Pretenders sacude Riazor con un concierto tan expeditivo como conciso
Irrumpió en escena con el eslogan No me acaricies, estoy trabajando, impreso en su camiseta. El mismo que llevan algunos perros lazarillos en su arnés. De hecho, también lució un rosáceo collar canino de plástico al cuello (¿vestigio punk?). Y pese a que su argumentario se compone de clásicos inveterados, muy a tono con el plácido garbeo que tantas viejas leyendas se dan cada verano por España, pronto se advirtió que en el espectáculo comandado por Chrissie Hynde no habría demasiadas concesiones.
Los tímidos silbidos de una parte del público al final de su hora escasa de concierto lo corroboraron: su rácana duración –para tratarse del indiscutible cabeza de cartel de la semana coruñesa– fue lo único reprobable de un despliegue tan fibroso como intachable, aún rozagante muestra de la marca Pretenders, de cuya formación original solo ella y el batería Martin Chambers permanecen como estandartes escénicos de una forma de entender el rock (bajo el impulso de la new wave y el punk) que no repara en fechas de consumo preferente, pese a que la brecha generacional que se abre ante ella parezca querer propinarle la extremaunción. El resto de secuaces, los habituales: la guitarra de James Walbourne, el bajo de Nick Wilkinson y el teclado de Carwyn Ellis. Tan rodados que podrían entenderse entre ellos incluso si tocaran con los ojos vendados.
Coronando el festival con mayor presencia femenina de entre todas las grandes citas que saturan nuestro calendario, Chrissie Hynde impuso su ley en la tierra de María Pita y Emilia Pardo Bazán. Al fin y al cabo, todas mujeres pioneras que franquearon compuertas y desbrozaron sendas aún por explorar cuando tenían todos los elementos en contra. La rockera de Ohio, que se sabe parte de la misma estirpe que Janis Joplin, Patti Smith o Joan Jett, mostró un espléndido estado de forma y nos aclaró, por si alguien tenía alguna duda, que había llegado a A Coruña a rockear, justo antes de enfilar Night In My Veins y despachar el baladón I'll Stand By You, uno de los escasísimos repechos de la noche.
Apenas Alone y Gotta Wait (ambas del que fuera su último álbum, hace dos años) testificaron su producción más reciente, porque el reguero de clásicos inmortales que reverberaron a lo largo de una playa de Riazor poblada por cerca de 30.000 personas fue de órdago, no por acostumbrado menos rutilante: Message of Love, Talk of The Town, el cimbreo reggae de Private Life, Middle of the Road, Mistery Achievement, Cuban Slide –con recuerdos a Bo Diddley– y un núcleo central integrado por Kid (dedicada al malogrado Pete Farndon), una portentosa Hymn To Her y la relectura del Stop Your Sobbing, de su excompañero Ray Davies. Lo más parecido a activar una vieja jukebox en la que no hay ni un segundo de desecho, vaya. Ya sin la guitarra al cuello, apuró la sensualidad de Brass in Pocket para desaparecer y dejar al personal con la miel en los labios y sin un Don't Get Me Wrong que llevarse a la boca. Fue un concierto certero, contundente pero sin lisonjas. Como un golpe directo al mentón. Poco que reprochar.
La banda británica encabezaba –y prácticamente cerraba– otra edición de un festival Noroeste que ha refrendado una vez más la enorme aceptación popular de un programa ecléctico, que ha sabido distanciarse en los últimos tres años del sota, caballo y rey de las fiestas patronales al uso, y tejer una complicidad singular con la ciudadanía, a través de casi una decena de escenarios repartidos por sus calles y plazas.
El acopio de conciertos sobresalientes que han podido verse en A Coruña desde el pasado martes es notable: de Belle & Sebastian a Neneh Cherry, pasando por James Holden and The Animal Spirits, Maria Arnal y Marcel Bagés, Ana Curra, Rocío Márquez, Maika Makovski, Dorian Wood o Esteban & Manuel. Su único borrón fue el aguacero que cayó el miércoles, que obligó a cancelar los conciertos de Nathy Peluso, Christina Rosenvinge y Roy Ellis.