Gorée, la isla senegalesa de pasado infernal
Isla de Gorée, en Dakar (Flickr / Robin Elaine)
Dakar, capital de Senegal, es una de las grandes metrópolis africanas; una ciudad que sobrepasa cómodamente el millón de habitantes y es un tanto agotadora. Sobreexcitada y febril, llena de mercados, descampados que hacen las veces de estación de autobuses, barrios de chabolas que reciben a los que emigran desde el campo... una ciudad interesante, aunque tras unos días en ella, el viajero necesita buscar un remanso de calma.
Que está a tan solo tres kilómetros, y se llega en un transbordador que parte cada media hora desde el muelle. Es la isla de Gorée (o Gorea), el oasis perfecto para amortiguar el trajín de la capital. Apenas tiene un kilómetro de largo y durante la noche incluso se llegan a escuchar las bocinas del tráfico de la cercana ciudad. Pero es como huir a otro universo.
Tradicionales barcas de pescadores descansan en la playa de Gorée (fraggedreality / Flickr)
Gorée vive un ritmo tranquilo, con un puñadito de pensiones y restaurantes y un montón de casas históricas pintadas de todas las gamas de colores terrosos. Los jóvenes se bañan en la playa del norte, y los artistas y músicos trabajan a la sombra de los baobabs enanos y los mangos que se plantaron siglos atrás para sombrear las calles.
Sin embargo, este sosiego melancólico de la Gorée de hoy guarda una historia terrible. Solo hay que visitar el principal monumento de la isla para corroborarlo: la casa de los Esclavos. Un inmueble que se distingue por su escalera doble de acceso a la planta principal y un pasillo lúgubre que da a un embarcadero pedregoso. Es el lugar donde durante tres siglos se metió a personas en barcos que las llevaron al otro lado del océano Atlántico a difuminarse en las nieblas del tiempo y del esclavismo.
Vista exterior de la casa de los Esclavos (HomoCosmicos / Getty Images)
La casa, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cuenta la historia de cómo fue aquel terrible mercadeo de personas aquí. Tal vez no tan significativo numéricamente como en otros sitios de África, pero no importa el cuántos, sino el qué. En el edificio hay salas de cribaje (hombres, mujeres, niños, “individuos inapropiados”) y una específica en la que se pesaba a los capturados. Debían alcanzar al menos los 60 kilos, para garantizar que resistirían las penurias del viaje en una bodega nauseabunda hasta América. Por eso se les alimentaba con frijoles. Hay grilletes en las paredes, rejas y llantos impregnados en los muros.
Pero en la isla de Gorée, además de este horror, hay otras cosas interesantes para visitar. Por ejemplo, una de las mezquitas más antiguas de Senegal; el castillo desde el que se domina toda la isla y que regala buenas panorámicas de los barrios litorales de Dakar; el Museo de las Mujeres y el Museo del Mar, con una interesante colección de la fauna piscícola de la región.
Vista aérea de la isla, a solo 3 km de Dakar (aerialcamturkey / Getty Images/iStockphoto).
Gorée aúna la perfección de la islita recogida y serena con unos estratos históricos que estremecen. Vale la pena conocer ambas vertientes y disfrutar de ese pedazo de tierra anclado en el océano; refrescarse en sus aguas –al parecer, la colonia de escualos que se alimentaba de los esclavos desdeñados por los traficantes ha desaparecido–, y comer un buen pescadote a la brasa mientras se escucha la historia de las signares, las mujeres que hasta finales del siglo XIX se convirtieron en amantes de los colonos europeos, alcanzando un estatus superior y una vida de mayores comodidades que las de sus conciudadanas.
Sergi Ramis/La Vanguardia