Vida más habitable con la música
La música siempre ha sido una fuente de inspiración y energía para el ser humano. Ya Platón en la antigua Grecia, cuna de la civilización, aseguraba que “la música servía para la formación del alma”. Incluso añadía en sus reflexiones que “daba alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas”. Muchos pensadores han valorado el arte musical como un catalizador emocional e intelectual de primer orden hasta el punto de que en el siglo XIX el filósofo alemán Friedrich Nietzsche afirmó contundentemente que “sin música la vida sería un error”. Sin duda, el mundo sin la música no sería lo mismo. Cuesta imaginarlo, por no decir que es inviable.
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Pero la música es mucho más que una simple celebración existencial. Como todo arte, se refiere también a la vida en todos sus términos, con todas sus dobleces y averías. Los bluesmen hicieron de la música su canto de reafirmación ante un entorno racista que les oprimía en las primeras décadas del siglo XX. En las granjas del profundo sur de Estados Unidos vivían bajo el yugo del esclavismo y muchos de los pioneros del blues rural como Robert Johnson, Son House o Charlie Patton escapaban de los duros trabajos y las condiciones paupérrimas con una guitarra y una armónica. Preferían cantar en las esquinas o en los bares de mala muerte a cambio de propinas que ser esclavos de las élites blancas. El blues reflejaba mejor que ninguna otra música la necesidad de libertad e independencia ante las penurias existenciales.
Desde entonces, la música popular ha servido como una expresión máxima del espíritu humano. Como escribió en sus memorias Billie Holiday, una de las voces eternas del jazz clásico, que sufrió la desgracia de ser mujer negra y pobre en la sociedad estadounidense: “Me han dicho que nadie canta la palabra hambre como yo. Ni la palabra amor. Tal vez yo recuerde lo que quieren decir esas palabras. Ni todos los Cadillac y abrigos de visón del mundo —y he tenido unos cuantos— pueden lograr que las olvide”. Con todo tipo de ropajes instrumentales, la música sirve también para no olvidar.
En esta expresión del espíritu que es la música, decía Bob Dylan que las canciones son países ignotos en los que merece la pena adentrarse. Porque, a veces, nuestro espíritu alcanza países en donde todo es posible, más allá de los límites de la realidad. Eso que decía Bruce Springsteen sobre el rock and roll: “Hace que el sueño parezca real”. En palabras de Tom Petty, otro discípulo aventajado de Dylan: “Nadie puede comprender el bombazo que es hasta que lo vive. La primera vez que cuentas hasta cuatro y, de repente, estalla el rock and roll, es algo más grande que la vida misma”.
Algo grande, alas a la mente, bandera de la libertad humana, refugio de la memoria, reflejo de nuestros sueños… todo eso es la música. Y hace la vida más habitable.