Arranca el Festival de Santander con las cuentas saneadas

Arranca el Festival de Santander con las cuentas saneadas

Hay una palabra en el diccionario a la que Jaime Martín (Santander, 1965) tiene declarada la guerra: “La rutina”, dice. Quizás por eso reparte su batuta por varias ciudades de Europa y América, vive en Londres, pero no renuncia tampoco a un vínculo con su tierra cántabra como director del Festival Internacional de Santander (FIS). Este año con la deuda resuelta y un poco más de alegría en la programación. “Más liberados, menos ahogados, más contentos por haber arreglado las cuentas”, afirma.

El acontecimiento comienza estos días en simbiosis con el Concurso de Piano Paloma O’shea. Liberado de hipotecas a causa de unas cuentas que quedaron muy dañadas por los excesos de la gestión anterior. Ya es pasado, algo completamente superado, que dejó a uno de los festivales decanos de España –lleva 78 ediciones- casi en la bancarrota, caduco de públicos y seco de iniciativas. Pero la dirección conjunta de Martín y Valentina Granados desde hace cuatro años, ha ido una buena opción de supervivencia.

Aportaron responsabilidad y nuevos aires. Apostaron por un carácter sinfónico pero introdujeron el barroco con gran aceptación de los públicos más jóvenes: “En un festival así debes guardar muchos equilibrios. Aportar lo que la gente demanda, pero dar a probar campos nuevos que sin duda acabarán pidiendo. La más difícil es convencer al público de que no todo lo bueno es lo que ya conoce”.

“Más liberados, menos ahogados, más contentos por haber arreglado las cuentas”, afirma Martín

Para la edición que comienza se han permitido algún exceso. El plato fuerte vendrá a mitad de recorrido, cuando Simon Rattle recale en Cantabria con la London Symphony y dos programas de contener la respiración: la Novena sinfonía de Mahler, por un lado y una sesión dedicada a dos grandes checos: Dvorák y Janacek. También está prevista la presencia de Ivan Fischer y la Budapest Festival Orchestra (día 23), así como la Filarmónica de Rotterdam (25) y la Age of Enlightment (19). Entre otros estilos destacan la Orquesta Barroca de Sevilla (días 2 y 3) o la Europa Galante de Fabio Biondi (13). En el apartado de danza, el Bejart Ballet de Lausanne (8) y María Pagés (10) completan el cartel, entre otras opciones.

Martín y Granados han decantado el FIS hacia lo eminentemente musical. El músico pertenece a la generación maravilla de directores de orquesta e intérpretes en España. Aquella que se fraguó con el foco de la Joven Orquesta Nacional (JONDE), creció con una mejora de la educación en los conservatorios públicos y pudo disfrutar de nuevas orquestas y auditorios. “Hoy somos el tercer país de Europa con más orquestas, detrás de Alemania y Francia”, afirma. Ese caldo de cultivo ha propiciado variedad y, ante todo, calidad en los músicos.

Una calidad demandada fuera y contemplada aun con el escepticismo del complejo inferior dentro. Este año ha sido nombrado director titular de la Orquesta de Cámara de los Ángeles, lleva cinco en Suecia a cargo de la Gavle Orchestra y una intensa labor con la de Cadaqués: “Cuando hago caer a la gente en que hoy en Los Ángeles somos tres españoles los que llevamos la responsabilidad musical de la ciudad, se asombran. Y así es. Aparte de Plácido Domingo, encargado de la Ópera y yo, podemos contar a Gustavo Dudamel, que acaba de nacionalizarse español, como responsable de la Filarmónica”. ¡Tiembla Trump!

En todas ellas encuentra retos distintos: “La búsqueda de sonido debe ser una de las obsesiones principales de un músico. En Los Ángeles aprecio flexibilidad, rapidez, vitalidad, en Europa entusiasmo y gusto por los retos, pero mi ideal es acercarme con ellas a lo que pretendía cada compositor. Algo así trató de transmitir a los alumnos de la Escuela Reina Sofía cuando les dirigió en Madrid el mesa pasado. Lo hizo para cerrar el curso. Vio en sus caras el efecto contagio: “Era la primera vez que se enfrentaban a la Quinta Sinfonía de Beethoven, ¿sabes lo que es eso? Un bautismo”, asegura. Y un revulsivo en grupo: “Muy curioso. Están educados como solistas. Lo primordial era conseguir que colgaran el ego a la entrada en el perchero y lo recogieran al salir, como abrigo”.

Le gustó comprobar que la semilla de la generación formada en los ochenta como músicos de élite –flauta en su caso, luego dirección- crece sin barreras. “En un entorno multicultural constante, reforzados en la diversidad. Quizás esa sea la mejor palabra para definir la buena música que se puede llegar a hacer hoy”.

 

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