La única habitante de una obra de arte

La única habitante de una obra de arte

La mayoría de nosotros, cuando ingresamos a nuestras casas, podemos toparnos con algún vecino que sacó a pasear al perro o que vuelve de hacer las compras; con el encargado del edificio o a lo sumo con el cartero dejando sobres en el buzón o el chico del delivery entregando una pizza que huele como los dioses. Pero ella no. Para ingresar a su casa, Ana tiene que pasar su cartera por un escáner y atravesar detectores de metales, saludando a asistentes, a personal de seguridad y a empleados de la Fundación Catalunya, y atravesar mareas de turistas chinos, rusos coreanos, americanos, latinos; en fin, de cualquier sitio del mundo que se imagine.

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Un patio interior de La Pedrera.

Porque la escritora Ana Viladomiu no vive en un departamento cualquiera, sino en el 4° 1° de la Casa Milá, o La Pedrera, uno de los edificios más famosos de Barcelona y del mundo, obra del célebre arquitecto catalán Antoni Gaudí.

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¿Cómo será vivir en un edificio declarado Patrimonio de la Humanidad, y que es visitado por más de 1,2 millón de turistas por año? Su única habitante permanente lo cuenta en su último libro, que con lógica tituló “La última vecina”, y en el que recuerda anécdotas de sus 30 años habitando el lugar, como cuando sus hijas eran pequeñas y salían de casa con trajes de baño, flotadores, termos, recipientes de comida rumbo a la playa, y los turistas se quedaban mirándolos, entre asombrados e incrédulos. O de aquellas épocas de menos seguridad y menos paranoia, cuando los turistas podían llegar hasta el rellano de la escalera y tocarle timbre para preguntarle si podían entrar a mirar, o se colaban en el ascensor privado.

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La célebre "azotea de los guerreros".

También menciona curiosas historias de esta excepcional casa del Paseo de Gracia, como que durante la Guerra Civil española se instaló allí el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y también el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Y en una nota al diario español El País, dice que sospecha que su propio piso llegó a ser una de las temibles checas de Barcelona, relacionada con detenciones, tortura y muerte.

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Aunque hay visitas nocturnas, los domingos por la tarde/noche el edificio está desierto.

Cuenta también de las noches, cuando disfruta de pasear por el edificio y entretenerse mirando por los ventanales la terraza, las estrellas, la luna. “Me produce una sensación de irrealidad, como de estar en un castillo o formar parte de un hermoso cuento”. No es para menos, piensa uno.

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La inconfundible fachada de La Pedrera, en el Eixample de Barcelona (Gustavo Sosa Pinilla).

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Y menciona el contraste de la marea constante de turistas con el panorama de los domingos a la tarde y a la noche, cuando el edificio está desierto -literalmente, ella es la única que continúa viviendo en él- y de las extrañas sensaciones, y hasta miedo, que les produce pasear por los pasillos vacíos a algunas personas que la visitan.

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