compara (y se lo dice).

No percibe tampoco que si ella no logra ubicarlo en su singularidad y diferencia no podrá su muchachito despegar algo que sus padres generaron: un conflicto que le es ajeno por los orígenes, pero propio por la cercanía de los protagonistas.

Él confronta porque es adolescente y es su trabajo cotejar a los padres, no porque repita el esquema vincular de sus padres, pero su madre no lo puede ver porque las llagas están abiertas.

Se escucha en la intimidad de los consultorios psicológicos muchas de estas confesiones, llenas de dolor, bronca, e impotencia. Padres y madres con protagonistas mezclados, confundidos, superpuestos. Los hijos se parecen a los padres, claro está, hay herencia biológica y emocional. Y toman rasgos nuestros sin darse cuenta, y se diferencian en el camino del crecer de aquellas cuestiones que han padecido. Se parecen, pero son personas diferentes.

Y los padres en pleno litigio con los ex suelen confundir estos rasgos similares con una “toma de partido” o una intencionalidad manifiesta de los hijos.

No quieren los hijos maltratar a los padres, no quieren reproducir los conflictos que sufrieron como protagonistas involuntarios e indefensos. Pero la hipersensibilidad de los mayores los convoca y quedan atrapados en estos disfraces que no les pertenecen.

Que los hijos sean hijos, que los conflictos se resuelvan donde se tienen que resolver: en los bares, café de por medio; o en los tribunales en el peor de los casos, pero jamás en los cabezas de los pequeños, ellos no tienen la culpa.

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Debe haber puntos de acuerdo para que en las casas de ambos la crianza siga una misma línea.

Los hijos no son palomas mensajeras

Es alarmante el lugar en que los padres ubican a sus hijos cuando el conflicto con los ex gobierna sus emociones.

El odio entre uno y otro es más fuerte en las decisiones que el amor (que sin duda tienen) por sus hijos. Entonces les piden a sus pequeños la espantosa tarea de transmitir mensajes oscuros a sus ex.

"Decile a tu padre que no tenemos plata ni para comprar aceite, que deposite lo que me debe.”

“Por culpa de tu madre tengo los nervios a la miseria, ¡que te lleve ella de vacaciones!"

"Avisale a tu padre que yo no te compro ropa para que ella la pierda."

"Que tu madre compre ella el juguete, con la plata que le doy sobra.”

"Que rápido se olvidó de mi tu padre, ¡ya tiene noviecita!"

Escribo estas líneas y pienso sino será demasiado, y claro que lo es, pero ocurre, lamentablemente ocurre.

Sepamos los adultos que estas frases destrozan la cabeza de los niños, los cargan de angustia, impotencia, dolor profundo, les enseñamos a odiar, y nada más ni nada menos que a sus padres. Los enfermamos.

La propuesta, sencilla: si el mensaje es para un adulto, el interlocutor deberá ser un par. Si no podemos hablar nosotros, lo harán los abogados, o algún miembro de la familia que esté en condiciones.

Recordemos por favor la asimetría del vínculo, no somos pares de nuestros hijos. Hay una letra de diferencia, pero es un montón.

No somos pares, ¡somos padres!

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En el medio, los hijos observan y sufren.

Parentalidad compartida, el gran desafío

“Me encanta ir a la casa de mi papá: tengo play todo el día y puedo jugar con su teléfono que está buenísimo, y no me dice nada de que ordene la pieza. ¡Es un genio!”

Difícil explicarle a este niño de 9 años el daño que estos padres le generan al no acordar criterios básicos de crianza. No importa si juntos o separados, los hijos precisan padres de acuerdo en las cuestiones básicas de su educación.

Reglas parecidas y homogéneas respecto a:

✔️Uso de tecnología

✔️Horarios de sueño

✔️Hábitos de higiene y alimentación

✔️Normas respecto al estudio

Los hijos no pueden vivir realidades opuestas, la casa de la madre y la del padre no deben ser universos paralelos con normas diferentes.

Se crían hijos confundidos, los obligamos a transgredir. Les damos señales equívocas y confusas, los enfermamos, les hacemos daño, y ese daño tiene consecuencias en su presente y su futuro.

Los niños no son espías, ni informantes, son niños.

“¿Estaba solo papi? ¿Quién era la amiga? ¿La habías visto otra vez, es joven?

"¿Y mamá que ropa tenía? ¡¡ ¿El vestido rojo se puso para ir a una fiesta de trabajo?!!"

“¿Con quién habla mamá que la escucho muy entretenida?

"¿Están solos?"

Una vez más, Túpac, hijos despedazados en las cuestiones no resueltas de los padres.

La tentación es grande, pero no son testigos presenciales, son nuestros hijos. Y es egoísta exponerlos a este lugar horrible de ser confidentes de uno u otro progenitor.

De la misma manera, eviten los padres por favor las alianzas tóxicas con los hijos: “Este es un secreto entre vos y yo, ¡a tu madre nada!”. Es ni más ni menos que obligarlos a mentir a sus propios padres.

Quizás sea iluso, pero en algún momento estas parejas decidieron compartir juntos la aventura de ser padres, que esto no se les diluya en el odio acumulado.

No comparten el amor entre sí, pero sigue existiendo esa persona que tanto aman. Que Túpac Amaru sea solo una triste historia y no un modelo que se repita en lo cotidiano.

Que disfruten finalmente los padres, luego de los momentos dolorosos que han vivido. Los hijos los necesitan (como pareja de padres) más juntos que nunca, por su bien, por el de todos, y que puedan compartir la exquisita aventura de ver crecer a quienes más amamos.

*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.​​

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