Alberto & García, pop enriquecido a la espera de justicia poética

Alberto & García, pop enriquecido a la espera de justicia poética

Ay, las cosas de la precariedad. Pese a lo equívoco del nombre, Alberto & García no es un dúo sino un septeto. ¿Y cómo hacer hueco a siete mocetones astures en un escenario tan angosto como el de la Sala Siroco? Pues de mala manera, aunque la complicidad y el fervor permitan la aglomeración, el roce y los codazos sin que los involucrados pierdan un ápice de hermandad. Ya llegarán, o al menos eso indica el sentido de la justicia, tiempos de menos estrecheces. Llegarán... o no, porque ya se sabe cómo están las cosas de la justicia en este país.

Situémonos. A&G es el proyecto que encabezan el cantante Alberto García y el guitarrista Víctor Gil, Vicho para los amigos; solo que la alineación se enriquece exponencial y espectacularmente con segunda guitarra, bajo, batería, percusiones y hasta saxofón. Un lujo, un derroche gozoso en tiempos de formatos acústicos más motivados por el veredicto de la hoja de cálculo que por una motivación estilística determinada. Por eso los asturianos se han de contentar por ahora con un centenar de acólitos en un sótano de culto en la noche malasañera. Pero nada, por excelencia instrumental, sagacidad lírica, solvencia de repertorio y hasta sudor escénico, debería impedirles un buen día irrumpir en un local que quintuplicara el aforo de este.

García es un vocalista de voz nítida, con un poco de grano y el falsete bien natural, muy a la manera de otro García; en este caso Pachi, el jiennense artífice de Alis. A nuestro García ovetense se le atisba también un amplio bagaje melómano a la hora de singularizar su repertorio. Parte de un pop-rock melódico y canónico, pero no duda en coquetear con el soul, como si Oviedo fuera nuestro Manchester norteño (Esto no es París) o si hubiera tarareado What’s going on reiteradamente, en alguna noche de cachopo y afuega’l pitu por la calle Gascona, antes de pasar por el estudio de grabación (Cualquier sitio).

También recala a cada rato en la otra orilla atlántica: Tierra seca exhibe un regusto ligeramente tropical, como si Santiago Auserón les hubiera susurrado algún consejo al oído; Reina de la selva es una cumbia de una pieza, con la chilena Soledad Vélez como compinche fonográfica, y la melancolía de las zambras argentinas se desparrama en Pa que no vuelvas, con el abulense Jorge Marazu ejerciendo de aliado en la versión grabada.

Sirvió ese tercer y muy reciente trabajo, El buen salvaje, como hilo conductor este viernes en una Siroco cada vez más caldeada y predispuesta al subidón. No es fácil reprimir las ganas de socializarse, o al menos entregarse al alboroto, si el latido de la cumbia termina contagiando hasta una curiosísima lectura de Por qué te vas, el clasicazo de Perales para Jeanette. Pero no solo el baile trasatlántico (Fruta y chocolate) o la euforia indisimulada (En lo alto) son argumentos más que sólidos para prestar atención a estos guajes. Escuchen, por favor, las evocaciones de un Oviedo lluvioso (qué raro) en Fuegos artificiales, una canción en la que todo, desde el riff de guitarra inicial, encaja y funciona maravillosamente bien.

Ya se sabe; las referencias locales pueden derivar en símbolo de trascendencia global. Si la justicia (poética) aún no derivó en muerte cerebral, acabará bendiciendo a estos muchachos.

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