El milagro de Montserrat Torrent

El milagro de Montserrat Torrent

Montserrat Torrent nació en Barcelona en 1926. Tiene, por tanto, 92 años y sigue tocando el órgano como lleva haciéndolo desde que lo que parecía una prometedora carrera como pianista quedó súbitamente truncada por la Guerra Civil. Terminada la contienda ‒“providencialmente”, como ella misma dice‒, empezó a estudiar el órgano como simple aficionada, pero la experiencia del primer coral de Bach que tocó supuso una revelación tal que la conquistó de por vida para el instrumento. Una vida que, muchas décadas después, sigue sin concebir apartada de la música, sobre todo porque ‒confiesa‒ le ayuda a sentirse más cerca de todos los seres queridos que ha ido perdiendo. Pocos de sus coetáneos estarán ya en condiciones de trasladarse hasta el Auditorio Nacional para escuchar un concierto. Ella, sin embargo, acaba de protagonizarlo el sábado por la mañana en su doble condición de intérprete y maestra del resto de los organistas convocados por el Centro Nacional de Difusión Musical para este homenaje a la decana del instrumento no ya solo en nuestro país, sino probablemente en todo el mundo.

Fue a ella, de hecho, a quien se concedió el privilegio de tocar el concierto con que se inauguró el órgano de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional (construido por Gerhard Grenzing, presente el sábado en la sala) el 3 de enero de 1991. Era por entonces, visto lo visto, una joven de 64 años. Ahora ha vuelto a tocarlo, precedida de varios de los innumerables discípulos que se han beneficiado de su magisterio, directo o indirecto: Andrés Cea, David Malet, Luis Dalda, Juan de la Rubia, José Luis Echechipía y Roberto Fresco. No es esta ocasión para entrar en valoraciones personales de cada una de sus interpretaciones, ya que lo importante no es qué tocaron, ni siquiera cómo lo tocaron, sino que estaban allí, dejando constancia de su admiración y su gratitud. Si debería, quizá, dejarse somera constancia del excelente clima creado en el arranque del concierto por Andrés Cea gracias a una versión cargada de retórica (en el buen sentido barroco) de la Fantasía en Sol menor de Bach y de la expansiva musicalidad y el dominio abrumador del instrumento mostrados por Juan de la Rubia en dos movimientos de la Sonata op. 65 núm. 4 de Mendelssohn. El repertorio de los seis organistas había sido sabiamente elegido y escondía evidentes vínculos con la propia homenajeada, que escuchó atentamente a todos sentada discretamente en un lateral de la galería del órgano. Sus alumnos de antes son los concertistas y los profesores de nuevas generaciones de ahora.

Obras de Bach, Buxtehude, Mendelssohn, Torres, Sagaseta y Guridi. Montserrat Torrent, Andrés Cea, David Malet. Luis Dalda, Juan de la Rubia, José Luis Echechipía y Roberto Fresco (órgano). Auditorio Nacional, 20 de octubre.

La intervención de Montserrat Torrent se reservó para cerrar el concierto. En primer lugar, un coral del culpable de su vocación, Johann Sebastian Bach, Komm, Gott, Schöpfer, Heiliger Geist, la versión luterana del himno de Pentecostés Veni creator Spiritus, una pieza que Arnold Schönberg instrumentaría para gran orquesta. Por si existía algún incrédulo en la sala, bastaron las primeras notas para constatar que el espíritu creador sigue alentando con fuerza en la organista barcelonesa, cuya agilidad de manos y de pies no puede producir más que asombro. Después tocó la Passacaglia en Do menor y el contraste entre esta anciana menudísima enfrentada a uno de los grandes colosos organísticos del contrapunto y la invención desató la caja de las emociones en la sala. Afirma ella misma en el programa de mano que a partir de ahora renuncia ya “a la interpretación de las grandes obras organísticas”, aunque sí seguirá tocando obras menos ambiciosas formalmente.

Sin embargo, nada en su manera de tocar mostraba declive alguno: su pulsación sigue llevando el sello inconfundible de los más grandes y su concepción arquitectónica de la obra, su sentido rítmico o la claridad con que pudo oírse siempre el tema principal (como ostinato primero, como sujeto de fuga después), tanto en el teclado como en los pedales, son virtudes que se mantienen intactas y con el fulgor de siempre. Coordinar dos manos y dos pies en música de enorme complejidad no es tarea fácil a ninguna edad: a los 92 años, tocar como sigue haciéndolo Montserrat Torrent es un prodigio casi incomprensible. La única explicación es que, como sucedió cuando tocó otro ilustre nonagenario en activo, el pianista Menahem Pressler, hace unos meses en Madrid, el órgano se ha convertido, desde hace décadas, en su casa, su refugio. Eso, y la dicha de tener o sentir más cerca a los suyos mientras toca, es lo único que puede operar el milagro.

Este homenaje, merecido y necesario como pocos, ha servido para dar comienzo a una nueva temporada de Bach Vermut, el ciclo que tanto ha hecho por volver a resucitar el gran órgano del Auditorio, semienmudecido previamente durante años. Levantemos, pues, encandilados los vasos y brindemos por esta organista irrepetible, gloria de la música española, pasada, presente y futura: ¡larga vida ‒más larga aún‒ a Montserrat Torrent!

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