Un concierto de un día y seis minutos

Un concierto de un día y seis minutos

Al final, los cuatro chicos del grupo de rock Kitai no llegaron a cumplir con precisión su reto de ofrecer un concierto ininterrumpido de 24 horas. Qué va. Se excedieron. Cuando el cronómetro reveló a las 20.05 de la tarde que la banda había logrado esa marca homérica, un hito que les otorga acceso directo al Libro Guinness, el público congregado en la sala El Sol se puso a ovacionarlos y algún aficionado, en tono guasón, entonó el consabido “¡Otra, otra!” que acontece en las postrimerías de las actuaciones. Fabio, el bajista, negaba con la cabeza, pero desde el otro extremo del escenario eran de otra opinión. “¿Queréis más? ¿Seguro qué queréis más?”, bramó el guitarrista, Edu, el único de los cuatro que conservaba la camiseta. Y como la respuesta fue de afirmación unánime, los muchachos volvieron a empuñar sus instrumentos para ofrecer una versión alborotadísima de ‘Pirómanos’, una de sus canciones más conocidas. ¿Resultado? El concierto se extendió hasta una duración total de un día, seis minutos y 35 segundos, una plusmarca tan insólita que los convierte en los Bob Beamon musicales del siglo XXI.

Olviden la triada famosa del sexo, drogas, etcétera. El rock no precisa de sustancias estupefacientes. O no de manera impepinable. El rock ya es de por sí un subidón, un chute, una anfeta muy adictiva pero sin efectos secundarios. El rock engancha, pero con la ventaja de que la Organización Mundial de la Salud no necesita actuar de oficio. A eso de las siete de la tarde de este miércoles, los cuatro integrantes de Kitai parecían volados, enajenados, con los ojos fuera de órbita. Pero no había nada ilegal, sino más bien portentoso, en esa apariencia.

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El gran reloj digital instalado en el escenario de la Sala El Sol delataba que estos gloriosos chavetas cumplían 23 horas de estancia ininterrumpida sobre las tablas. “Sois los próximos mártires del rock”, les arengó César Strawberry, el cabecilla de Def Con Dos, una de las docenas de bandas que visitaron el emblemático sótano de la calle Jardines para formar parte de un maratón guitarrero de duración muy difícil de repetir.

Kitai ya no es un grupo ‘underground’ ni desconocido. Ha publicado dos álbumes, el último con productor ilustre y distribución multinacional, se les ha visto ofreciendo actuaciones épicas en festivales y el 8 de marzo cerrarán en una sala grande, La Riviera, la gira correspondiente a ese segundo trabajo, de título sintomático: ‘Pirómanos’. Pero ayer, en los estertores de su titánico #RetoKitai24horas, suscitaban una mezcla de curiosidad, admiración y hasta morbo. El público no se aplicaba tanto a beber como a jalear: “Vamos”, “Venga”, “Sois de puta madre”, “Esto es tenerlos cuadrados”. Cuando a las 19.25, Alex Martínez-Esteve, el rubio y esquelético cantante, esbozaba una versión de ‘Zombie’, de los Cranberries, quedó en el aire la duda de si aquello era un homenaje al rock irlandés o, más bien, un autorretrato.

“Esto ha sido una movida muy gorda. No somos una banda con un disco de moda o un par de canciones, sino unos tipos que queremos dedicar toda nuestra vida a la música”, se sinceraba el vocalista a muy pocos minutos ya de rebasar la meta. Alex estaba ronco, resoplaba, se mesaba los cabellos y desentumecía la espalda como buenamente podía. No quedaba claro si estaba a punto de desplomarse o de abordar una enésima canción. Resultó ser lo segundo, una y otra vez. Por aquello de alimentar una épica que él mismo acabó formulando en términos casi hollywoodienses: “Estamos aquí todos juntos para soñar misiones imposibles”.

Y el final terminó siendo casi eso, una epopeya de película. Subió un último invitado, José Pérez, de Julieta 21, y se fundió en un abrazo eterno y sudoroso, “porque esto no se consigue todos los días”. Y los asistentes recogieron pulseritas personalizadas con la leyenda “Hemos hecho historia”. Una historia forjada, más exactamente, a lo largo de 86.795 segundos. Por si alguno quiere buscar el número para Navidad.

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