Mozart suena en los suburbios de Luanda

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Luanda es la viva imagen de la desigualdad, donde la opulencia y la escasez conviven a pocos metros de distancia. La capital angoleña ostenta el título de ser una de las ciudades para vivir más caras del mundo, pero casi el 80% de la población sigue viviendo en los musseques o asentamientos informales sin acceso a agua, alcantarillado ni electricidad. Pequeñas casas hechas con cartones y restos de chapa aguantan estoicas a sus inquilinos que en muchas ocasiones llegan a ser más de una veintena de miembros de tres generaciones de la misma familia.

En el musseque luandés de Samba un gran cartel anuncia la entrada a la escuela de música Kaposoka. Allí, el trajín diario de sus habitantes convive con sonidos de violonchelos, contrabajos y violas. Las melodías de obras clásicas de Mozart o Beethoven también dejan lugar a algunas versiones orquestadas de temas muy actuales como el archiconocido Despacito. Pedro Francony, sacerdote y profesor universitario, dirige desde 2008 este centro, que ha logrado virar el destino de muchos niños y jóvenes que han encontrado en la música una tabla de salvación a una vida precaria que, para ellos, ya les estaba predestinada.

A Dorcas Dala, de 17 años, la música clásica le cambió la vida. Desde hace cinco años, esta joven es alumna de la escuela de música Kaposoka, donde toca el violonchelo y la viola. Otros dos de sus cinco hermanos también son compañeros de orquesta. Vive a tan solo unos metros de la escuela junto a su madre que vende zapatos en una pequeña tienda y su padre que se encuentra sin empleo. “La música me ha rescatado de una vida posiblemente en la calle, donde me acecharía la pobreza y la prostitución. Si no hubiera venido a esta escuela, probablemente ahora sería una niña loca, indisciplinada y sin futuro. La música me ha salvado, me quita el estrés, canaliza y tira fuera todo lo que me inquieta”, cuenta Dorcas.

1541596043_934934_1541675686_sumario_normal.jpgver fotogalería FOTOGALERÍA | La escuela de música Kaposoka brinda la oportunidad a menores de los asentamientos informales de Luanda de aprender solfeo, tocar un instrumento y alejarse de los peligros en la calle. SUSANA GIRÓN

Como ella, la escuela de música Kaposoka —que significa bonito en bantú, lengua de numerosos grupos étnicos extendidos desde Camerún hasta el sur de África— acoge a unos 400 niños y niñas, aunque por sus aulas han pasado más de 2000 menores de entre 6 y 15 años. El centro educativo les brinda la oportunidad de aprender solfeo, tocar un instrumento y alejarse de los peligros que les acechan en las calles.

“De mayor quiero ser solista. Mi gran sueño es seguir con la música y tocar en otros países. Con la orquesta pude visitar Japón y me gustó tanto que quizás pueda vivir y trabajar allí en un futuro”, comenta ilusionada Dorcas. Además del país nipón, los alumnos de la Orquesta Sinfónica de instrumentos de cuerda y viento que han creado, han dado conciertos en España, Argentina, Zambia o Venezuela.

En Angola, tan solo el 76% de los niños asiste a la escuela primaria y únicamente el 19% continúa la educación secundaria, según UNICEF. Por eso, para Manuel Bernardo, que sus tres hijos acudan a la escuela y continúen sus estudios es una bendición. “Visité la escuela Kaposoka y me di cuenta de que aprender a tocar es muy educativo para ellos. Mi hija Juelma ensaya una hora y media cada día. A mí me ponen la cabeza loca con los violines sonando en casa a todas horas, pero sé que la música les hace mucho bien”, reconoce.

El único requisito que tienen los menores con pocos recursos para formar parte del centro es estar escolarizados. Reciben toda la formación musical gratuita, además de alimentación, instrumentos y cobertura sanitaria. “Tenemos clases de música clásica universal, música clásica angoleña, música moderna y música popular. Para nosotros además de la formación musical, también es muy importante formarles como ciudadanos y ciudadanas con clases de ética, educación moral y cívica”, apunta Francony. Violencia, consumo de alcohol y drogas, familias desestructuradas y falta de apoyo y supervisión parental son, según el director de Kaposoka, los principales problemas a los que se enfrenta la infancia en estos asentamientos informales. Con la música logran que los menores recuperen su autoestima, se sientan valorados y estén motivados para seguir con sus estudios.

En Angola, tan solo el 76% de los niños asiste a la escuela primaria y únicamente el 19% continúa la educación secundaria

“Cuando toco siento como si estuviera en las nubes. Es lo más maravilloso que hago en mi vida”, confiesa Manuel Jaime. Este joven universitario empezó a acudir a la escuela con 12 años y ahora, una década después, tiene claro que quiere convertirse en uno de los mejores violinistas del mundo y viajar a Italia y Rusia, cuna de grandes virtuosos de este instrumento. Vive junto a sus cinco hermanos y sus padres, y muy a menudo les deleita tocando piezas de Amadeus Mozart, su gran referente. “Al principio lo vi como un desafío, porque yo no tenía interés por la música. Empecé a venir para llenar mi tiempo libre y no caer en las cosas malas que nos rodean. Después, ya aquí, los profesores fueron alimentando mi amor por la música y entonces quise seguir aprendiendo”.

Docentes como la cubana Mercedes Navarro, que llegó a Angola en 2013 con un contrato de trabajo en una orquesta femenina y actualmente es parte del equipo de Kaposoka e imparte solfeo, teoría de la música y canto coral. “Este es un proyecto magnífico. Somos una familia, nos interesamos por la vida de los chiquillos y les apoyamos en su día a día. Ellos solo tienen que estudiar y cuidar sus instrumentos porque en el fondo saben que son unos privilegiados”, relata la profesora.

El gobierno angoleño apoya el proyecto desde hace años y como reconoce Joaquin Garach, Ministro Consejero de la Embajada de España en Luanda: “Hay que felicitar a las autoridades por su labor y conciencia ante este problema. Tanto el espacio como los instrumentos y los medios de transporte y manutención son sufragados con dinero público angoleño”. Desde la Embajada de España apoyan el proyecto tanto en la formación de los alumnos como de los propios profesores de la escuela, ya que una de sus mayores carencias es la falta de docentes cualificados.

La música se ha convertido en el motor que mueve el mundo de Dorcas, Juelma o Manuel y de muchos otros niños y niñas de los musseques luandeses a los que se les ha dado un bien muy preciado: la oportunidad de soñar que un futuro mejor es posible para ellos.

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