Se encontraron con las personas que, sin conocerlas, les salvaron la vida

Se encontraron con las personas que, sin conocerlas, les salvaron la vida

“Ahí está”, pensó Verónica cuando la puerta del ascensor se abrió y vio a Gabriela.

Lorenzo jugaba cuando Victorino tocó la puerta de su habitación.

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A David lo reconoció la madre de Santiago por la foto de perfil de Whatsapp.

Era la primera vez que se veían, pero ya estaban unidos por sus células. Al encuentro entre receptores y donantes de médula ósea les siguieron el abrazo, las lágrimas y el agradecimiento. Viven en diferentes provincias, tienen distintas edades, tonadas, gustos, historias, pero son compatibles en una región genética ubicada en el brazo corto del cromosoma 6. Esa coincidencia hizo que Gabriela, Victorino y David fueran la aguja en el pajar que Verónica, Lorenzo y Santiago necesitaban para seguir viviendo.

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María Gabriela es médica hematóloga y fue donante de Verónica, de Cutral Có, Neuquén. (Foto: Maxi Failla)

Las parejas de donantes y receptores se encontraron en Buenos Aires, donde fueron reconocidas en un acto en el Ministerio de Salud y Desarrollo Social, en el marco de Día Nacional del Donante de Médula Ósea y la celebración del 16° aniversario del Registro Nacional de Donantes de Células Progenitoras Hematopoyéticas (CPH).

Desde su creación en 2003 el registro del Incucai posibilitó que 1.038 pacientes con enfermedades hematológicas como leucemia, anemia aplásica, linfoma, mieloma, errores metabólicos o déficits inmunológicos que no tenían un donante compatible en su grupo familiar (tres de cada cuatro no lo tienen) accedieran a un trasplante de médula ósea. Durante 2018 se realizaron en el país 119 trasplantes de CPH -más conocido como trasplante de médula ósea- con donante no emparentado. El registro aportó 45 donantes argentinos, que permitieron que 28 pacientes locales y 17 del exterior accedieran al procedimiento.

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Lorenzo, en el centro, acompañado por su mamá, su papá y, a la derecha, Victorino, su alma gemela. (Foto: Maxi Failla)

“El registro ha crecido enormemente. Partimos de unos pocos donantes a tener ahora más de 270 mil en el Sistema Nacional de Procuración y Trasplante (SINTRA) y 167 mil en el banco mundial”, precisa Belén Rodríguez Cardozo, directora del registro nacional, que tipifica unas 40.000 muestras por año. Para que la diversidad étnica del país esté bien representada, además de los voluntarios que se inscriben individualmente, el año pasado se hicieron 31 colectas dirigidas en pueblos originarios de Jujuy y otro tanto en Misiones.

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Los requisitos para integrar el registro son tener entre 18 y 55 años, un peso mínimo de 50 kilos y no poseer antecedentes de enfermedades cardíacas, hepáticas o infectocontagiosas. Para inscribirse hay que acercarse a un centro de donantes (funcionan en los servicios de hemoterapia de diversos hospitales del país) y donar una unidad de sangre de la que se extrae una muestra para analizar el código genético. Esa información se ingresa a la base del registro nacional, que a su vez integra la red mundial, con 33 millones de donantes. El voluntario solo es convocado a donar si alguien compatible con él lo necesita. La posibilidad de que exista está coincidencia con alguien que no integra el grupo familiar es de una en 100.000. Por eso cuantos más inscriptos engrosen el registro nacional y el internacional más simple será encontrar la aguja en el pajar. El año pasado 91 argentinos accedieron trasplantes gracias a donantes del exterior.

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David y Santiago descubrieron que además de la coincidencia genética, son parecidos en la forma de ser. (Foto: Maxi Failla)

En caso de ser llamado a donar, el proceso es sencillo: puede ser por extracción de sangre (aféresis) o por una punción en la médula ósea. Ambos son métodos seguros que no suponen ningún riesgo para el donante. “Lo que queremos es que las personas sepan que se puede donar vida en vida. Porque el trasplante le salva la vida a una persona con una enfermedad oncohematológica”, afirma Cardozo.

El que dona lo hace sin saber a quién. Solo sabe que alguien compatible, de acá o del exterior, lo necesita. Es un gesto altruista para un anónimo. Pero hay recompensa: transcurrido un año del trasplante, si donante y receptor quieren ponerse en contacto, el Incucai libera los datos para que puedan comunicarse y conocerse.

La hematóloga que predicó con el ejemplo

Gabriela Barone tiene 36 años, es hematóloga, jefa del servicio de hemoterapia del hospital de su ciudad, 9 de Julio, donde realiza colectas externas de sangre con inscripción al registro nacional de CPH. Por eso cuando sonó el teléfono y le dijeron que la llamaban del Incucai pensó -erróneamente- que era por trabajo.

“Me dijeron que había una receptora compatible, me preguntaron si estaba dispuesta a donar”, cuenta. “Obvio que sí -respondió en su momento-. Había ingresado al registro hacía años, mientras estudiaba en La Plata, muchos años antes de dedicarle todo mi trabajo a esto.”

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Gabriela se inscribió al registro antes de ser hematóloga y Verónica siempre confió en que aparecería un donante. (Foto: Maxi Failla)

La que esperaba en Cutral-Có era Verónica Torres. “Esto va a trasplante directamente”, recuerda que le dijo la médica. En 2007 había superado una leucemia, pero casi una década después volvieron a diagnosticarla. Le explicaron que hallar un donante compatible no era sencillo, que podía llevar tiempo. Pero fue menos de lo previsto. El trasplante se hizo en febrero de 2018. “Al otro día ya la quería conocer, pero me decían que no se podía”, sonríe y mira a Gabriela con dulzura.

“¿Vos sos Gabriela? ¡Yo soy Verónica!”, se había presentado unos minutos antes, luego de divisarla apenas se abrió el ascensor. Ya habían hablado por teléfono hacía un mes. Es que al año del trasplante, el Incucai les facilitó los contactos para que pudieran comunicarse. No tardaron nada en contarse sus vidas, qué hacían, cómo estaban conformadas sus familias. Y finalmente, en Buenos Aires, llegó el abrazo, con sus seres queridos como testigos.

El botón de reinicio

Agotamiento físico, fiebre y dolor de cabeza. Con esos síntomas entró Santiago Jerez a la guardia del Hospital de la Armada. Le sacaron sangre y debieron repetirle el análisis porque los valores eran tan bajos que querían descartar que hubiera habido algún error. Después de 35 estudios, una punción de médula fue lo que permitió arribar al diagnóstico: aplasia medular. “La única solución que había era el trasplante de médula”, sostiene el infante de marina, de 26 años, casado con Daniela y con tres hijos de 6, 4 y 2 años.

Un año antes, en Mendoza, David Fernández, dijo que sí (“nunca digo que no”) cuando fue a donar sangre para un compañero de trabajo y le preguntaron si además quería inscribirse al registro de donantes de médula ósea. Cuando lo llamaron para comunicarle que había un potencial receptor, su mujer se emocionó. Una muestra de sangre viajó a Buenos Aires y otra a Estados Unidos. Los estudios confirmaron la compatibilidad. El 5 de febrero de 2018 se sometió a la extracción de sangre de la que colectaron las CPH que poco después recibió Santiago.

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David tiene 45 años, es mecánico y vive en Mendoza. Santiago, de 26, es infante de marina y vive en Buenos Aires. (Foto: Maxi Failla)

“Siempre confié en que iba a aparecer un donante”, dice el joven de Punta Alta, una localidad del sur bonaerense. “Uno piensa que la sangre es solo positivo y negativo, pero no, se desglosa en números, letras; parece un código de barras”, ríe. “Genéticamente es compatible conmigo y en la personalidad también somos iguales. Somos cómicos los dos, nos matamos de risa”, afirma sobre la coincidencia con el mecánico con cara de bueno, pestañas arqueadas, que vive en Colonia Segovia, Guaymallén, y con el que compartieron un día en Buenos Aires.

Fue la madre de Santiago la que reconoció a David apenas llegaron al encuentro. Le había escrito por Whatsapp para agradecerle la nueva chance que le había dado a su hijo; y la foto de perfil ya le había dado pistas de su aspecto físico. “Gracias a lo que él hizo yo puedo seguir siendo un hijo para ella, un marido para mi mujer, un padre para mis tres hijos. Fue como encontrar un botón de reinicio que no se halla en ningún lado. Me cambió la vida”, le agradece Santiago.

El alma gemela de Lorenzo

A Mauricio se le entrecorta la voz al reconocer que sintieron que se les terminaba la vida cuando les dijeron que Lorenzo necesitaba un trasplante de médula ósea. El organismo del chiquito, de casi dos años, no generaba defensas.

Mientras el nene, hoy de cuatro años, concentra su mirada en un jueguito del celular, su mamá Itatí, repasa la angustia de los viajes desde Santa Fe al Hospital Garrahan para hacerle estudios y recuerda de memoria las fechas cruciales: “Nos enteramos de que necesitaba un trasplante el 9 de noviembre de 2016 y, menos de un año después, el 10 de octubre de 2017 se lo hicieron”. Ahora va al jardín, juega al fútbol, lleva una vida completamente normal.

Un año después, con la liberación de los datos, le contaron a Lorenzo que su alma gemela -así le explicaron quién era- se llamaba Victorino. El domingo, al bajar del avión que los trajo a Buenos Aires, dijo que quería conocerlo.

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Victorino se emocionó al descubrir para quién había donado. (Foto: Maxi Failla)

Estaban en la habitación del hotel cuando tocaron la puerta. “La ansiedad de conocerlos”, confiesa Victorino, le hizo adelantarse al encuentro previsto para la cena. “Lorenzo jugaba. Al principio estaba un poco arisco, hasta que agarró confianza”, cuenta el hombre de 52 años, que trabaja en una fábrica metalúrgica de Los Berros, San Juan.

Habla bajo y pausado y sus ojos vidriosos hablan todavía más. Dice que siente una satisfacción enorme por haber podido ser donante. “Más cuando lo conocí a él. Uno dona y no sabe para quién. Te preguntás quién será el receptor, de dónde. Cuando nos pusimos en contacto con ellos y nos mandamos fotos, le dije a mi señora: 'Mirá a quién conozco, mirá para quién doné'. Nos pusimos a llorar juntos”.

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