Cómo retrata el cine la bipolaridad

Cómo retrata el cine la bipolaridad

El cielo y el infierno. Todo o nada. Aceleración y depresión. Así funciona la persona que sufre de TAB (trastorno afectivo bipolar) y así funcionan, a veces, las historias cinematográficas, que en ocasiones no saben de puntos intermedios entre el blanco y el negro, el bueno y el malo, el héroe y el villano.

Sí, el cine es bipolar de a ratos y algunos ejemplos recientes de ese “trastorno” estético y narrativo son ciertos musicales contemporáneos, como La La Land o la más reciente versión de Nace una estrella. En ambas, los protagonistas masculinos son seres solitarios y heridos, para quienes las frustraciones pesan tanto como bloques de granito, y que hallan en el amor una posibilidad de alivianar tanto lastre. Ambas películas, que oscilan entre grandes números musicales y oscuras escenas de depresión y soledad, parecen contagiarse de la bipolaridad de los héroes.

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Es más: podría especularse que en su tránsito incesante de la euforia coreográfica y amatoria (que siempre van juntas) a la tristeza y la derrota, el género musical en su conjunto tiende a la bipolaridad.

Sí, por muy anchas que sean las sonrisas de Fred Astaire y Ginger Rogers; de Gene Kelly y Cyd Charisse o de Ryan Gosling y Emma Stone, en el género la depresión está a la vuelta de la esquina. En la siguiente escena, si se prefiere.

Vincent Van Gogh, Michelangelo Buonarroti, Beethoven, Edgard Allan Poe, Virginia Woolf, Napoleón, Abraham Lincoln, Marilyn Monroe, Jimi Hendrix y Kurt Cobain son sólo algunas de las celebridades ciclotímicas que ha conocido la humanidad. Cualquier forma representativa que las aborde (una novela, un cuadro, una obra teatral, una película) estará narrando necesariamente una bipolaridad. En las películas que lo tuvieron por protagonista --de la clásica Sed de vivir, con Kirk Douglas, a la reciente Van Gogh a las puertas de la eternidad, con Willem Dafoe en el papel del artista al que los españoles llaman “el loco del pelo rojo”—el Van Gogh del cine oscila entre el entusiasmo y la automutilación.

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En La agonía y el éxtasis, 1965 (donde lo interpretaba el ex presidente de la Asociación Nacional del Rifle, Charlton Heston) Miguel Ángel ascendía a la gloria pictórica de la Capilla Sixtina, para hundirse luego en la melancolía y la incerteza. El Beethoven extremo de Amada inmortal, el Abraham Lincoln alternativamente entusiasta y decepcionado de Lincoln, de Steven Spielberg o el Kurt Cobain de la no tan conocida Last Days, que pasa de la furia grunge a la escopeta sobre la sien. Curiosamente, otras celebridades de la lista, como Poe, Napoleón, Marilyn o Hendrix no han tenido aún su biografía cinematográfica en regla, más allá de apariciones circunstanciales en historias ajenas. O en series de televisión, tampoco tan recordables.

Pero no hace falta ser famoso para ser bipolar, claro. Así lo demuestran las estadísticas, que hablan de un 2 % de pacientes de TAB en el mundo entero. Dicen también que este trastorno es la segunda causa global de discapacidad laboral.

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La pantalla grande ha contado con buena cantidad de héroes y heroínas maníaco-depresivos, nombre que se le daba a este cuadro hasta hace un par de décadas. A mediados de los 60 Sean Connery dejó de ser por un rato el mejor James Bond habido y por haber, para experimentar en otro terreno. En la no muy conocida A Fine Madness hacía de poeta frustrado de Greenwich Village, que al no poder consumar su gran obra se venía irremediablemente abajo. Mr. Jones (1994) es ya una película explícitamente enfocada sobre la depresión maníaca, hasta el punto de haber sido pensada casi como manual de autoayuda para pacientes.

Allí, un insospechado Richard Gere hacía de un obrero de la construcción (ya se sabe que el cine suele exigir lo que el poeta Samuel Coleridge llamaba “suspensión de la incredulidad”) que en las fases maníacas de su trastorno (los momentos “de alza”, digamos) llegaba hasta el punto de tomar la batuta y querer conducir la Novena de Beethoven durante un concierto. O de intentar lanzarse a volar, desde lo alto de un edificio en construcción. A Mr Jones lo atendía una bella psiquiatra (la sueca Lena Olin) con quien, como el lector imaginará, el paciente iniciaba una historia de amor que todos los manuales de salud mental desaconsejarían. Más allá de estas derivaciones tan hollywoodense, Mr. Jones es una de las películas en las que este trastorno aparece representado de modo más sistemático. Y menos exagerado de lo que podría parecer: se conocen episodios protagonizados por pacientes bipolares, que no difieren mucho de los que este señor Jones protagoniza.

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En Mad Love (1995), una problemática Drew Barrymore sufre una sobredosis y es internada en un hospital psiquiátrico, pero un compañero del secundario la rescata y huyen. Es sólo el comienzo de una relación complicada por los altos y bajos anímicos de la chica, que no excluyen muestras de violencia ante su compañero y con extraños, así como un intento de suicidio. Todo esto en medio de la fuga hacia delante de ambos, representada por el modelo de lo que en cine se conoce como road movie o “film de caminos”.

Interpretado por Bradley Cooper, el protagonista de la multipremiada El lado luminoso de la vida (2012) sale de un centro psiquiátrico tras una internación de varios meses, volviendo a casa de sus padres. Su esposa lo abandonó luego del episodio violento que llevó a su internación, y tras su salida el muchacho conoce a la chica interpretada por Jennifer Lawrence, ganadora de su único Oscar hasta ahora por este papel. Con ella tendrá algo así como un “encaje” de neurosis: como las fichas de un Rasti, las imprevisibles conductas de ambos tienden a engarzarse.

El lado luminoso de la vida es una película que, a la hora de la recuperación, cree más en las relaciones humanas que en los químicos o la terapia. La idea puede resultar ingenua o acertada, depende la clase de “lectura” que se haga de ella.

2006 parece haber sido el año de la bipolaridad real en cine. De entonces es The Flying Scotman, una película británica no estrenada aquí. Cuenta la historia de un personaje real, quien logró dejar atrás una infancia traumática, huyendo literalmente hacia delante. Siendo un niño, Graeme Obree escapa en bicicleta del feroz ataque de una pandilla local. De adulto será el ciclismo el que le permita encontrarse consigo mismo, gracias a la bici casera en la que pone todo su empeño (o vuelca toda su manía, según como se quiera ver). La arma con restos de metales, chatarra y hasta un pedazo de lavarropas. Y funciona. Y le permite comenzar a ganar carreras con ella. Consigue así cohesionar su personalidad, superando una bipolaridad que lo había llevado hasta un intento de suicidio.

Del mismo año son dos documentales dedicados, de modo directo o referencial, a este trastorno. Se trata de Stephen Fry: The LIfe of a Manic Depressive, realización para televisión en dos partes, y The Devil and Daniel Johnston.

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Stephen Fry es un actor inglés, recordado sobre todo por su personificación del escritor Oscar Wilde en Wilde (1997). Fry es bipolar. Lo descubrió una mañana a los 37 años, cuando tuvo un intento de suicidio, tras lo cual fue diagnosticado médicamente como tal. Desde ese momento no sólo comenzó a entender las drásticas oscilaciones que su ánimo había experimentado desde pequeño y que lo llevaban de la excitación a la negrura. También decidió ayudar a que otros como él también pudieran comprenderse a sí mismos. En The Life of a Maniac Depressive Fry cuenta sus propias experiencias como maníaco-depresivo y entrevista a quienes sufren el mismo trastorno. Algunos de sus entrevistados son gente anónima. Otros, no tanto. Por ejemplo, los actores Richard Dreyfuss y Carrie Fisher, o el célebre cantante Robbie Williams (curiosamente, el actor Robin Williams también era bipolar). Comprometido con la visibilización del trastorno, en 2011 Fry declaró que "quiero alzar la voz, combatir el estigma público y entregar una imagen más clara sobre las enfermedades mentales, de las que la mayoría de la gente sabe poco". Lo sigue haciendo.

Músico de culto y dibujante estadounidense, entre otras peculiaridades Daniel Johnston presenta la de grabar él mismo su música, en su casa y en el largamente extinguido formato de cassette. En verdad Johnston, que pasó parte de su vida en instituciones psiquiátricas, no fue diagnosticado sólo como paciente bipolar, sino también como esquizofrénico. Padeció, a lo largo de su vida, de episodios psicóticos graves. En uno de ellos, creyendo ser el fantasmita Casper, tiró, en pleno vuelo, la llave del encendido de un avión de dos plazas que piloteaba su padre. Y que logró aterrizar casi de milagro, sobre las copas de unos árboles.

Lo notable de The Devil and Daniel Johnston es el modo en que la película aborda al personaje, sin descalificarlo ni estigmatizarlo. Narra su vida, desde la infancia, desde su propia intimidad. Y desde su música y dibujos, claro. Manifestaciones en las que este nativo de Austin, Texas, vuelca, de la más creativa de las maneras, su manía.

Suele decirse que el trastorno bipolar es “la enfermedad de los genios”. Bastaría repasar algunos de los nombres enumerados en el segundo párrafo de esta nota para sospechar que tal vez eso sea cierto. La música y el arte de Daniel Johnston hacen pensar que tal vez sería justo sumarlo a esa lista.

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RR

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