‘OT 2018’, en busca del factor sorpresa
De la gala cero de Operación Triunfo poco se puede sacar sobre los concursantes, y menos musicalmente. Eso queda para otro momento, por el bien de ellos y por el nuestro. En un minuto y medio en directo lo mismo pueden cantar mejor que nunca como ser un portento a diario en su casa y meter la pata hasta el fondo sin que el público sepa que ahí había una Amaia en potencia. El inicio de verdad del concurso se verá en una semana. La primera entrega ha servido para dar a conocer a los participantes de forma superficial, a ajustar la parte técnica en un nuevo plató ampliado y más espectacular y a esperar al dato de audiencia para comenzar a calibrar por donde pueden ir las cosas, aunque igual de momento ni eso ya que TVE se ha adelantado a Telecinco y Antena 3 en una noche en la que todavía no han programado sus bazas importantes en este inicio de temporada televisiva. Lo gordo está por venir, en OT y en la parrilla.
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OT 2018 se ha estrenado con nota decente, con varias lecciones bien aprendidas de la horrorosa gala cero de la edición anterior. Y más ensayada. Mejorar el sonido no era difícil aunque tampoco fuera perfecto la noche del miércoles, y con mejor realización (aunque con un tembleque de cámara muy al principio imperdonable). También el presentador, Roberto Leal, ha hecho gala de la experiencia adquirida. No ha tenido problema alguno en llevar la eterna gala hasta la madrugada con destreza e improvisación cuando sus preguntas le han llevado a donde no contaba llegar. Pero habrá que esperar tres o cuatro semanas, como ocurrió el año pasado, para resolver la duda de si estos 16 concursantes lograrán conectar de nuevo con el público joven que mantiene el programa el resto de la semana en las redes y a través de YouTube. El año pasado al programa le costó arrancar más de lo que ahora recordamos, con unos primeros datos de audiencia discretos para lo que se había apostado.
El casting es fundamental en este tipo de espacios y este año juega en contra del concurso la falta de sorpresa, tanto para el espectador, que ya tratará de identificar a la "nueva Aitana" o al "sucesor de Alfred" en vez de esperar nuevas personalidades, como para los participantes, que llegan con muchas lecciones televisivas aprendidas de empollarse OT 2017. La naturalidad de aquellos concursantes, y el trato, también natural y positivo (y esto fue una sorpresa de las buenas y de las necesarias) en la televisión pública de la igualdad y el respeto ya no sorprenderá. Si es que ocurre. OT tiene ante sí el gran reto de buscar de nuevo una personalidad que no sea repetitiva. Va a necesitar un nuevo factor sorpresa.
Y una vez más, la televisión pública ignorando lo que es (o lo que debería de ser). El comienzo, enlatado con el casting y a la espera de que terminara la Champions (y eso que este año es en cerrado), retrasó demasiado el inicio de la gala en sí. Por desgracia ocurre demasiadas veces, incluso cuando no hay fútbol de por medio. A las 23.30 solo habían cantado cuatro de los 18 pretendientes a entrar en la academia. Y el programa se alargó hasta más allá de la una de la madrugada. No es una sorpresa, era algo esperado, pero sigue siendo intolerable un horario de prime time tan tardío en la cadena pública. Y finales de programa de madrugada, a pocas horas de que suene el despertador. Les pasa con OT y con MasterChef, dos de sus grandes apuestas. Imposible aguantar programas tan largos por muy buenos que puedan parecer al espectador.
En la edición de 2017, OT tuvo una audiencia muy decente para los tiempos que corren, pero ante todo recuperó para la cadena un público joven que se les había traspapelado. Y en especial llamaron la atención en las redes. En este aspecto es donde debe de mantener el nivel. Es muy difícil hoy en día pasar de los tres millones de espectadores. OT la temporada pasada solo lo consiguió en dos ocasiones, con la gala de Eurovisión (3.086.00) y con la gala final que dio la victoria a Amaia (3.925.000). Incluso tardó en establecerse en la parrilla y tras la gala 0 tuvo varias semanas flojas. Lejos quedan aquellos tiempos en los que el programa reunía a más de cinco millones y medio frente al televisor. La temporada pasada, la novena, en número de espectadores, fue la segunda peor en su historia, la tercera peor en cuota de pantalla. Aún así, números decentes en una televisión en la que la audiencia cada vez está más fragmentada. Acercarse a lo logrado con Amaia y compañía ya sería un éxito, superarlo, un reto mayúsculo.