Éxtasis ‘interruptus’
Ahora que el Teatro Real se ha vuelto permeable a las músicas populares, la irrupción de Pablo Alborán en tan ilustre foro era solo cuestión de tiempo. El artista que más discos ha vendido en este país en cinco de los siete años de esta década cerró el Universal Music Festival para corroborar lo que viene siendo un clamor: es un baladista inspirado, cae bien y destaca como el mejor en lo suyo. Lo que no figuraba en ningún guion era ese “problema técnico”, que nadie quiso especificar, por el que el espectáculo hubo de interrumpirse durante media hora. Sucedió justo después de la interpretación de Tanto, el noveno tema de la noche, entre las 22.20 y las 22.50 horas.
MÁS INFORMACIÓNEl parón fue, por la trascendencia de la cita, inoportuno y desdichado, pero de alguna manera sirvió como revulsivo entre el ídolo y su parroquia. A veces Alborán se comporta con tanta pulcritud que invita a tomar distancia, y el que eludiera cualquier explicación a posteriori (“gracias por no haberos ido”) no ayuda a abonar las complicidades. Pero una suerte de preocupación solidaria se adueñó de las butacas y contribuyó a algunas ovaciones bien emotivas durante la reanudación.
A sus 29 años, el malagueño ha sabido engatusar a una audiencia amplísima, mucho más allá del previsible nicho de ese público pipiolo y de suspiro fácil. Venía de presentar apenas cinco semanas atrás su reciente cuarto disco, Prometo, en dos noches consecutivas de llenazo en el WiZink Center, pero este martes ofrecía la ocasión de otorgarle más pompa al repertorio y enmendar el sonido, que en la cita de junio había sido muy mejorable. Y todas las piezas parecían encajar hasta que se torcieron las cosas, la maquinaria se detuvo y los espectadores dispusieron de treinta minutos para pasar de la sorpresa a la inquietud, la pesadumbre y, finalmente, el alivio.
Habrá que mirarlo por el lado bueno, porque al autor de Solamente tú solo puede reprochársele su previsibilidad, ese talante entre modoso y mesurado que le convierte en un artista más timorato de lo deseable. Ni siquiera sus dos años sabáticos, teóricamente tan reparadores y merecidos, le han servido para aminorar su tozuda reincidencia en la canción romántica, una filiación de la que solo se exime un tenue mensaje de concienciación social en Boca de hule. Pero hay hueco para la pimienta y la sal en un cancionero que aporta el toquecito contemporáneo del autotune en No vaya a ser, pop latino con trompeta para La escalera y hasta un estribillo de canción melódica italiana, pero con deje andaluz, en el caso de Recuérdame.
Los argumentos resultaron aún mejores tras el imprevisto paréntesis. Te he echado de menos vivirá más años en las memorias que cualquiera de nosotros, Al paraíso insufló una atípica brisa de jazz brasileño y Saturno es una balada de arrepentimiento planetario con una factura excelente, más allá de que el verso alusivo a Plutón haya sido anzuelo de guasas. Quedaban aún la sorpresa de un dúo con Pablo López en Cuerda al corazón (segunda constatación en cuatro días de que hay mucha química entre Los Pablos) y la concesión final de Éxtasis a la poco explorada vertiente bailonga de nuestro personaje. El éxtasis llegó esta vez en modo interruptus, pero en ocasiones así se constata cómo los tipos con talento terminan saliendo bien parados de los embrollos.