Helena Rubinstein, la emancipación femenina a través de la belleza

Helena Rubinstein, la emancipación femenina a través de la belleza

Ni sus orígenes humildes en el seno de una familia polaca de finales del siglo XIX ni su pequeño tamaño, 1,47 metros, impidieron que Helena Rubinstein (Cracovia, 1972-Nueva York, 1965) lograra todo lo que se propuso en la vida y acabara sus días como multimillonaria tras haber construido un imperio de productos de belleza que lleva su nombre hasta hoy. Una exposición en París recorre la vida de esta inusual mujer durante la agitada primera mitad del siglo XX. Una época en la que, quizás sin proponérselo, se acabaría convirtiendo en un modelo de emancipación para muchas mujeres de todo el mundo.

Así lo considera Michèle Fitoussi, periodista y comisario de la muestra Helena Rubinstein, la aventura de la belleza”. La suya es “la historia de una emancipación femenina, explica en entrevista en el Museo de Arte y de la Historia del Judaísmo (MAHJ) de París, que albergará la muestra hasta el 25 de agosto.

“Es la historia de una mujer que se emancipa de un entorno religioso que era fuerte, porque venía de una familia ortodoxa, que se niega a aceptar un matrimonio concertado y se marcha (primero a Viena, luego a Australia), que hasta cambia de nombre y de edad y se convierte en la mujer que acaba siendo”, dice Fitoussi, autora también de la biografía Helena Rubinstein, la mujer que inventó la belleza.

t.gifampliar foto Helena Rubinstein, fotografiada por Erwin Blumenfeld en Nueva York en 1955.

A través de fotografías, productos cosméticos y pertenencias personales, la muestra hace un recorrido por la insólita vida de esta mujer. Un “bulldozer que solo pensaba en tener éxito”, según Fitoussi. Fue esa determinación la que la llevó a reinventarse desde la joven Chaja Rubinstein, que tuvo que dejar los estudios a los 15 años para ponerse a trabajar en la tienda de su padre en el barrio judío de Cracovia, hasta la glamurosa Helena Rubinstein, el nombre que eligió tras viajar sola a Australia a los 22 años y empezar su imperio cosmético vendiendo cremas por correo. Una vida que, a través de sus diversas estaciones —la muestra está agrupada en torno a las ciudades que marcaron su vida y su carrera: Viena, Melbourne, Londres, París, Nueva York y Tel Aviv— traza también la historia de la primera mitad del siglo XX, con sus luces y sus sombras. Como cuando en 1941 en Nueva York le niegan el alquiler de un piso por su origen judío y Rubinstein decide comprar todo el edificio.

t.gifampliar foto Joyas de Helena Rubinstein, expuestas en sus muestra de París.

Los 400 metros cuadrados de exposición, más grande que la que se mostró previamente en Viena y que inspiró la de París, dan cabida también a algunos de sus retratos —adoraba ser retratada y convenció a muchos artistas de la época para que lo hicieran, incluido Salvador Dalí—, y piezas de su colección de arte, esculturas, tapicerías y pinturas de artistas como Marc Chagall, Michel Kikoïne, Sarah Lipska o Louis Marcoussis, de quienes fue mecenas. Su entrada en el mundo del arte y la literatura la hizo a través de su primer marido, el periodista estadounidense Edward William Titus, un judío de origen polaco como ella. La pareja acabaría divorciándose en 1938. Rompiendo una vez más los moldes, Helena Rubinstein se casó ese mismo año con el príncipe georgiano Artchill Gourielli-Tchkonia, 23 años menor que ella, que ya había cumplido ya los 66.

t.gifampliar foto Rubinstein, en su laboratorio de Saint-Claud, en la década de los años treinta.

En estos tiempos del MeToo puede chocar que una mujer tan fuerte, independiente y emprendedora viviera bajo un lema que inventó para su primer producto, la crema hidratante Valaze, pero que proclamó hasta el final de sus días: “Beauty is power”, la belleza es poder. ¿Hacer del culto a la belleza un instrumento de emancipación femenino? Sí, responde Fitoussi. Pero en su contexto histórico y social, acota. A comienzos del siglo pasado, “en Estados Unidos o Inglaterra las mujeres no se maquillaban, eso era algo reservado a las prostitutas y las actrices. Y llega Helena Rubinstein y dice: 'Sí, os podéis maquillar'. Era un acto de rebelión”.

También su archirrival, Elizabeth Arden, reivindicaba el maquillaje como arma: en 1912, la otra reina de la cosmética distribuyó entre las sufragistas estadounidenses una barra de labios roja para sus manifestaciones reclamando el voto femenino. Por mucho que Rubinstein y Arden se detestaran y compitieran —una historia muchas veces contada— compartían en este sentido una idea de la belleza como arma emancipadora de la mujer, una “belleza de combate” que servía para “reapropiarse” de la identidad y alentaba a las mujeres a salir de casa para ir a trabajar o divertirse, como ellas también supieron hacer en su vida.  

La colección de arte primitivo de Helena Rubinstein t.gifHelena Rubinstein, con algunas de sus obras de arte primitivo, en París.

Helena Rubinstein basó su poderoso imperio cosmético en el ideal clásico de la belleza, pero en el mundo del arte supo ver mucho más allá de los estereotipos tradicionales. Tras la retrospectiva de su vida en el Museo Arte y de la Historia del Judaísmo (MAHJ), otra institución parisina, el museo Quai Branly-Jacques Chirac, ofrecerá a partir de octubre una muestra con una parte más desconocida de su legado, su colección de arte primitivo, que comenzó a adquirir durante su estancia en París entre 1908 y 1909. Rubinstein “es una mujer que rompe las reglas, rebelde, que no tiene miedo de nada, una mujer que asume su excentricidad en el arte, que asume decir que arte y belleza van de la mano y, a la vez, colecciona arte primitivo, lo que era bastante raro en la época”, señala su biógrafa Michèle Fitoussi.

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