“Si no se llega a liar la de Dios y me ponen a parir, nunca hubiera pensado en mi polémica”
Se autodefine como «un tío que se mete en todo tipo de berenjenales». No puede remediarlo: al actor Paco León le tiran los personajes espinosos y los proyectos arriesgados. Y hacer borrón y cuenta nueva con cada papel. «En esta profesión nada te da un seguro de vida. Ni una cara bonita ni un personaje. Sobreviven quienes se la juegan. Salgo de un thriller existencialista con Alberto Rodríguez en La peste, para dejarme liar por Manolo Caro en la serie La casa de las flores (estreno el 10 de agosto en Netflix) y meterme en la piel de María José, una abogada transexual. Es lo que me pone. Acepto y luego pienso ‘uy, de esta no salgo’». Rodada en México, su personaje brega con una familia política desquiciada en la que la infidelidad, el qué dirán, la homosexualidad y el amor prohibido se ponen sobre el tapete de la vida. La trama tira de humor negro y lirismo para mostrar cuánto queda por aprender de la transexualidad.
Pasado el shock de ver al padre de su hijo con melena rubia, falda lápiz y tacones, Paulina, su ex (interpretada por una impecable Cecilia Suárez, en la piel de una rica heredera pasmada cuyo universo se tambalea), se bloquea. Él le responde: «Me cambié de sexo, no de corazón», tendiendo un puente entre su presente y su pasado sentimental. «La transición de un trans no consiste en cambiarse de sexo sin más, sino en una reasignación de género. Pero la sociedad aún confunde los términos». Acostumbrado a abordar la diversidad sexual sin ambages, confiesa haberse inspirado en muchas amigas trans para este personaje. «De entrada, toca hacer un esfuerzo con el lenguaje para referirnos a estas personas. Y superar los estereotipos. En cambio, Bruno, el hijo de la pareja en la serie, encaja con naturalidad desde el principio el cambio de su padre. Los niños son más plásticos para eso. Mi hija tiene amigas trans de seis años y confío en que de mayor los prejuicios sean cosas del pasado. Entretanto, me alegra haber dado visibilidad a una minoría que vive bastante puteada. Empezando por la integración laboral. Si las mujeres ya sufren discriminación para acceder a un puesto de trabajo, ellas aún lo tienen peor».
La polémica le ha perseguido con esta interpretación. «Tiene su lógica. Si hay actrices trans y papeles trans, ¿por qué no considerarlas? Por encima está, por supuesto, la libertad del director para decantarse por el actor que considere que mejor va a representar a su personaje. Pero si no se llega a liar la de Dios y me ponen a parir, nunca me hubiera parado a pensarlo. Ni yo, ni otros muchos. Como director, para mi próxima película, si llegara el caso y hubiera un papel trans, pensaría a quién elegir». De todos modos, elogia la valentía de Manolo Caro, «porque las personas que creamos, ya sean directores, guionistas o actores, podemos hacer mucho por visibilizar a este colectivo. Que no exime de responsabilidad a toda la sociedad para que suenen reales». Insiste: si hay ficción con doctoras, policías o letradas negras, hispanas u orientales es porque ya existen. «¿Una jefa de policía transexual haciendo frente a un ataque terrorista a día de hoy? Todavía suena irreal. Ojalá se normalice pronto desde muchos ángulos y en muchas profesiones».
Ante los casos de acoso en el cine que se han producido en el último año, pide no generalizar: «Me niego a creer que todos los directores piensan en las mujeres como objeto sexual. Y está la responsabilidad de cada una de no permitirlo. No conozco a ninguna actriz que se dejara acosar. Ni trans ni cis».
Y, acabada la promoción, aún le quedan flecos para cerrar Arde Madrid (Movistar+), la serie creada mano a mano con su pareja, Anna R. Castro. «Ha sido duro trabajar uno al lado del otro. Pero seguimos vivos… y juntos».