Ricardo Baez: "Soy el hombre de tus sueños"
16/11/2018 - 10:11
Clarin.comBuena Vida
Ricardo Baez estudió medicina para salvar vidas. “Vi morir a mi padre a los 15 años, entonces decidí que sería médico para ayudar a los demás”. Cuando tuvo que optar por una especialidad eligió anestesiología. Le pareció útil. “Además”, confiesa, “me gusta la función extrema”. El doctor acostumbra comparar su especialidad con la del piloto de avión. Detalla que para ambos lo más peligroso aparece al comienzo: la inducción de la anestesia es similar al despegue, cuando se producen las mayores alteraciones fisiológicas o técnicas; luego, durante el procedimiento quirúrgico, el médico opera con instrumentos, igual que el piloto durante el vuelo; por último, equipara el aterrizaje al despertar del paciente. “Si bien ambas son profesiones seguras, no están exentas de riesgo. Hay que confiar en ser capaz de resolver lo que sea”, advierte. ”Arranqué la carrera con mucho miedo. Una emoción necesaria”.
—¿Por qué necesaria?
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—El miedo, racional y consciente, es necesario para estar alerta. La realidad es que lo que siempre sale bien, puede salir mal. Somos responsables de la inducción anestésica que deprime la conciencia; mantenemos la estabilidad del resto de los órganos durante el proceso quirúrgico; y, ante cualquier desequilibrio, debemos mantener el cuerpo dentro de parámetros normales. No es casual que la residencia hospitalaria sea de cinco años. El entrenamiento es riguroso.
—¿El primer contacto con el paciente?
—Ocurre en el momento previo a la operación. Primero hago una inspección general del estado físico, chequeo los estudios prequirúrgicos; al mismo tiempo, conecto humanamente. Importantísimo. El paciente está de lo más vulnerable. Espera encontrar un doctor amable, que inspire confianza, que responda preguntas y, a la vez, se ponga en su lugar.
—¿Te operaste alguna vez?
—Sí, algo pequeño, pero conozco la sensación. De todas maneras, no creo que haga falta haberla pasado. Se aprende a tener empatía.
—¿Cuál es el momento indicado para inducir la anestesia?
—Cuando lo quirúrgico y el equipo humano: cirujano y ayudante, instrumentadora y circulante están disponibles; el paciente, listo.
—¿Cómo sabés que está listo?
—Preguntando. Desde hace tiempo, recomendado por la Organización Mundial de la Salud, realizamos el checklist para minimizar errores. El paciente responde varias preguntas, entre otras, qué se va a operar. No es un dato menor. Todos escuchan. Marcamos la zona con marcador. No podemos permitirnos errores. Negar que existen es cerrar la puerta a la humildad.
—Sos lo último que ve el paciente antes de disminuir su estado de conciencia, ¿conversan?
—Siempre. Pregunto su nombre, digo: "Silvita, estamos para cuidarte. Lo único que vas a sentir es un pinchazo en el brazo. Pensá en algo lindo, ¿dónde te gustaría viajar?" Entonces, mientras coloco la inyección, Silva piensa en la playa. En procedimientos habituales el paciente se despierta preguntando: ¿Dónde estoy? Lo llamo por el nombre, y lo ubico: la operación terminó, "¿cómo estás?, ¿tenés nauseas? Me gusta presentarme diciendo: Soy el hombre de tus sueños, ¿lindo el viaje?" De acuerdo a cómo fue la inducción es el despertar.
Baez admite que las personas, por desconocimiento o hechos eventuales amplificados socialmente, temen más a la anestesia que a la operación.
—Las operaciones pueden durar minutos, u horas, ¿cómo es el mientras tanto?
—Solemos decir que las mejores anestesias son las aburridas, ya que el paciente duerme profundamente y el cuerpo se mantiene estable. De todas maneras, el clima dentro de quirófano siempre es amable. Escuchamos música de radio FM, tranquila. Conversamos. El cirujano cuenta qué está haciendo, pregunta sobre los tiempos. Es un intercambio dinámico entre los componentes del equipo. Yo me ubico junto a la cabecera de la camilla. Desde ahí veo la aparatología y al paciente. Concentrados en cada tarea, nos abstraemos del afuera. Sólo consumimos líquidos, nadie sale a comer, aunque suele aparecer un colega que se queda tres minutos para que tomes algo. Lo que reina dentro del quirófano es el vínculo de confianza. Mucha confianza.
—¿El dolor se lee en el cuerpo?
—Se percibe en la expresión del paciente: arruga la frente, la comisura labial se estira, hay sudoración. También se observa en los monitores que dan señales de alarma. El dolor indica que algo anda mal. La idea es anticiparse con la medicación adecuada.
—¿A veces no alcanza?
—Puede pasar, si el procedimiento fue más largo o cruento de lo habitual. Cuando sucede me siento mal, aunque lo bueno de nuestra especialidad es que se puede ir reparando.
—¿Sucedió que un paciente recuerde instancias de la operación?
—Jamás. En Bajo Anestesia el hombre percibe todo lo que ocurre durante la operación. Desesperante. Pura ficción. Me encantó esa película.
—¿La anestesia puede no hacer efecto?
—No, estamos entrenados para que sí lo haga.
—¿Sentimientos al terminar el proceso quirúrgico?
—Si se cumple el objetivo, soy feliz.
—¿Cuando no?
—Si pensara que el procedimiento va a salir mal, no me embarco.
—¿Si, de todas maneras, sale mal?
—Me sobran los dedos de una mano para contar estos casos, y fueron salvatajes. Situaciones extremas.
—¿Qué sentiste cuando, a raíz del fallecimiento de Débora Pérez Volpin, tu especialidad fue noticia?
—Lo lamenté. Me conmovió la muerte de un ser humano tan joven. Lo lamenté aún más porque las encuestas indican que las personas, por desconocimiento o hechos eventuales amplificados socialmente, temen más a la anestesia que a la operación. Sin embargo, la bibliografía indica que hoy las complicaciones atribuibles a la anestesia son 20 veces menos que hace 25 años. En la actualidad se contabiliza una complicación anestésica cada 200.000 casos.
—¿Qué te enseñaron los 22 años de práctica?
—Que es importante mantenerse activo, investigar, mejorar. Abrazo el dicho que afirma que la sabiduría se aviva al removerla.
Hace días nomás, su hijo de quince años le preguntó: “Papá, si volvieras a empezar, ¿serías anestesiólogo?". “Claro que sí”, respondió el hombre que a sus cincuenta años lleva realizadas tantas anestesias como habitantes hay en su pueblo. Todos los años vuelve a Villa Ojo de Agua, en Santiago del Estero, donde nació y decidió que sería médico para salvar vidas. “No me equivoqué. Los avances de la ciencia modificarán la función del anestesiólogo, seguramente, pero lo humano va a seguir siendo fundamental. El paciente confía su vida cuando siente empatía”. Sonríe, el doctor. Mira a los ojos.
Mini bio
Ricardo Baez es médico anestesiólogo, miembro de la Asociación Argentina de Anestesiología. Estudió medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, hizo su residencia de Médico Generalista en Santa Rosa, La Pampa. Completó su residencia de especialista en anestesiología en el Hospital de Clínicas José de San Martin, donde fue médico de planta y de guardia varios años. Fue uno de los coordinadores de anestesia del Sanatorio Anchorena desde su reinauguración, durante cinco años. Actualmente, trabaja en el Sanatorio Anchorena, en el sanatorio Mater Dei, en el Centro Médico Imaxe, IQC, y junto a equipo de cirugía traumatológica, vascular y torácica en otros centros.