Serrat, otra noche mágica en Valencia

Serrat, otra noche mágica en Valencia

Los analistas del gusto se empeñan en señalar el carácter efímero de las canciones populares. Sin embargo, a juzgar por la naturaleza oxidable que composiciones como Mediterráneo, Cantares, Paraules d’amor, Aquellas pequeñas cosas, Me’n vaig a peu, y otras que se exhibieron anoche en el Palau de les Arts, Serrat se encuentra entre esos creadores privilegiados a salvo de las modas y las oscilaciones del gusto. Los historiadores de la música observan su condición de canciones clásicas. El público, su propiedad compartida.

Señalaba el escritor Manuel Vicent como una de las características de la figura de Serrat la “rebeldía moral, tenaz y combativa” que ha guiado su trayectoria profesional. En plena dictadura, su voz, junto a otras, fue la expresión de un canto libre que frente a la represión y la muerte apostaba por la vida y la esperanza. Se enfrentó a un régimen que asfixiaba todo aquello que no fuera una España uniformista y centralizada.

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Censuras, prohibiciones, vetos radiofónicos y televisivos que no pudieron impedir su proyección como artista que llenaba los teatros y encabezaba las listas de discos más vendidos. Después de más de cincuenta años de trayectoria musical, nadie puede dudar que la obra serratiana ha colaborado a conformar la sensibilidad de un país.

Del intérprete pudoroso de sus comienzos al cantor del carpe diem mediterráneo, ahora con sus consiguientes apéndices críticos, han pasado muchas canciones en este camino compartido. Canciones entrelazadas con los recuerdos de la gente, canciones que hacen renacer sentimientos, emociones, momentos de vida ligados a esa melodía o a un sencillo estribillo. Como ha señalado el propio autor, “yo escribo y compongo evidentemente para expresarme, pero si no pudiera compartir esta expresión con nadie, no le encuentro ningún sentido a esta manera de expresar”.

Serrat ha ido construyendo puentes entre la razón y el corazón, por el respeto a la diversidad y la comprensión del “otro”. Un trabajo de diálogo entre culturas y lenguas que no siempre ha encontrado el eco deseado. Frente a un mundo uniforme, lo diferente señala Serrat “nos enriquece”. Como Jacques Brel, una de sus referencias más persistentes, Serrat ha vivido la tensión de ejercer entre dos culturas, en su caso, a uno y otro lado del Ebro. Un ejercicio lingüístico y musical y como no, pedagógico, que ha dejado algunas de las canciones más notables de la historia de la música popular española del siglo XX. “De la misma manera que jamás he dejado de escribir y cantar en catalán, no existía ninguna razón que me impidiera no hacerlo en castellano. Entiendo que hay gente que no le gustara que en un determinado momento cantara en castellano. Como sé que hay gente que no le gusta que cante en catalán, que no están de acuerdo. Como sé que hay gente que no está de acuerdo en que cante siquiera, pero yo hago sencillamente lo que creo que debo hacer”.

Artista “local” y al mismo tiempo universal. En catalán y en castellano. Pocos ejemplos en la canción popular pueden presentar una obra tan consistente en dos lenguas. La figura de Serrat forma parte de ese grupo de creadores que han transformado la música popular en la segunda mitad del siglo XX. Más de medio siglo de actividad artística y creación musical construyendo una obra que se ha ido modelando en diferentes etapas, siempre desde la autonomía más radical. “Cuando uno escribe una canción nunca debe escribir una canción pensando que quiere escuchar la gente, ni creyendo que lo que está en la moda es lo que puede interesar a la gente. Uno debe escribir siempre una canción con esta idea de expresarse y comunicarse”. Como el mestre Joan Salvat-Papasseit,  Serrat nunca ha escrito nada sin mojar antes la pluma en el corazón.

El paso del tiempo ha ido mudando esa voz que pregonaba su juventud pero que sigue contando la complicidad de un público que como él también ha ido mudando físicamente y ahora provisto de artilugios digitales para inmortalizar la velada. Serrat ha declarado en más de una ocasión sus deseos de seguir cantando y subiéndose a los escenarios. De seguir ejerciendo un oficio que le ha permitido en todos estos años esa comunión gozosa con el público. Una relación de placer, más allá del examen o prueba que supone subir a un escenario; de sensaciones y energías entre arriba y abajo del escenario. A la necesidad del creador de expresarse, el placer de la comunicación. “Si yo no notara el cariño de la gente yo saldría corriendo espantado de este oficio. Yo he nacido para querer y para que me quieran”.

La noche del 2 de mayo de 1965 entre los espectadores que habían acudido al Palau de la Música Catalana a oír al cantante Charles Aznavour que se presenta por primera vez en ese escenario barcelonés, se encuentra Joan Manuel Serrat. Ese mismo día ha hecho su debut en el grupo de Els Setze Jutges con el número 13. Serrat observa la figura menuda y poderosa de Aznavour, el pequeño-gran hombre capaz de llenar toda la escena con esos pequeños gestos magistrales que escriben las canciones en el aire. Ahora más de medio siglo después le rinde tributo en la figura de Charles Trenet, el padre de la Chanson francesa cantando La mer, ese mismo mar compartido que el escritor Leonardo Sciascia tituló como color de vino. O viajando por otros mares en brazos de la Copla y los versos de Rafael de León, equívocos y tatuados. Y como final de la travesía y propina esperada las “velles paraules d’amor” compartidas con el auditorio del Palau de les Arts. Si la ambición de todo creador o artista es hacer de su obra un sueño eterno. El creador de canciones tiene el poder de vestir de música el sueño de la gente.

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