Por qué nos encariñamos tanto de algunos concursantes de televisión

Por qué nos encariñamos tanto de algunos concursantes de televisión

Los concursantes televisivos son el espejo en el que generaciones de espectadores se han visto al encender la televisión. En Historias de la televisión (1965), la película de José Luis Sáenz de Heredia, los protagonistas eran dos jóvenes para los que el medio suponía una escapatoria a las penurias del franquismo. La televisión ofrecía ese “chispazo de suerte bien difundido” (en palabras del narrador de la película), que no sólo encendía la esperanza de Tony Leblanc y Concha Velasco, sino la de los que les observaban desde el otro lado.

En los años siguientes, ya en color y democracia, las fortunas de los españoles se mostraron a través de los concursos más populares, desde los apartamentos en Torrevieja del Un, dos tres al consumismo desenfrenado de El precio justo. Pero también se podían observar en los concursos algunas de las neurosis nacionales, de El semáforo de Chicho Ibáñez Serrador del que saltó a la fama el insólito Cañita Brava, a Gran Hermano, donde el aislamiento vigilado orwelliano daba la impresión a cada participante de estar en manos de una imaginada España materializada a golpe de SMS.

En su informe How to Create a Hit Format in 10 Lessons (2016) la consultora TheWIT indica que la clave de este tipo de programas televisivos eran escenarios que pudieran cambiar la vida del concursante en una estructura dramática basada en el suspense, la serialización y la emoción. El triunfo de Fran González en el rosco de Pasapalabra no hubiera sido tan conmovedor sin todos sus fracasos previos.

La clave es que lo extraordinario emerja de la normalidad, de kilos de más o dentaduras imperfectas. Y con cada éxito, la promesa de una renovada existencia. Poco importa que Los Lobos no fueran amigos de la infancia, sino un grupo formado por ex concursantes de Saber y ganar: eran una típica cuadrilla dando el pelotazo de sus vidas. Quizás su integrante José Pinto, que murió ayer, era el más consciente de su función como depositario de los anhelos de los espectadores, que demostraba vistiendo camisetas de asociaciones locales o pequeñas gemas turísticas.

Cuando los Alcántara visitaron el Un, dos, tres, su victoria fue más relevante para sus vecinos que cualquiera de sus encuentros previos con los grandes acontecimientos históricos: esa noche fueron los héroes del barrio de San Genaro, y también un poco del resto de los españoles.

Concepción Cascajosa es profesora de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid

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