La moda se vuelve normal
Cuando hasta Demna Gvasalia, director creativo de Balenciaga y apóstol del feísmo, decide acercarse a lo convencional es que algo pasa. La tendencia ya venía apuntándose a lo largo de las pasarelas internacionales y, con su desfile, queda confirmada: la corriente es ser corriente. La moda imita la normalidad. Se vuelve más fácil de digerir y entender. Incluso en el caso de la firma capitaneada por Gvasalia, diana de todas las críticas que se esgrimen contra el diseño provocador y que siempre se formulan a través de una misma pregunta: ¿Pero quién puede ponerse eso? Los detractores de Balenciaga utilizaron este argumento cuando la marca lanzó sus zapatos-calcetín -hoy adoptados por Chanel o Versace-; tras presentar sus americanas de hombros frankenstinianos y sus plumíferos descomunales -que en una temporada ya habían sido replicados por todas las cadenas low cost-; y también al apostar por las zapatillas deportivas de plataforma que, con un precio que supera los 700 euros, se han convertido en un best seller.
Pero este sábado Balenciaga ha ofrecido su versión más sensata. El desfile comenzó con una serie de impolutos trajes de chaqueta, cuya única concesión a la extravagancia era un pequeño volumen en el hombro; después llegaron los abrigos de cortes rectos, los vestidos-chaqueta con doble abotonadura y alguna pelliza clásica. Según avanzaba la presentación, aumentaban los guiños a la ironía posmoderna que defiende la marca. Ahí estaban sus famosos y polémicos repartidores, vestidos, en esta ocasión, con chándal y camisetas que parecían sacadas de una tienda de souvenirs de la Torre Eiffel. En las manos portaban una versión en cuero de las típicas bolsas de cartón marrón, como las que presentara hace casi 30 años Martin Margiela, referente ubicuo en todo el trabajo de Gvasalia al frente de Balenciaga. La extensa línea bolsos incluía también bandoleras con el tamaño justo para llevar una botella de agua y nuevos modelos de corte tradicional con el logo grabado en el cierre.
Una modelo, en el desfile de Balenciaga. Estrop Getty
Pero sin duda lo más interesante de la colección fue la serie de blusas, vestidos e incluso jerseys con el cuello construido alrededor de un aro rígido por el que asomaban las solapas y que recogía todo el frunce del tejido. Una adaptación atrevida y contemporánea de la arquitectura de volúmenes que utilizó el maestro Cristóbal Balenciaga. Este mismo trabajo pudo verse en abrigos terminados en un gran pliegue que cubría los hombros al tiempo que levantaba la espalda creando la sensación de llevar una prenda sobre otra.
El gusto por una estética más sencilla se nota incluso en el streetstyle, ese fenómeno fotográfico que se nutre de itgirls y personajes estudiadamente estilosos. Se han reducido en número e intensidad, los invitados que acudían a los desfiles pertrechados con teatrales y coloristas diseños, que, en directo, parecían poco realistas -en el mejor de los casos- y directamente ridículos -en el peor. También la cantidad de fotógrafos que captaban sus instantáneas han menguado.
Llegan tiempos más discretos, tal vez más aburridos. Pero en Valentino no corren el riesgo de resultar monótonos. Pierpaolo Piccioli siempre ha presumido de un discurso depurado y a la colección que presentó el sábado le sobraba sentimiento. En la forma y en el fondo. El italiano se inspira en la obra de varios poetas: Robert Montgomery, Greta Bellamacina, Mustafa The Poet y Yrsa Daley-Ward y borda sus versos en el interior de sus exquisitas prendas. Se trata de obras -algunas creadas ex profeso para esta colección- que reflexionan sobre el amor y su capacidad de trascender la muerte. Pequeños secretos que susurran los vestidos de seda que caen como agua sobre los cuerpos de las modelos, las capas que recuerdan a las de las pioneras estadounidenses, los abrigos decorados con plumas. Patrones limpios, cuellos altos que llegan hasta la barbilla. Los estampados que reproducen la escultura Hombre y mujer del noruego Stephan Sinding recorren transversalmente la colección decorando solapas, sombreros, detalles de las chaquetas. Los encajes y tules bordados aparecen en una última parte del desfile que se acerca más a la alta costura que al prêt-à-porter. Incluso en estas piezas de fiesta, algunas acabadas en volátiles colas, el diseñador incluye bolsillos. Un sello de Piccioli que puede parecer trivial, pero es que hasta las musas aprecian el pragmatismo hoy en día. En definitiva, una colección emocionante que puso en pie a toda los presentes.
Una modelo, en el desfile de Thom Browne Chesnot Getty
También bebe de la cotidianeidad Thom Browne. La oficina que la firma colocó sobre la pasarela -con sus mesas, percheros y máquinas de escribir- daba una pista clara del leit motiv de la colección: el uniforme de la mujer trabajadora. Como suele ser habitual en las presentaciones de Browne, en la del sábado hubo una pequeña performance. La modelos, ataviadas con idénticas gabardinas cortas y trajes de chaqueta grises, se sentaron en sus escritorios y, tras fingir que mecanografiaban robóticamente, abandonaron la pasarela para volver envueltas en vestidos que emulaban con un trampantojo el traje masculino. La metáfora no resultó muy esperanzadora. Alrededor de este pequeño teatro, la firma -propiedad del grupo Ermenegildo Zegna desde el pasado agosto- desplegó una muestra de su afilada sastrería, casi industrial, y de su catálogo de abrigos, que oscilaba entre piezas masculinas y otra más señoriales rematadas en los bajos y las mangas con visón. A medida que avanzaba el desfile, las prendas iban enriqueciéndose con bordados y pequeños abalorios cosidos geométricamente. También ganaba en vitalidad al sumar a los grises los colores icónicos de la marca -azul, rojo y blanco-, que aparecían en faldas de tweed y chaquetas que experimentaban con patchworks y algodones tejidos. Los maletines y bolsos con forma de perro completaban una propuesta donde el único zapato posible era el Oxford.
Españoles en París
Desde que Amaya Arzuaga dejó de desfilar en París hace cuatro años, la presencia española en la semana del moda francesa se reduce, prácticamente, a los diseñadores que venden sus creaciones en ferias paralelas a la pasarela como la de Tranoï. Aunque hay excepciones y son tan variopintas como el sector textil patrio. En los últimos años, han desfilado fuera del calendario oficial Palomo Spain y Ion Fiz. También Juana Martín, que el viernes pasado repitió con Blanca Li como plato fuerte. La bailarina interpretó una pequeña coreografía ataviada con las barrocas piezas de la cordobesa. Además, esta semana presentó su propuesta para la próxima temporada Carmen March: un trabajo que abarca desde plumíferos hasta vestidos-americana que evocan los ochenta más aristocráticos. La colección incluye una jugosa colaboración con el zapatero Manolo Blahnik.
En un showroom atestado de clientas del Medio Oriente está YolanCris, la marca de las hermanas Yolanda y Cristina Pérez que saltó a la fama cuando Lady Gaga lució uno de sus diseños en el desfile de Victoria’s Secret de 2017. Ese mismo año, Beyoncé vistió su firma en los MTV Music Awards. Después vinieron Shakira y otras mujeres de futbolistas famosos. Lo demás es historia.