Martín Churba, el ‘desemprendedor’ del año
En 2002, en plena crisis argentina, la Fundación Endeavor le proclamó emprendedor del año. En 2019, de nuevo en plena crisis argentina, él se proclama a sí mismo “desemprendedor” del año. El diseñador y fabricante textil Martín Churba ha decidido aprovechar las dificultades económicas, que le llevaron a un paso de la ruina, para iniciar un nuevo rumbo, más austero y creativo. De sus 70 empleados quedan solo 10. Ya no le interesa crecer, sino “hacer cosas importantes”. “Los argentinos”, dice, “debemos reinventarnos”.
ampliar foto El diseñador textil y emprendedor argentino, Martín Churba, en su domicilio del barrio de Martínez del Gran Buenos Aires. Silvina Frydlewsky / EL PAIS
Martín Churba (Buenos Aires, 1970) procede de una familia de renombre en las industrias del diseño y la confección. Desde joven le interesó la “exigencia” de crear tejidos y con 25 años viajaba a Nueva York, Milán y Sao Paulo cargado con su muestrario de telas producidas íntegramente en Argentina. Con 27 años, en compañía de la diseñadora Jessica Trosman, presentó su primera colección de ropa femenina. Y ya no dejó de crecer.
Su éxito empresarial fue acompañado por una continua preocupación social. Su centro de operaciones se alojaba en un elegante edificio de tres plantas y entre sus clientas figuraban varias de las mujeres más conocidas de Argentina, pero también se podía ver a Churba relanzando talleres de piqueteros (trabajadores desempleados) gracias al guardapolvo blanco que popularizó incluso en Japón, o en la Plaza de Mayo, distribuyendo a personas sin techo abrigos de su colección y tratando a cada una de ellas como si fueran compradoras adineradas.
En 2015 alcanzó la cumbre. Tenía 70 empleados, vendió prendas por un total de cinco millones de dólares, exportó a numerosos países. Estaba en la vanguardia de la moda. Pero casi en ese mismo momento empezó a cerrarse la trampa. Por un lado, la endémica crisis argentina redujo sus ventas. Por otro, los tipos de interés empezaron a subir y a encarecer su deuda. Al año siguiente, 2016, se presentó en el despacho del ministro de Producción, Francisco Cabrera, con una performance preparada: colocó sobre la mesa del ministro un cuadro que especificaba sus antiguos objetivos (crecer, ser líder, etcétera) y lo rompió violentamente con unas tijeras. Explicó que, pese a todo su trabajo y su creatividad, se iba a pique. Consiguió que el ministro le facilitara un crédito público, que utilizó para despedir a sus empleados con indemnizaciones correctas.
ampliar foto El diseñador argentino, Martín Churba, en el despacho de su domicilio del barrio de Martínez, en Buenos Aires. Silvina Frydlewsky / EL PAIS
El ministro le aseguró que las cosas iban a mejorar en pocos meses. Martín Churba no le creyó, y el tiempo le ha dado la razón. El diseñador había experimentado algunas de las disfuncionalidades de la administración pública argentina. En 2014 quiso importar una máquina italiana de curtir cuero, para no tener que enviar a Italia piel argentina que, una vez tratada, volvía a sus talleres encarecida por el viaje de ida y vuelta. La Secretaría de Comercio Exterior le explicó que debía ponerse de acuerdo con un exportador de naranjas para adecuarse a los cupos kirchneristas de importación y exportación. Sigue sufriendo disfunciones: durante los próximos dos años saldará mes a mes los intereses de su deuda con Hacienda, pero a la vez el Estado le adeuda 115.000 dólares por retenciones a la exportación. Esa cifra es bastante similar a lo que él debe a AFIP.
Su colección más reciente, la de 2019, fue presentada en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. Varias cantantes vestidas con harapos gemían durante el desfile. En primera fila se sentaban 15 personas sin techo. Las prendas estaban confeccionadas con un viejo rollo de tejido, 2.000 metros de tela que habían quedado olvidados en un taller. "Ese rollo me salvó la vida", dice Churba.
Innovar, aprovechar y compartir
Sigue interesándole innovar, pero ahora se concentra en aprovechar y en compartir. Los bajos y el jardín de su edificio de Recoleta serán ocupados a partir de septiembre por un restaurante de alto nivel, para repartir gastos, y él tendrá más tiempo para ocuparse de su familia, de ayudar al desarrollo en el interior del país y de realizar exposiciones-“performance” como la efectuada hace una semana en Rosario, con vestidos clásicos transformados en hamacas y columpios. “Ni me siento una víctima ni me siento un elegido”, afirma. “Creo que lo que haré en adelante tiene más importancia que lo que hacía antes”.