Albert Baró: el alumno de "Merlí" que enamora a las argentinas
Con una encantadora suavidad que lleva a imaginar -erróneamente- la imposición de una condición para la entrevista, pide disculpas porque siente que sus zapatillas no están impecables, como sí lo está su ropa nueva. Se trajo un par de repuesto, “pero es que si me las cambio me retraso”. Un detalle nada menor para confirmar que Albert Baró se despega, en muchas de sus formas, del pelotón de actores jóvenes a los que suelen fastidiarles las notas. De hecho, el “gracias” y el “vale” suenan seguido sobre la mesa del bar de un hotel de Palermo, en este otoñal anochecer en el que el español que coprotagoniza Argentina, tierra de amor y venganza (a las 22, por El Trece) comparte cómo transita su desembarco en Buenos Aires.
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Tiene 22 años y su modo pone en duda esa cifra. Se recorta como un caballero al que, pareciera, le sobrara experiencia. Celebra el reportaje, aunque sea post jornada. No necesita hablar de las 10 horas de grabación que dejó atrás entre Don Torcuato (los estudios de Pol-ka) y un exterior en Hurlingham. Ni se refugia en la alergia que se adueñó de su voz por estas horas, ni en el cansancio. Sólo dice gracias y se entrega a la charla, con un té de jengibre y limón para limar asperezas. Las de la garganta. De las otras, ninguna.
Si bien lleva una década en la actuación -debutó a los 12 en TV, con El corazón de la ciudad, en TV3-, el reconocimiento público llegó con su complejo papel de Joan Capdevila, uno de los alumnos de Merlí (enorme serie española sobre un profesor de Filosofía enemistado con la ortodoxia). De ahí surgió la chance de que Adrián Suar lo fichara para las ligas de Pol-ka, donde comparte protagónico con Benjamín Vicuña, Gonzalo Heredia y la “China” Suárez.
Albert debutó en la televisión catalana a las 12 años. Con 10 de experiencia ya protagoniza una ficción en la Argentina. Foto: Mario Quinteros.
En noviembre del año pasado, vía telefónica, le adelantó a Clarín cómo palpitaba su llegada a la Argentina. Y, como buen futbolero, fanático del Barcelona, anticipó que aquí iría a alguna cancha “porque me encanta cómo viven el fútbol ustedes”. Aquella vez dijo que no sabría si se haría de River o de Boca.
Cuatro meses después, cara a cara, sonríe al respecto. Y confiesa una perlita: “El año pasado vivía en Madrid -donde grababa la tira Servir y proteger- y, como ya sabía que vendría a trabajar, estaba muy pendiente del partido de la Libertadores. Cuando se confirmó que se jugaba en el Bernabéu decidí ir. Compré las entradas el mismo domingo (9 de diciembre, inolvidable para unos y para otros) y fui con mi chica, que es argentina”.
El año pasado, Albert Baró se puso de novio con una argentina que vive en Madrid. Ella ahora lo acompañó en su desembarco en Buenos Aires.
-Entonces, 1 a 0 para Boca, luego gol de Pratto, gol de Quintero y finalmente el golazo del Pity...
-Sí, claro, no había portero ni nada, fue un gran gol.
-¿Y ahí te decidiste por uno?
-No, ahí no... Bueno, es que no me decidí, en verdad. Yo soy del Barcelona, mi sentimiento futbolero será así siempre. Aquí ya he ido a los dos estadios y me han regalado la camiseta de River, pero, bueno, Nerina es de Boca.
Nerina es su novia desde hace un año: trabaja en la capital española y ahora pudo acompañarlo un tiempito para que su llegada a estas tierras fuera con el abrigo del afecto. “Todo fue intenso desde el comienzo y con ella se me hizo fácil la adaptación. Llegué el 26 de diciembre y el 2 ya empezaba el rodaje. Bajé del avión, pasé por casa (un departamento que le alquiló la producción), dejé las maletas y me llevaron a Pol-ka para reuniones, prueba de vestuario, peluquería. Esos primeros días fueron tremendos”, recuerda con cara de haber corrido en medio del cambio de hoja del almanaque.
-En esa nota de noviembre habíamos hablado de que ibas a pasar tus primeras fiestas de fin de año con calor.
-La noche del 31 fue una pasada... estaba en manga corta celebrando el fin de año. Aparte fue muy bonito porque justo cuando eran las 12 allá, y mi familia estaba festejando en Cataluña, aquí recién estábamos preparándonos para la cena en la casa de Nerina. Nos hicimos una videollamada con su ya 1° de enero, era como hablar con el futuro. Y luego los llamé y ellos estaban festejando como a las 4 o 5 de la mañana.
Vínculo profundo: el que Merli (Francesc Orella) generó con uno de sus mejores alumnos, Joan (Albert Baró) en la serie catalana "Merli", disponible en Netflix.
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-¿Cómo lleva tu familia esta distancia?
-Bien, porque desde bien pequeñito hacía viajes puntuales desde mi pueblo, San Esteban de Palautordera, a Barcelona (50 minutos, promedio, en auto) para estar en el set. Empecé con 12 años y siempre he tenido una cierta independencia. Mis padres confían mucho en mí. En estos últimos años, con Merlí, me puse a vivir en Barcelona directamente y algunos fines de semana aprovechaba y me iba a ver a la familia, pero no era cosa de todos los días. Ya me acostumbré a separarnos. Igualmente nunca estuve con tanta lejanía física como ahora.
-Por suerte la tecnología acorta la distancia.
-Es lo que dice mi abuela: “Suerte que existe esto, Albert, así puedo sentirte cerca”. Agarra el móvil de mi tía y me ve en la pantalla y no lo puede creer.
Habla de la abuela María, de 91 años, y se le potencia la dulzura de esa mirada que la cámara de Argentina, tierra de amor y venganza sabe aprovechar. Le gusta, se le nota, por dónde anda la charla y decide rendir tributo: “La abuela es increíble, siempre está ahí. Merlí la vio en el televisor, luego me vio en la diaria Servir y proteger y se enganchó tanto que todavía la sigue, aunque yo ya no esté en la pantalla. Y cuando le conté que me venía para otra tira diaria dijo ‘Pues, bueno, veré cómo hacer para seguirla, porque no me la pienso perder’. Entonces le ponen un ordenador y la ve a través de Internet. Y a veces hace encuentros con mis padres, que viven al lado, y todos se ponen a ver lo que estoy haciendo ahora. Y eso, a mí, me hace sentir muy conectado y acompañado”.
-¿La abuela te da algún consejo?
-Ella, antes de cortar la llamada, me pide: “Come, descansa, duerme y disfruta”. Y mis padres me dicen que “Vamos, que fuerza, que a tope con todo esto”. Siempre me apoyan y eso es fundamental, porque finalmente sólo tengo 22 años.
-¿Cumplís con todo lo que te pide la abuela?
-En lo de comer sí y en lo de descansar no tanto, porque esto es muy intenso. Nunca había tenido un proyecto siendo protagonista, con muchas escenas por día, en jornadas de 8 a 18 todos los días. Me levanto a las 6.15, me baño, me cambio, a las 7 me pasan a buscar para poder estar 7.30 en Pol-ka. Y recién ahí me pido el desayuno en el bar.
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-¿Siempre estás en “modo disciplinado”?
-Es que me comprometo con el trabajo... Es un tema que tengo, porque pienso que a veces estaría bueno desconectar un poco y equilibrar. Es mi forma, pero quiero buscar la manera de que entren otros aires para refrescar la cabeza. Pero, bueno, vamos, que ahora estoy enfocado ciento por ciento en esto y, como no me conocen mucho, está bien que sepan de mi responsabilidad.
-¿Notás alguna diferencia entre los modos de trabajar en España y aquí?
-En cuanto a las dinámicas dentro del set te digo que son las mismas. Pero, luego, a nivel de organización previa, sí que es distinto en cuanto a la planificación de escenas y tal. En Madrid, por ejemplo, cuando hacía Cuidar y proteger, los viernes me mandaban el plan de rodaje completo de la semana siguiente, entonces podía organizar también mi vida personal. Aquí no es así, es todo más ajustado.
-¿Ya te acostumbraste?
-Me costó mucho al principio, pero por suerte pudimos tener charlas, me escucharon y ahora, cuando está al alcance de producción, me van mandando pre planes. Los viernes suelo recibir las secuencias de lunes y martes y eso me permite relajarme un poco más.
-Encima tu personaje es uno de los más complejos en cuanto al cóctel de emociones que atraviesa...
-Bruno tiene un arco muy amplio: arranca con la guerra (década del ‘30, España), con la traición de su amigo (Vicuña), luego no encuentra a su hermana y ahí arranca su viaje... viaje en todo sentido, con muchos sentimientos mezclados. Su vida es un quilombo.
-Ah, decís quilombo...
-Sí, la he aprendido aquí. Hay muchas palabras que he escuchado en este tiempo y ya me salen como automáticas, tipo pileta, valija... Y lo que tengo mucho ahora es esto para expresarme. Creo que es lo primero que se me pegó.
Su mano construye un montoncito y él está como un niño con chiche nuevo. Lo hace y sonríe.
No sabe hasta cuándo estará en el país, ni cuándo podrá darse el gusto de conocer a Ricardo Darín, pero “voy día a día, es una experiencia maravillosa y me gustan mucho mis compañeros. Me siento muy cuidado. Lo que me encanta de los argentinos es que enseguida abren puertas para hacer piña”. Habla de agruparse y pasarla bien. Habla como aprendió, con esas palabras muy suyas. Y vaya si sabe hacerse entender.
Bruno Salvat, un galán de época
Bruno Salvat, el personaje de Baró, estuvo en la Guerra Civil Española. Vivió una transformación muy fuerte, de España a la Argentina. Y de la amistad incondicional a la traición.
La Guerra Civil Española marcó un quiebre en la vida de Bruno Salvat, el personaje de Albert Baró en Argentina, tierra de amor y venganza (El Trece). No sólo por el dramatismo de lo bélico en sí, sino porque su amigo de aquellos años, Torcuato (Benjamín Vicuña), lo traicionó: se quedó con su fortuna y se llevó a su hermana. Ahí comenzó a construir él la venganza de la que habla el título, mostrando otro perfil, con más sombras, más complejidades, sin por eso perder su escala de valores. Y en el medio se enamoró de Lucía (Delfina Chaves), la mujer de Torcuato. Sorpresas que da la vida.
En la tira de época de Pol-ka, el personaje de Albert Baró se enamora del de Delfin Chaves, una de las parejas favoritas del público.
"Aquí la gente sale a tomar helado, un planazo"
Novio de una argentina que vive en Madrid, alguna que otra vez ya había probado el mate, “pero ahora aprendí esto del ritual, de la ronda, de lo que significa tomar mate en grupo. Y me encantan los amargos. Tengo bombilla, yerba, pero todavía no me compré el mate. Por ahora me arreglo con un vaso”, cuenta Albert Baró, quien confiesa tener “una nevera complicada. Pocas cosas. Resuelvo día a día y no me gusta tirar comida”.
En su estudio de las costumbres argentinas descubrió que “aquí la gente sale a tomar helado, un planazo. Allá el helado es postre o, si te apetece, puedes ir a tomar uno una tarde de verano. Pero acá usan lo del helado como quien dice ‘Vamos a tomar una birra o un café’. Me gusta mucho eso. Y me gusta el helado también”.