Canciones esquivando las gotas
Si puede llover, llueve. Es la fatalidad de los conciertos al aire libre. Sant Boi, anochece el viernes. Todo el Baix Llobregat parece despejado de nubes de lluvia exceptuando una zona cubierta por una boina color Averno. En el escenario de la plaza del Ayuntamiento actúan Ominira, un grupo novel que mira al cielo. Y llueve, claro. Ante ellos, una persona desafía las gotas, mientras el resto pulula por los bares y bajo las sombrillas de las terrazas buscando guarecerse. En los camerinos reina el nerviosismo entre los que esperan por actuar, las estrellas de la noche. Al final San Baudilio, aquel diácono que perdió la cabeza por fidelidad al que según sus creencias envía lluvia a la tierra, intercede y cuando el concierto principal comienza, de la lluvia sólo queda el testimonio del suelo mojado y el brillar de los charcos. A partir de entonces, mandó la voz.
Entorno a ella se orquestó el espectáculo central, una producción propia del festival Altaveu bajo el nombre Alça la Veu para celebrar sus 30 años de historia. Diversos artistas desfilaron por escena para interpretar aquella canción que ellos consideran particularmente significativa de su repertorio. Presenta Dolo Beltrán, hija de Sant Boi y la noche del viernes protegida por San Baudilio. Amplia lista no reproducible en su integridad que genera momentos de notable intensidad. Voces estupendas como las de Nuria Graham, Judith Neddermann, Roger Mas, Paula Valls, Maria Arnal, un Enric Montefusco recuperando Adelante Bonaparte y un cierre con la coral local Renaixença. Caen dos gotillas, pero nadie se da por aludido, menos aún los chiquillos que atraviesan la plaza, veloces en su particular versión de la blitzkrieg. La música no les amansa. No hay un público, hay públicos. La mirada siempre puede ocuparse si en escena no pasa nada.
No es el caso, pues en escena pasan cosas. Una, llamativa. Sabido es que Ruper Ordorika tiene una voz antigua, profunda. Es un cantante de tomo y lomo, hondo. Le acompaña Quimi Portet, una voz menos dotada. Quimi comienza a cantar en euskera Martín Larralde, un tema bello y triste de Ruper que habla de un zapatero de Hazparne que murió olvidado en el exilio mientras la vida seguía su lento goteo: “Se reza en las casas y en las iglesias los rezos, los rezos de siempre, se elevan como el humo en invierno”. Continúa Ruper con la segunda estrofa y todo cambia, la canción gana hondura y verosimilitud, tristeza y nostalgia. Cambian las tornas y Ruper entona la primera estrofa de Homes i dones del cap dret. Su voz, ya precisado, extraordinaria, no acaba de ajustarse. Entra la de Quimi y la canción gana luz, sentido, intención, ironía. Mientras el sirimiri evoca el Oñate natal de Ruper se puede pensar en que cada compositor escribe para enguantar su voz, de forma que no hay voces buenas o malas, sino voces que expresan según son. Como dijo un conocedor, “cada artista tiene su caligrafía”. Acabado el concierto, volvió a llover, pero las gotas no diluyeron la tinta de las palabras.
En otro rincón de Sant Boi, el coqueto teatro de bolsillo de Cal Ninyo, Vieux Farka Touré propone un viaje sonoro a Mali. Toca la guitarra de forma que parece tocar dos, y lo hace sin esfuerzo, con una digitación que hace relucir el oro de sus anillos, cuatro, de su pulsera, de su reloj y de su cadena. Y no mira sus dedos, sino al público, particularmente a una criatura de la segunda fila, a la que sonríe con dentadura blanca de piano. Propone cantar el estribillo de Samba sa kairi, pero el público no domina el idioma bambara, entonado con acento del Baix Llobregat. Pasa a las palmas, y el público imita el goteo irregular de las gotas de lluvia, aunque él no pierde el compás. Palpita el blues de África, resultando pasaporte para viajar a la tierra de su padre, Ali Farka Toure, y escuchar el resonar de los espacios abiertos del desierto, tan vacío como lleno de evocaciones. Es blues africano, es tradición renovada. Acaba su concierto y la boina ya no tapa Sant Boi. El Altaveu se ha sobrepuesto a la lluvia con música.