Gracias por la música (o no)
MAMMA MÍA! UNA Y OTRA VEZ
Dirección: Ol Parker.
Intérpretes: Lily James, Amanda Seyfried, Christine Baranski, Pierce Brosnan.
Género: musical. Reino Unido, 2018.
Duración: 114 minutos.
Cuando hace justo 10 años llegó a las salas Mamma Mia! La película, versión cinematográfica del musical creado para las tablas, otra década atrás, por Catherine Johnson, Benny Anderson y Björn Ulvaeus, algunos vimos en ella una simple colección de canciones filmadas en un escenario paradisiaco más que un musical clásico; un festivo karaoke donde la inmensa mayoría ni cantaba ni danzaba demasiado bien, y en el que, como en una destartalada boda con barra libre, los intérpretes parecían dar todo el tiempo saltos de alegría en lugar de bailar, sin trabajo de puesta en escena, de coreografía ni de sentido de la armonía.
De modo que ante Mamma Mia! Una y otra vez, secuela tardía (en realidad, mitad precuela, mitad continuación), no era difícil superar un listón casi por los suelos en lo creativo, pero que había sido suficiente en lo comercial y popular gracias al incuestionable poder contagioso de las canciones de Abba y al carisma de Meryl Streep. Y, con los mismos responsables de guion y dirección, con el insustancial Ol Parker a la cabeza, lo han logrado incluso con la baja de Streep (salir sale, pero mejor pensar que no, para no llevarse un berrinche).
Con Lily James, graduada en el Guildhall School Music and Drama en 2010, como protagonista de los numerosos flashbacks, en el papel de Streep de joven y en fase de conocimiento de los tres padres de su hija, la película gana en sentido vocal. James sabe cantar y bailar y Parker, pese a su empeño en algún instante en necesitar cuatro planos en segundo y medio donde bien podía haber solo uno, se lo agradece con una puesta en escena más labrada y, al menos, con un par de números corales divertidos y artísticos, sobre todo el de Waterloo. Apenas unas gotas, pero gotas al fin, para los admiradores del musical clásico, el de la expresión de sentimientos a través de las canciones y el baile, sin excusas argumentales, necesitados de ejemplares que vayan manteniendo un género tan poco practicado que el número de estrenos anual se puede contar con los dedos de una mano, y quizá sobren.
A pesar de la ingente cantidad de canciones pegadizas creadas en su día por Abba, para que la película no se llene de singles tardíos y de caras B poco conocidas, los responsables repiten algunos temas que ya habían sonado en la primera entrega (Mamma Mia, por supuesto, además de Dancing Queen y Super Trouper), y la partitura musical de acompañamiento tira de melodías de otras cuantas. Como en las bodas, más vale no arriesgar con la selección, y ser sinceros.
Una franqueza que también practican con su evidente contenido hortera: plenamente conscientes de su dimensión kitsch, tanto en lo cinematográfico como en lo musical, cuando suenan temas de evidente sentido pegajoso y cursi, como el inenarrable Fernando, en lugar de suavizar su ridículo, se zambullen en él con meritoria autoconciencia paródica.