Ben Sidran: el maestro del Central y la continuidad de la dinastía

Ben Sidran: el maestro del Central y la continuidad de la dinastía

El Café Central tiene esas cosas: el hombre que se te sienta al piano a metro y medio de distancia no es un músico cualquiera, sino una eminencia. Una institución. El maestro de varias generaciones de jazzistas y géneros aledaños desembarcó anoche en el escenario de la Plaza del Ángel para una semana íntegra de música y efemérides: sus 75 años recién cumplidos o las dos décadas transcurridas desde la primera vez que se aupó a este angosto escenario y reparó en que esos escuetos ocho metros cuadrados pasarían a formar parte de su universo emocional. El caballero en cuestión se llama Ben Sidran y, si por ventura no lo conociera, siéntase libre de indagar al respecto. No todos los días se apresta uno a desentrañar un tesoro de semejantes dimensiones.

Sidran padre se conserva lozano y, sobre todo, lúcido después de tres cuartos de siglo en la aventura de la vida. No se molesta en lucir otra cosa que una camiseta básica negra, desenfunda sin pudor las gafas de pasta cuando debe consultar las partituras y aparenta cierto agarrotamiento en las manos que es engañoso: en cuanto entra en calor, y es cuestión de minutos, esos dedos vuelven a corretear como animalillos despavoridos.

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Su magisterio es tan ilimitado que hace bien en comenzar por lo irrefutable; o sea, Miles Davis. Pero aún resulta más seductor con el material propio, tan heterodoxo en lo temático como ese Picture him happy, severa inyección de swing para reflexionar sobre... el mito de Sísifo y su reinterpretación a cargo de Albert Camus. No hay noticias de cantautor lo bastante cultureta como para igualar algo así. Tampoco de una inspiración como la de Thank God for the F train, trepidante oda a la línea subterránea que enlaza Manhattan con Brooklyn y que se erige en la gran golosina para la segunda mitad de la velada.

A Ben nunca le hizo falta una voz avasalladora para dominar el escenario. Le ocurre en ese sentido como a su amigo Georgie Fame, al que grabó en los tiempos del sello Go Jazz. Las gargantas de ambos carecen de cuerpo y academicismo, pero les sobra personalidad. Y es maravilloso dejar que nos seduzca este geniecillo histórico, aliado juvenil de Steve Miller y Boz Scaggs, estudioso del jazz en sus formas cultas y también en las más populares, enciclopedia viva del jazz más abierto de miras.

A Ben nunca le hizo falta una voz avasalladora para dominar el escenario

Sucede además que Ben es papá de Leo Sidran, un muchacho que dispone también de holgada cuota de protagonismo: desde una versión de Antonio’s song, la declaración de admiración de Michael Franks hacia Antonio Carlos Jobim, a sabrosas creaciones propias como After the damage is done o la divertida Jamboree, sobre la magia crápula que puede acontecer en este club barcelonés. Leo se presenta con papá como batería, pero su puesto natural es el de acaparador de miradas, guitarrista, cantante y jefe. Es el heredero que proporciona continuidad a una dinastía a la que solo cabe desear un desarrollo prolongado.

Añadamos a la fórmula esa armónica cálida y profunda de Antonio Serrano, que nunca empacha, dispone de innumerables conejos en la chistera y a veces suena casi como un amoroso saxofón. Hubo homenajes al Lorca de Poeta en Nueva York, una segunda incursión en el repertorio de Franks (Cool school) y otras dos de Ben en su adorado Dylan: Subterranean homesick blues (“el primer rap de la historia”, avisó el patriarca) y Tangled up in blue, ahora que vuelve a estar de actualidad el álbum Blood on the tracks. Y resulta que el bajista de los Sidran, Billy Peterson, fue partícipe de tales grabaciones. Otra sorpresa más en la chistera de Ben Sidran, que acaba de editar una edición limitada (3.000 ejemplares) de un triple CD, Ben there, done that, con grabaciones en directo fechadas entre 1975 y 2015. Un caramelo colosal. Tanto como para que el trompetista Avishai Cohen asomara de incógnito al final de la noche para curiosear lo que se andaba cociendo.

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