El arte de matar al protagonista de una serie

El arte de matar al protagonista de una serie

La revolución de las series comenzó en Oz, y su estreno vino acompañado de un golpe de efecto inédito: comenzó asesinando a su protagonista. El guionista Tom Fontana, el primero con libertad absoluta en televisión, pasó 55 minutos presentando a un pandillero italiano que había hecho suya la prisión (Jon Seda) solo para matarlo antes de los créditos finales del primer episodio. La serie presidiaria, estrenada el 12 de julio de 1997 como el primer drama del canal de cable HBO, no solo hizo de la guadaña un personaje recurrente, sino que dio el primer paso para que deshacerse del protagonista dejase de ser tabú en televisión. Han pasado 20 años, ¿ha dejado de sorprender la salida de los personajes principales? [Hablamos de muertes, así que habrá spoilers]

La semana pasada dos de las series más importantes de la última década dieron el paso, aunque con motivos y consecuencias dispares. House of Cards despidió al presidente Frank Underwood (Kevin Spacey) fuera de plano, después de que varias denuncias de abusos echaran al actor de la industria. Netflix aprovechó su adiós como pura promoción. La actriz Robin Wright decía sobre su tumba en un anuncio: "Cuando me entierren a mí, no será en el patio trasero".

La cadena AMC también ha utilizado la despedida de Rick Grimes como atractivo para que el público vuelva a The Walking Dead, que este año ha marcado mínimos de audiencia, aunque los motivos son incomparables: tras ocho años, Andrew Lincoln quería otro ritmo de vida en Inglaterra, pero sin renegar del papel. Su personaje había conducido al espectador al apocalipsis zombi, era cabeza de cartel. Su salida transformará la serie. Tan relevante era que en el último minuto no se atrevieron a seguir con el plan original: asesinarlo.

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El episodio fue también el último de otra actriz principal, Lauren Cohan (Maggie), pero ella no tuvo despedida. No aparecerá más esta temporada porque, tras no concederle un sueldo paritario, decidió fichar por otra serie. "Los guionistas tendrán que trasladar los lazos y el valor emocional de estos personajes a otros. Si no los sustituyen, la serie morirá. Es muy difícil hacerlo con una ficción tan avanzada", cree el guionista Iván Escobar, experto en deshacerse de protagonistas en series como Los hombres de Paco y Vis a vis, que siente, sin embargo, que esta vez hacen trampas. En una serie acostumbrada a asesinar, con Rick no se atrevieron. El personaje se relocalizará en tres películas. Muere para sus compañeros, pero no para el espectador.

"Muere demasiada gente en las series. Y en periodos de 50 minutos", cree el creador Javier Olivares, que, por problemas contractuales, tuvo que deshacerse del personaje de Belén Rueda en Los Serrano ("quería nuevos retos. Es una pena que luego fuera un sueño") y de Rodolfo Sancho en El Ministerio del Tiempo: "A veces es un recurso fácil. Como en determinados (que no todos) videojuegos. En un tipo de series deja de ser tabú. En las grandes, no. Son espejo de la vida. Ahí, la muerte, la despedida, el sentimiento de pérdida es algo muy serio. Lo será siempre".

"Casos como The Walking Dead convierten el shock de una muerte, el mayor giro que puede haber, en un engaño barato. A veces es necesario amputar un miembro para dar aire fresco, pero no con trampas", argumenta Escobar. La muerte simulada de Rick no tiene moraleja ni es conclusiva. El escritor la compara con la de Jon Nieve en Juego de tronos, resucitado un año después: "Fue una traición al espectador. Un hito y luego una gran decepción. Una cosa es ponerlo en coma y otro echarse para atrás en una decisión así", dice el guionista, que en Vis a vis tuvo que encerrar a Macarena (Maggie Civantos) en una lavadora por el compromiso de la actriz con Las chicas del cable. "Queríamos mantener al personaje, pero ella no podía compaginar, así que negociamos con Netflix para que apareciera en unos episodios". Algo similar a cómo lidió con la salida de Hugo Silva de Los hombres de Paco y de Mario Casas en El barco, complicada por el limitado espacio.

En Vis a vis, eso sí, mataron a la manipuladora Anabel: "ninguno quería romper la relación, pero nos planteamos que matar un secundario era demasiado fácil. No había retos". Querían jugar con las expectativas. Promete más muertes para la nueva temporada, que se estrena el 3 de diciembre, si bien reconoce que si faltaran Civantos y Najwa Nimri estaría ante otra serie. "No puedes romper la dinámica por completo. La serie es un ecosistema superfrágil y podemos desnaturalizarla. Los personajes son la serie. Hay que justificarlo bien porque es parte social de la vida del espectador. Es una ventana a nuestra habitación y no podemos hacerla irreconocible". Para Escobar, Homeland cometió este error: "Cuando murió Brody, se convirtió en otra serie, a veces interesante, pero otra serie con planteamiento propio". También lo rompió Downton Abbey y House of Cards. "Se alarga el chicle para mantener la misma marca", apunta Olivares: "El caso contrario es Doctor Who, que convirtió el cambio del protagonista en su genial filosofía".

Pero si Oz dio el primer paso, Juego de tronos, con una HBO más madura, fue la que popularizó la muerte. Después de decapitar a Ned Stark, el alma de la serie tras invertir 10 episodios en su desarrollo, dos años después una sangrienta boda puso el broche de oro. La muerte se convirtió en su marca. "Era como una tragedia griega, nada oportunista, pero es verdad que crea un eco de repetición y a veces es mero truco", explica Olivares. Según un estudio de Vox, en la temporada de 2015, tras dichas sorpresas, la televisión estadounidense asesinó a 242 personajes. "Entendió que las series ya no eran una foto fija, que la vida es una realidad líquida que cambia. Es una experiencia. Que todo cambie, sin embargo, no es un valor por sí mismo", subraya Escobar.

En la realidad, la muerte puede ser insignificante y llegar en el momento menos redondo, como en cada capítulo de A dos metros bajo tierra. Pero la ficción debe saber cargarla de significado. Hoy más que nunca. Lo hizo Boardwalk Empire, The Wire, BoJack Horseman y 24. Antes, cuando la televisión trataba ser una cálida compañía, todas eran por contrato (como lo fue la de Josh Charles en The Good Wife, una de las más sorprendentes y lloradas, pero también meditadas). Ahora también hay decisiones lógicas, incluso si esto elimina a veces el factor sorpresa. Hacer que una muerte importe siempre lleva su tiempo. Escobar recuerda lo bien que se apañó Perdidos para matar a Charlie, personaje con quien se identificaba el público y cuyo adiós fue vital en el devenir de la serie. Tuvo consecuencias claras y su luto se hizo notar. El significado era palpable.

"Es triste vulgarizar la muerte", apunta Olivares, que reconoce lo bien que ha lidiado con la muerte La maldición de House Hill: "Lo que da verdadero miedo no son los fantasmas: es el dolor de la vida misma". Si no hay nada en juego, ni evolución, no importaría. Y a veces la muerte no por esperada es menos emocionante, como el caso de Norma Bates, la madre del psicópata, en Bates Motel, por todo lo que ello conllevaba. Ya no se podía empezar de cero la serie. "La muerte es revivir, desaparecer, recordar...", dice Olivares. Si no, la muerte acaba perdiendo potencia narrativa, ese evento colectivo por el que cientos se grabaron saltando en el sofá con la Boda Roja. Nada tan emocionante como cuando Supertele anunció en portada: "Chanquete muere esta semana".

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A veces la muerte tiene tanta potencia que los espectadores lo toman como algo personal. "Todavía algunos me 'agradecen' que en Los hombres de Paco teníamos a una de las primeras parejas lésbicas en la televisión española con Pepa y Silvia y yo las separé con la muerte. Recibíamos muchas cartas de protesta", recuerda Escobar, que, inconscientemente, hizo mella en un problema recurrente en los estudios de diversidad. Los seguidores de Los 100, por ejemplo, hicieron numerosas campañas en Internet cuando mataron a Lexa, solo una de las muchas lesbianas en caer en televisión. Incluso hay una web que rinde homenaje a las 202 lesbianas muertas en las series.

Otro caso es el de la pareja homosexual de Torchwood, derivado de Doctor Who que convirtió en seña de identidad matar a todos los protagonistas, salvo a dos, cada ciertos capítulos. "La muerte puede acabar siendo lo fácil", rebate Olivares.

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