El resurgir de la telenovela
Durante muchas décadas el culebrón fue inamovible en todas sus fases. La historia de amor tenía que ser exclusivamente sobre un amor heterosexual, con garantía de reproducción dentro o fuera de la legalidad y la bendición eclesiástica que se reservaba para el final, tras cientos de capítulos plagados de peligros y actuaciones tan estáticas como la laca en el pelo de sus protagonistas. Fue una dictadura en el mundo del entretenimiento que sin embargo unió a un semicontinente, Latinoamérica, con muchísima mas cohesión que organismos como la OEA.
Tal sincretismo no podía permitirse ninguna salida de línea. En Venezuela, donde las telenovelas en los ochenta casi se convierten en una segunda fuente de ingresos aparte del petróleo, se llegó a crear un código deontológico sobre las cosas que no podían tratarse en los argumentos. Incesto, homosexualidad, suicidios, drogas, actualidad política ni ningún dato geográfico que no fueran las suntuosas mansiones donde las protagonistas trabajaban como empleadas. Todas las avenidas, por ejemplo, eran o Del Sur o Del Norte. Pero todo eso se ha hecho pedazos con la llegada de La casa de las flores y la telenovela está viviendo un fabuloso renacer precisamente haciendo uso de todo aquello que durante más de 30 años de totalitarismo argumental estuvo prohibido.
La casa de las flores pudo haber sido escrita en los ochenta y habría emparentado con toda naturalidad con la filmografía de Pedro Almodóvar y, además, siendo mexicana, hasta el propio Almodóvar le hubiera hecho un guiño. Ahora es la serie del momento porque la confusión sentimental y ética de sus personajes nos da risa, los hace humanos pero sin dejar de envolverlos en esa aura de monstruosidad que los caracteriza. Los habitantes de la Casa de las Flores (que en realidad son dos locales, pero no vamos a triturar el argumento) pertenecen a la alta sociedad pero no son prístinos, mienten continuamente, como en el fondo sabemos que hacen todos los que son poderosos y sobreviven atrapados en sus propias mentiras. La matriarca del clan, Virginia de la Mora, está interpretada por la gran heroína de las telenovelas mexicanas, Verónica Castro, madre a su vez de Christian Castro, el cantante favorito de Bustamante y afín a escándalos y matrimonios exprés. Ver a la Castro de nuevo como protagonista es un aliciente más para la serie. Saber que cada cosa que le dice a su hijo Julián podría decírsela a Christian es un punto de morbo para iniciados. Verla fumar marihuana y llevarse las manos a la cabeza cuando recuenta el desastre social de su Casa de las Flores, terminan por engancharte aún más a un guion perfecto, enloquecido, vibrante, que va hipnotizándote.
Manolo Caro, su autor, ha incluido a su actriz fetiche, Cecilia Suárez, que da vida al personaje que, como en todas las telenovelas, se roba el show: Paulina, hablando en sílabas muy lentas porque abusa de Tafil, al parecer, un tranquilizante que necesitan las personas con estrés. ¿Quién no ama a Paulina, mala, interesada, materialista, pero con demasiado corazón? Desde el estreno de la serie, todo el mundo que conozco imita su forma de hablar al menos tres horas seguidas.
Pero el éxito de La casa... ya venía anunciado por el de la serie sobre Luis Miguel, que aprovechándose del beneplácito del cantante consiguió trasladar las revelaciones sobre su intimidad a poder hurgar en tremendas realidades de la política y la vida social del México de los ochenta, minado por la corrupción y donde Luis Miguel surgió como un rayo de luz encima de tanta oscuridad. Ese es el inmenso talento de Caro: saber trasladar a la televisión la combinación de historia real con mucha documentación sobre momentos igual de reales de la historia reciente.
El actor Diego Boneta, como Luis Miguel.
Obviamente, el hecho que las dos series hayan sido producidas para una plataforma digital y hayan alcanzado tantísimo éxito pone en jaque a la televisión tradicional, que se ha mostrado incapaz de poder desarrollar fenómenos que superan las expectativas de los espectadores. Otro de los secretos del éxito de La casa de las flores o de la serie sobre Luis Miguel: no sabías ni remotamente que fuera a gustarte. Y además tanto, tantísimo.