Kenny Barron, el retorno del rey

Kenny Barron, el retorno del rey

Ha llegado el momento de subir a Kenny Barron a la siguiente categoría. La más alta, aquella en la que se sitúan las grandes leyendas, esos pocos nombres que sobreviven de la tercera gran hornada de jazzistas que vivió en primera persona el bebop y el jazz de finales de los 40 y primeros de los 50. Lee Konitz, Roy Haynes, Sonny Rollins y pocos más siguen aún con nosotros, algunos de ellos en activo, pero es el momento de que la siguiente generación encarne oficialmente a la aristocracia de la tradición del jazz.

Barron, que se estrenó a primeros de los 60 junto a su hermano mayor —el extraordinario saxo tenor Bill Barron—, acaba de cumplir 75 años, pero toca con la fiereza y la inventiva de un artista en su plenitud. Nunca ha dejado de ser así, en realidad: el pianista ha sido desde el principio de su carrera uno de esos músicos de talla intachable; de esos que, incluso en los días en que no deslumbran, tampoco defraudan.

En su triunfante regreso al Heineken Jazzaldia, Barron presentaba un flamante nuevo disco que recupera el espíritu de sus quintetos de los 80 junto a músicos como John Stubblefield, Wallace Roney, Eddie Henderson, Cecil McBee o Victor Lewis, aunque ahora su quinteto es una versión ampliada del trío que lidera desde hace años junto a Kiyoshi Kitagawa y Jhonathan Blake, completada por el saxofonista Dayna Stephens y el trompetista Jeremy Pelt (sustituto en esta gira del titular, Mike Rodriguez). Una formación de élite, no tanto por la popularidad de sus protagonistas, sino por su enorme calidad.

Ante un Kursaal a rebosar, el quinteto ejecutó un concierto redondo, no solo a nivel interpretativo, sino en cuanto al planteamiento y desarrollo de los temas de un repertorio extremadamente equilibrado. En una progresión lógica en la que la banda se recreó a placer, el concierto se abrió con una versión del “Be-Bop” de Dizzy Gillespie —uno de los primeros mentores de Barron—, continuó con un original de su nuevo “Concentric Circles”, pasó por el blues con una inspirada reinterpretación del archiconocido “Footprints” de Wayne Shorter, volvió al nuevo disco para su particular acercamiento a la música brasileña mediante el “Aquele Frevo Axé” de Caetano Veloso, concluyó invocando a su adorado Thelonious Monk con “Well You Needn’t” y agasajó a la audiencia con “Baile”, un bis extraído también del nuevo álbum. En solo un puñado de temas, extendidos de forma coherente y justificada, Barron y su grupo recorrieron multitud de territorios sin abandonar el campo de juegos de un jazz ortodoxo que, con solistas de esta categoría, da mucho de sí.

Los cinco músicos estuvieron soberbios y muy compenetrados, con especial mención para Pelt, que sigue siendo uno de los más brillantes depositarios de la herencia de músicos como Woody Shaw o Freddie Hubbard, el extraordinario baterista Blake, que muestra un control de las dinámicas fuera de lo común, y el propio Barron, que en todos sus solos tocó con gusto y un lenguaje rico y ocurrente.

Que la ortodoxia jazzística puede aún abrigar música excitante está claro, pero no es tan habitual escuchar un concierto sin fisuras ni zonas grises, aunque sea de mano de grupos de este nivel. Y Barron, un pianista que desde el principio de su carrera ha sido respetado y admirado como uno de los grandes continuadores de la escuela de Hank Jones y Tommy Flanagan, hoy es el máximo exponente de la misma. Un músico irrepetible en un momento artístico muy dulce que, tras seis décadas de actividad constante, es ya una de las más grandes leyendas vivas del jazz.

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